Crítica de 'Godzilla y Kong: El nuevo imperio': tortazos tamaño kaiju para un blockbuster divertido y sin pretensiones

Crítica de 'Godzilla y Kong: El nuevo imperio': tortazos tamaño kaiju para un blockbuster divertido y sin pretensiones

El tamaño, ya se sabe, es relativo… salvo cuando los monstruos gigantes dominan el cotarro. ‘Godzilla y Kong: El nuevo imperio’ nos lo recuerda reavivando la tangana entre el saurio japonés tamaño rascacielos y el gorila gigante más ilustre de la historia del cine.

El director Adam Wingard regresa aquí al ‘monsterverse’ de Legendary Pictures tras arbitrar Godzilla vs. Kong. Una película que se regodeó en el lado más fantasioso de la saga mientras incorporaba nuevos elementos a la cosmología de los kaiju, la organización Monarca y la Tierra Hueca.

Rebecca Hall (Ilene Andrews), Brian Tyree Henry (Bernie Hayes) y Kaylee Hottle (Jia) regresan en esta película, acompañados de Dan Stevens en el papel de Trapper, el veterinario de los titanes. Y, por supuesto, un elenco de criaturas gigantescas que no solo abarca a los dos protagonistas, sino que incorpora nuevos nombres al bestiario.

‘Godzilla y Kong: El nuevo imperio’ – Crítica

Lagartos en la superficie, gorilas bajo ella: tras Godzilla vs. Kong, el reparto geopolítico del ‘monsterverse’ ha quedado claro. Y también lo que podemos esperar de esta IP dividida ahora entre Japón (tierra natal del lagarto gigantesco) y esos EE UU que importaron al simio en 1933.

Quienes busquen atención al componente humano de las historias (estadísticas de bajas, tragedias personales y demás) harán bien en centrarse en esa vertiente nipona que nos ha dado las excelentes Shin Godzilla y Godzilla Minus One. Ahora bien: quienes pasen de lo anterior y quieran guantazos pueden acogerse a esta continuidad occidental donde el simio lleva la voz cantante.

Por suerte, Adam Wingard sabe adaptarse al lado más kisch y jocoso del kaiju eiga. Tras demostrarlo en Godzilla vs. Kong, una cinta que prescindía de falsas solemnidades a base de locura y psicodelia, el director nos recuerda que aquí estamos para divertirnos, y que la estela de destrucción que sigue a los protagonistas es solo un ingrediente más del desparrame.

Ahora bien: el reencuentro entre el tocho escamoso y su rival primate aparece muy descompensado. Porque, mientras el primero le da al filme algunos de sus mejores momentos (incluyendo un chapuzón inolvidable desde el peñón de Gibraltar), el segundo aporta el corazón y el drama: las historias de exiliados en busca de un hogar tienen estas cosas, no digamos ya si convierten al antihéroe en papá adoptivo.

El reparto humano, por su parte, sabe que su función es la de hacer bulto, aportar exposición y ejercer como ocasional alivio cómico. Menos mal que aguanta dignamente, gracias a la naturalidad de Rebecca Hall (esta franquicia no sería lo mismo sin ella) y la gracia de ese Dan Stevens que lo mismo te saca una muela grande como una casa que te alegra el cotarro poniendo una canción de Badfinger en el estéreo de la nave.

Entre la incorporación de nuevas criaturas al bestiario y la reaparición de figuras ya conocidas (y queridas) por los fans, Godzilla y Kong no se corta un pelo a la hora de asumir su condición de espectáculo de gladiadores CGI. No en vano otro de sus momentos estelares muestra al saurio japonés haciéndose un ovillo para echar la siesta en el Coliseo de Roma: si uno presta atención, hasta juraría que el bicho ronronea.

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