El mayor de mis fracasos
ЎCГіmo me voy a olvidar de ese dГa! 23 de mayo de 2010. Lo recuerdo clarito, clarito como si fuera ayer.
La noche anterior había preparado todo con cuidado. Puse las zapatillas al lado de la cama. La camiseta de mi viejo también estaba lista, pero cuando me desperté y vi que Estela ya se había levantado, me empezó a latir la sien derecha como pasa cada vez que me pongo nervioso.
Corrí a la cocina en slip y Estela estaba lavando una taza.
-Mi amor, volvé a la cama así te llevo el desayuno.
-Gracias, mi vida. Acabo de desayunar.
-Estela, te lo pido por favor. Volvé que yo te llevo la bandeja con todo lo que te gusta.
-Paco, ¿te volviste loco? Te dije que ya desayuné. Ni que quiera. No me entra nada más.
їQuГ© iba a hacer? Yo parezco muy macho, pero cuando mi mujer se planta, se planta. La sien me latГa cada vez mГЎs fuerte. La culpa era mГa. TendrГa que habГ©rselo dicho. En dГas difГciles como ese, yo siempre le llevaba el desayuno a la cama. Era mi acto altruista del dГa.
Yo sé que cuando uno hace algo bueno, Dios te lo compensa y hoy lo necesitaba especialmente, pero si lo contás pierde la gracia.
Mi mujer se iba a dar cuenta de que era una cábala más y no un mimo. Traté de tranquilizarme. Total, habíamos empatado como visitantes. De locales y a cancha llena, éramos imbatibles. Además, tenía la camiseta del viejo y las zapatillas rotas de siempre. Mis rotosas. Agaché la cabeza y enfilé para el dormitorio. Ahí me puse blanco de pánico. Me miré los pies y me di cuenta de que estaba descalzo. Con el apuro me había olvidado de levantarme con las rotosas. Segunda cábala que no cumplí. Miré el cielo y había sol. Me volví a relajar. Iba a haber sol en el Gigante. Iba a ser un buen día para todos los canallas. Teníamos que jugar por el descenso. Era un momento difícil, casi inaudito para nosotros, pero nada más. Lo íbamos a superar.
Al mediodía casi no pude almorzar. La comida no me pasaba. Y eso que yo como hasta cuando tengo diarrea, pero ese día no. Aldo me pasó a buscar puntual como siempre. Chequeamos entre los dos y no nos olvidamos de nada. Llevábamos puestas las camisetas de nuestros viejos —Dios los tenga en la gloria— la bandera de Los Guerreros y un par de bengalas bien escondidas. Yo tenía la guita para el choripán que me iba a zampar, tuviera ganas de comerlo o no. Esa también era una fija. Imposible romper la tradición.
La cancha era una olla de agua hirviendo. Una multitud nerviosa, pero preparada para festejar. Difícil calcular cuánta gente había. Después me enteré de que éramos casi treinta y cinco mil personas. Treinta y cinco mil adentro y la mitad más uno de la ciudad latiendo con nosotros. El rival era All boys. Un equipo que jugó siempre en el torneo de ascenso o en la B. O casi siempre. Ya ni me acuerdo de cuando estaba en primera. Teníamos todas las de ganar.
Cuando el equipo salió a la cancha, tiramos las bengalas y llenamos el campo de juego de papelitos azules y amarillos. El árbitro tuvo que demorar el inicio del partido, pero a nosotros no nos importaba nada. Había que alentar y hacer que los muchachos se sintieran apoyados y queridos- a pesar de haber llegado a esa instancia.
A poco de empezar el primer tiempo perdíamos uno a cero con un gol de esos que duelen porque nuestro arquero estaba voleando cachilos y ni la vio. “Falta mucho, Paco. Quedate tranquilo que te vas a infartar”. Y me calmé. Pero antes de que termine el primer tiempo nos enchufaron otro. Nos fuimos al vestuario con dos pepas adentro. Tres veces habían llegado. ¡Tres veces! Y de casualidad que no nos habían metido tres.
Ahí me fui a buscar mi chori y se produjo otra desgracia: ¡no había más! No lo podía creer. Nunca había pasado. Tres ritos fundamentales incumplidos. Entonces lo supe y se lo dije al Aldo. Por poco me mata del codazo que me dio, “¿Cómo que nos van a meter otro? ¿Qué te pasa, Paco? Vamos a desplegar la bandera”. Y eso hicimos ayudados por muchos de la barra. Toda la popular se cubrió de azul y amarillo. Y nosotros quedamos debajo, medio encogidos, tratando de darnos ánimo. Faltaba un tiempo. ¡Vamos carajo!
Madelón arrancó el segundo tiempo con tres cambios. Me pareció bien. Había que correr y poner huevos. Teníamos la pelota. Dos a cero no es partido, me repetía yo. Lucho Figueroa corría como un descosido y alguna que otra pelota le llegó, pero para mí que Cambiasso estaba drogado. El tipo volaba. Atajaba cualquier misil que le tiraran. Y cuando teníamos todo el equipo volcado en ataque, nos volvieron a vacunar. El corazón se me desbocó y de verdad pensé que quedaba seco ahí. Aldo puteaba, pero puteaba bajito. El estadio estaba mudo, como atontado. Muchos, pero muchos, lloraban.
El partido terminó tres a cero. All Boys ascendió y nosotros descendimos. Pensé en mi hermano. La oveja negra de la familia que se había hecho leproso para pelear con el viejo y ahora conmigo. No me iba a dejar de joder nunca más. Y lo peor es que yo tenía la culpa de todo: sin desayuno en la cama, sin las rotas y sin chori, era imposible que ganáramos.
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