El partido fue la historia de un gol, nacido del ingenio, la fantasía, la habilidad y el fútbol de calle, una aparición en medio de las estrecheces. Lo marcó Brahim, quizá el último delantero de la plantilla a principio de curso, después el relevo de Bellingham y ahora ya una amenaza para Rodrygo. Una desgracia que se rompiera al final, aunque la lesión no parece de importancia. Tras su obra de arte se refugió un Madrid bajo de adrenalina, de energía, muy sometido a ratos, pero con el oficio que casi siempre le mantiene a flote en la competición. Tener buenos futbolistas siempre arregla un mal día. El resto lo puso Lunin, titularísimo oficioso para Ancelotti. Hizo nueve paradas. Ese muro también era inesperado.
No tener historia no significa no tener peligro. Pregunten en el City o el PSG. El Leipzig es de esa especie en formato reducido. Y el Madrid ha olvidado demasiado pronto que durante décadas la sede social del infierno estuvo en Alemania. Lo cierto es que los de Ancelotti se vieron arrollados de salida por ese fútbol relámpago del equipo de Marco Rose, que aprieta mucho porque esta en su hoja de ruta y porque es consciente de que se protege mal. Su única defensa es un buen ataque, y lo tiene. A los dos minutos el bosnio Peljto le anuló un gol de cabeza a Sesko, el rascacielos del Leipzig, en una interpretación estricta, casi amable, del reglamento: una leve interferencia/empujoncito de Heinrichs, central metido a mediocentro que estaba en fuera de juego posicional, sobre Lunin cuando este había dejado muerto un balón en el área por blandear de puños. Se redimió el ucraniano poco más tarde ganándole un mano a mano al propio Sesko. Llovía metralla en el área del Madrid.
Ahí colocó el balón Brahim para decidir el partido.
El Leipzig se quedó el partido de verdad en los primeros veinte minutos. No fue el suyo un dominio hueco, sino una acometida desde los cuatro puntos cardinales: Dani Olmo por la derecha, un picante Simons desde la izquierda, una primera presión feroz y efectiva, Sesko violando el espacio aéreo de los centrales blancos, Openda esprintando en cada contra, Raum repitiendo como lateral con pretensiones. Uno de esos huracanes que tantas veces se han llevado por delante al Madrid en Alemania.
Amaina el temporal
El sufrimiento del equipo blanco fue extremo. Nada que no haya visto antes. Las catorce Copas de Europa de su museo están llenas de cicatrices, de inicios perezosos y finales felices. Le llaman remontada.
Este tiro de Vinicius golpeó en el palo.
De cuando en cuando el Madrid le bajaba la temperatura al choque con algunas posesiones largas, sin pasar de ahí. Entre Kroos, a base de toque, y Camavinga, de zancada, le restaban la pelota cuanto podían al Leipzig esperando tiempos mejores. Por delante de ellos, nadie dejaba huella. Tres disparos contra los defensas alemanes, un tirito de Kroos a las manos de Gulacsi, un remate pifiado por Rodrygo. Pirotecnia. El Madrid necesitaba al Vinicius del duelo ante el Girona, creativo, desbordante, subversivo, pero la zaga alemana se protegía bien contra sus ocurrencias con una defensa de ayudas a Simakan, su vigilante. Heinrichs siempre estuvo dispuesto a echar una mano allí. Peor aún le iba a Brahim y Rodrygo. El primero, como delantero centro disfrazado. El segundo, especialmente impreciso en las combinaciones.
Al descanso el Madrid solo podía celebrar el resultado y que las ocasiones del Leipzig fueron perdiendo claridad con el paso de los minutos. Equipos tan volcados en el plano físico como el alemán van perdiendo colmillo cuando corre el reloj.
Una obra de arte
El Leipzig amenazaba con un segundo asalto cuando llegó la jugada del partido, un salvavidas convertido en pieza de museo. Brahim tomó el balón en la derecha y fue zigzagueando en busca del remate asesino. Se deshizo de Raum, de Simons y de Schlager con golpes de cintura y cuando se abrió el bosque al final de tanto árbol metió una rosca de izquierda cerca de la escuadra. Lo hizo sin patines, aunque no lo pareciera. Un gol que nada tenía que ver con el partido ni con el Madrid. La enésima confirmación de que en el fútbol, cuando no aparece el equipo, aparecen los futbolistas. Brahim es de categoría superior, diferencial, aunque haya entrado en el club por la trastienda, siempre la cara más difícil de ascender. Más si el sitio que le ha reservado Ancelotti es el de Bellingham. Una lástima y una injusticia que se rompiera a diez minutos del final.
Brahim se marcha lesionado.
Lo que llegó después era esperado. El Leipzig, que siempre jugó a toda vela, acentuó su acometida y dejó más tierra desocupada a sus espaldas. La consecuencia, un aumento de actividad en las dos áreas. Doble parada de Lunin a Olmo y Sesko, disparo alto en posición franca de Rodrygo, remate pícaro de Vinicius al palo. En cierto modo, un partido de vuelta en la ida, probablemente porque el Leipzig no olvida que el Bernabéu ha sido la tumba de tantos.
En ese alocado juego de doble dirección quedó la impresión de que el Madrid tenía las de ganar. En concreto Vinicius, que cuando sobran los minutos y los espacios enciende al Madrid. Esta vez su obra fue inconclusa. Aún le quedó al Leipzig una última embestida, ya sin Dani Olmo pero con Xavi Simons, y ahí estuvo Lunin, otro a cola de pelotón al inicio de curso y ahora camino de providencial. Ancelotti llegó aquí como entrenador y quizá se vaya como contorsionista.
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