Llegar hasta el Centro de Medios y Tecnología de la Fórmula 1 en el Reino Unido es casi una odisea. Hay que transitar por caminos inhóspitos en los que el automóvil se convierte en lo más parecido a una montaña rusa. Se cruzan hasta tractores que convierten el trayecto en una atracción, si es que las náuseas no lo interrumpen. “Ya verás, no tiene nada que envidiar a la sala de control de la NASA”, comentan los trabajadores. Tras escuchar esto, se hace más llevadero el arduo camino hasta el corazón desde el que late la F1.
La lluvia británica precede a una jornada en la que se comprueba cómo la Fórmula 1, en alianza tecnológica con Lenovo, lleva la señal de los grandes premios a los diferentes rincones del planeta. Una audiencia de 1.000 millones de personas, 750 piezas de equipamiento en cada carrera, 38 antenas, 58 kilómetros de fibra, 28 cámaras fijas, siete en movimiento, siete en cada coche, 147 micrófonos, 500 terabytes de datos y 140 personas en un centro para que nada falle a lo largo del fin de semana.
El equipo de producción de la Fórmula 1 aterriza normalmente diez días antes de cada Gran Premio en la ciudad. En Biggin Hill, donde está este centro, el viernes es el mejor día para ir, porque el resto es muy probable que estorbes. Desde allí no tienen otro objetivo que “producir una experiencia global con la retransmisión”. Hacen una mezcla de “audio, texto y vídeo para abastecer el mundo”.
La charla precede a un paseo por las instalaciones. Entramos en la sala de los equipos, donde escuchan cada una de las radios. Ocho personas trabajan en escasos metros cuadrados durante el fin de semana para escuchar las 20 radios simultáneamente. Son ellos los que deciden qué se emite, en disyuntivas constantes, porque hay contenido “demasiado fuerte”. Los cinco segundos que hay de retardo son claves para evitar controversias con los equipos, porque quieren evitar que salga algo que perjudique en exceso a los pilotos. La Fórmula 1 es un espectáculo que maneja, milímetro a milímetro, qué ofrece, cuándo lo ofrece y cómo lo ofrece al espectador.
Se encargan de que figuren los tiempos de todos los pilotos. (R.L.C.)
Se encargan de que figuren los tiempos de todos los pilotos. (R.L.C.)
El valor de los audios
Este centro fue inaugurado en 2021. En cinco semanas, se construyó el estudio, donde optimizan “un área pequeña”. Allí está presente la realidad virtual, que les permite ubicarse en el circuito que quieran desde el plató. Combinan un set virtual, uno físico y uno híbrido en los que pueden cambiar los colores del suelo. Tecnología de la NASA para que no falte de nada en la experiencia de la F1.
La única sala abierta es el área de tiempos, que está todavía por terminar. Consta de cuatro pantallas grandes a través de la cuales se conocen los tiempos de cada piloto, información proporcionada al resto de los equipos. Los cables y cámaras que se encargan de la retransmisión están sujetos a cambios hasta el jueves a las 14:00. A partir de ese momento, cualquier movimiento previo ejecutado es irrevocable.
Hay otra sala de audio. Nos resaltan la importancia de ponerlo a disposición de los telespectadores, porque le dan valor a la retransmisión. Los líos con las escuderías son frecuentes al necesitarse cambios de micrófonos dado que el audio no se escucha con un estándar mínimo.
El estudio cuenta con realidad virtual. (R.L.C.)
El estudio cuenta con realidad virtual. (R.L.C.)
Los instantes de emoción
La última parada es el lugar más amplio y donde hay más emociones. Es una sala en la que se ven todas las cámaras del circuito, incluidas las que están incrustadas en los coches y en el safety-car. 140 personas integran una sala en la que cada uno de ellos debe estar pendiente de cuatro o cinco cámaras. La más difícil de grabar es la de Ferrari.
Es en esta sala donde se comprueba que se ha abastecido correctamente la emisión internacional. Cinco minutos antes de que empiece la carrera, se les da la misma señal a todos. La presión está en la zona delantera izquierda de la sala, donde se sienta Den Locke, el jefe de emisiones de la Fórmula 1 desde hace dos décadas.
Otra ala de la sala está cerrado a cal y canto, con cristales que lo asemejan a una prisión. Nos mantienen fuera y nos explican la cantidad de servidores y datos almacenados. Este centro de Biggin Hill no es un lugar al uso, es un corazón. El que le da latidos a todos los que se sientan viernes, sábado y domingos a ver a sus pilotos favoritos.
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