Tesla: cuando tener un auto es un hecho político

tesla: cuando tener un auto es un hecho político

Tesla: cuando tener un auto es un hecho político

Autos y política, ¿asuntos separados? No tanto.

Cada marca construye una narrativa sobre sí misma e intenta proyectar un conjunto de valores, ideas y modos de vida, así que indefectiblemente se posicionan en algún punto del arco ideológico. En estas latitudes es más difícil verlo: los autos en general son productos muy caros para las mayorías (incluso los más accesibles), y por eso están asociados a los estratos sociales más altos, que naturalmente tienden hacia una ideología de derecha. Por eso resulta bastante inusual ver a una persona que se autoperciba “de izquierdas” en un auto de lujo alemán, asumiendo que pueda pagarlo (aunque por supuesto hay excepciones).

En Europa esto no es tan así. Los autos, sobre todo gracias el financiamiento, son bastantes más accesibles (no necesariamente menos caros). Por eso no sería tan raro ver a un sociólogo marxista alemán en un Mercedes-Benz, aunque por supuesto sería más esperable que maneje un Volvo, una marca que expresa mejor que ninguna los valores de la socialdemocracia progresista escandinava. Estados Unidos es un mundo aparte. Históricamente, Chrysler siempre representó a la burguesía liberal urbana de las costas, mientras que marcas como Ford y Chevrolet siempre tuvieron mejor anclaje en las zonas mediterráneas del país, más conservadoras. Hoy esas representaciones son más difusas, porque el mercado se amplió y diversificó muchísimo, pero las dos marcas líderes en la venta de pickups –a las que ahora se suma Ram– siguen teniendo una fuerte relación con los valores tradicionales del heartland rural estadounidense (para entender esto es muy recomendable la serie “Yellowstone”, que tiene aquí una excelente reseña de Fabián Casas)

En ese particular entorno americano, a comienzos de la década de 2010, irrumpió Tesla, la primera marca “nacida eléctrica”. Y desde el primer momento, tener un Tesla se convirtió en cuestión política.

Por su carácter de vehículo 100% eléctrico y “no contaminante”, los primeros Tesla fueron adquiridos fundamentalmente por los llamados “early adapters” –como se denomina a las personas que siempre buscan lo último en tecnología– y también por muchos liberales –pero en el sentido esdadounidense (bien distinto de la de aquí), que en general coincide con el ala más progresista del Partido Demócrata– que al fin encontraron un coche disrruptivo, ecológico, que desafiaba a los tan cuestionados “gigantes” de la industria automotriz estadounidense. Pero claro, ese primer Tesla fue el Model S, fue un gran sedán deportivo cuyo precio arrancaba en los 70.000 dólares, un precio que en Estados Unidos lo ubicaba en la categoría de “lujo”, como competencia directa de los Mercedes y BMW más grandes. Así que esos primeros clientes fueron gente de muy buena posición económica, en buena medida proveniente del mundo tech de Silicon Valley, pero también caló entre las celebrities de Hollywood, un universo que siempre se caracterizó por una inclinación progre-liberal. Así, Tesla se fue instalando como una marca muy aspiracional, por un lado vinculada a la fama y la riqueza de estrellas de cine y jóvenes ejecutivos tech y por otro como expresión de una mentalidad anti-conservadora, tecnooptimista, inclusiva y –por supuesto– sensible con el medio ambiente. Por eso personalidades progre, como Ben Affleck, Matt Damon, Mark Ruffalo y por supuesto Leo DiCaprio, estuvieron entre los primeros usuarios del Tesla Model S. En ese momento, Tesla empezó a ser comparada con Apple: el iphone de los autos. Exclusivo e inclusivo a la vez. Diferente y trend setter.

Pero todo cambió y más rápido de lo pensado. Porque el devenir de Tesla está indisociablemente ligado al de su fundador, el inefable Elon Musk. Sobre la deriva de ese hombre, bueno, ya se han escrito varios libros y se escribirán muchos más, porque es una historia en desarrollo. Lo cierto es que hoy Musk ya no es el admirado entrepreneur tech disrruptivo que era en la época de oro del Model S, ese votante demócrata, amigo del presidente Obama, que hacía cameos en shows nerd-friendly como The Big Bang Theory (donde apareció haciendo “tareas sociales”). No, ese Musk ya no existe, porque hoy Elon está definitivamente en otro lugar ideológico: se develó como un incansable batallador contra las asociaciones sindicales; a pesar de fabricar autos “ecológicos” está cada vez más cerca del negacionismo con respecto al Cambio Climático; en nombre de la libertad de expresión compró la red social Twitter y favoreció que se inunde, mucho más que antes, de trolleos y mensajes de odio (fundamentalmente los de extrema derecha); esparció mensajes conspirativos durante la Pandemia, tratando de instalar que las vacunas no funcionaban; ataca a los medios liberales más respetados de Estados Unidos (como el New York Time); se benefició oportunamente con miles de millones de dólares de subsidios y ayudas gubernamentales, pero ahora vitupera contra la intervención estatal; hasta acusa al progresismo por la elección sexual de su hijo, que se cambió de género. Finalmente, su actual cercanía con Donald Trump –ambos conectando en el sentimiento de “incomprendidos y atacados por la izquierda radical”– ya no deja dudas de su posicionamiento político, que incluso se extiende a amistades con otros personajes emblemáticos de la Alt Right (extrema derecha) estadounidense, como Joe Rogan (un popular polemista y conspiracionista con ideas cercanas al supremacismo) y el rapero Kanaye West, tristemente célebre por sus comentarios antisemitas. En definitiva, de ser un faro para la progresía liberal eco-comprometida, pasó a ser un activo promotor de las ideas más conservadoras y ultraderechistas; y en ese marco es donde encaja la declarada simpatía del megamagnate por nuestro presidente, Javier Milei.

En paralelo al giro político de Musk, Tesla fue introduciendo modelos más accesibles como el Model 3 y el Model Y, y pasó a ser una marca masiva y global que hoy vende millones de unidades en todo el mundo. Es muy probable que a la gran mayoría de esos compradores les importen un bledo la sutilezas políticas, pero también es real que, en ese mismo período, la figura de Musk también se volvió exponencialmente global y masiva, y hoy debe ser una de las personas más famosas del mundo, si no la más. Y en esta sociedad hiper personalista en la que vivimos, lo que haga un megafamoso en torno a una marca puede ser más importante que 100 años de historia. En ese sentido, Tesla y Musk funcionan casi como una unidad indisoluble en términos de construcción, posicionamiento, y representación de marca. Se puede ser más o menos consciente de ello, pero es así.

Lo que sucedió con todo esto es que muchos de los influyentes usuarios liberales de Tesla se fueron deshaciendo de sus (ex) queridos autos, porque claramente la marca ya no los representa. Y por otro lado, Tesla se fue consolidando como una marca cada vez más apreciada por los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense, que ya dejaron de verla como parte del estabishment liberal, que tanto detestan. Esto es muy interesante, porque aceleró el proceso de “electrificación” de esos sectores, naturalmente más reacios a esta nueva tecnología que viene a desplazar a sus amados gigantescos motores a combustión. De hecho, hasta no hacía mucho tiempo, los conductores de Teslas solían ser las víctimas favoritas del llamado “ Rolling Coal” , una práctica en la que grandes pickups diésel modificadas escupen hacia otros autos enormes cantidades de humo negro por sus escapes, como una forma de protesta por el avance de la electrificación.

Ahora bien, si este giro fue una estrategia planificada de Musk, es una incógnita. Como todo personaje que alterna genialidades con idioteces, es difícil hipotetizarlo. Pero hay un elemento interesante, que fue la introducción de la Cybertruck, la gigantesca pickup eléctrica de Tesla, destinada a competir con las tradicionales Ford F-150, Chevrolet Silverado y Ram. La particularidad de la Cybertruck radica justamente en su diseño, de alguna manera futurista, pero extremadamente belicoso. En aquél momento muchos nos sorprendimos por el “cambio de narrativa estilística” de Tesla, que hasta ese momento venía haciendo diseños modernos pero muy amigables.

La Cybertruck, cuya producción se postergó casi 4 años, es literalmente un carro blindado futurista. Parece diseñada para un distópico mundo post-apocalíptico, donde solo vale la fuerza… muy lejos de la utopía tecno-optimista que inicialmente propusieron (y aún proponen) los otros modelos de la marca. Irónicamente (o no tanto), la Cybertruck parece específicamente concebida para el nuevo posicionamiento político de Musk, y por ende de Tesla.

Lo cierto es que, si antes la imagen idílica de Tesla era una Natalie Portman bajándose de un Tesla Model 3 para hacer un discurso feminista con un pañuelo verde en la muñeca (guiño), ahora tiene más a parecerse a la de un señor bien robusto llegando a la iglesia evangelista en su Cybertuck, con su Magnum en la cintura y su fusil semiautomático en el compartimiento especial en la caja de carga. Ah, y con una calcomanía en la tapa del baúl que dice “Pro Life”.

La reciente visita cuasi-protocolar de nuestro Jefe de Estado a Elon Musk podría ser tomada como un gran avance en el desembarco de la marca estadounidense en Argentina. Para el Gobierno de Milei sería un gran triunfo simbólico, ese que se le negó a Mauricio Macri con la frustrada llegada de los Apple Stores a la 9 de Julio.

Si se concreta la llegada de Tesla a la Argentina será un caso paradigmático de imbricación entre autos y ideología, porque relación (¿de amistad?) entre Musk y Milei se enmarca en una sociedad que está hpersensibilizada en cuestiones políticas. Musk es un confeso admirador de las ideas de Milei (que debe ser el único líder mun político mundial que defiende los monopolios) y MIle manifiesta una confesa devoción por Elon, a quién incluso prometió ayudar en un conflicto que mantiene con Lula en Brasil. Es cierto que la marca del magnate ya tenía un nutrido grupo de fans en nuestro país –incluso por razones tecnológicas o ecológicas, no necesariamente automotrices (hablamos sobre eso aquí)–, pero un desembarco real de sus productos la convertiría en el máximo aspiracional para el autodenominado libertarianismo. No es difícil imaginar que un vehículo como la Tesla Cybertruck rápidamente se convierta en el mayor símbolo de status para todo ese emprendedurismo joven que tanto circula por las redes sociales (los “nenazos” según el decir popular), aun por encima de las Ferraris y los Lamborghinis con las que tanto les gusta alardear.

Con respecto a los reales consumidores, por supuesto será gente muy pero muy acaudalada, porque es difícil que el precio del Tesla más barato baje de los 100.000 dólares, y habrá modelos (como el Model S Plaid o la misma Cybertruk) que fácilmente podrían triplicar esa cifra. Sería interesante entonces ver cómo responde nuestro influyente star system a la llegada de la marca de Elon, teniendo en cuenta que tener un Tesla será una declaración insoslayable de posicionamiento político. ¿Veremos acaso a un Jony Viale, manejando un Tesla Model 3, a un Guillermo Fracella bajando de un Model S, o a un Alejandro Fantino yéndose a pescar en una Cybertruck? Pronto, si las Fuerzas del Cielo lo propician, lo sabremos.

R.T.

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