25 películas que cambiaron la historia de la ciencia ficción para siempre, de 'Metrópolis' a 'Todo a la vez en todas partes'

25 películas que cambiaron la historia de la ciencia ficción para siempre, de 'metrópolis' a 'todo a la vez en todas partes'

25 películas que cambiaron la historia de la ciencia ficción para siempre, de 'Metrópolis' a 'Todo a la vez en todas partes'

Hoy toca revelar un secreto: el futuro es variable. Para cualquier cultura, la idea del porvenir muta con el tiempo, y la ciencia ficción es una de las pruebas más palpables de esa realidad. Tanto en literatura como en cine (o en cualquier otro formato), las historias especulativas varían en sus formas y en sus intereses conforme la historia de nuestra especie va avanzando. Generalmente, para peor.

Aun así, hay ficciones que dejan huella, alterando (a veces para siempre) no solo nuestra idea de lo fabuloso, sino también nuestra relación con la tecnología y sobre las ideas sobre quiénes somos, de dónde venimos y a donde vamos. Después de haberlas visto, podríamos decir, el futuro nunca vuelve a ser lo que era.

Con Dune: Parte Dos, Denis Villeneuve echa el cierre (por ahora) a una saga de filmes que aspira a hacer historia en ese campo. Y lo tiene difícil, porque le toca hacerse un hueco en la lista de obras maestras que ofrecemos a continuación. No están todas las que son, pero sí aseguramos que todas las que están merecen desafiar al continuo espacio-tiempo.

‘Metrópolis’ (Fritz Lang, 1927)

їCuГЎndo nace el cine de ciencia ficciГіn? Pues podrГ­amos decir que con el cine en sГ­ mismo: el Viaje a la luna de Méliès es de 1902 y el primer Frankenstein, de 1910. En cuanto a esta adaptación de la novela de Thea von Harbou (también a cargo del guion), empeñó todos los recursos creativos e industriales de aquel arte todavía nuevo en la construcción de un mundo que nuestra mirada pudiese habitar.

Pese a los cortes que mutilaron el filme, y pese a ese final demasiado facilón, basta con mirar a los ojos cibernéticos de Maria (Brigitte Helm) para viajar a una dimensión paralela.

‘La vida futura’ (William Cameron Menzies, 1936)

Diseñador de producción en El ladrón de Bagdad y Lo que el viento se llevó, entre muchas otras, Menzies formó aquí parte de un dream team que incluía a Alexander Korda (productor) y, como guionista, un H. G. Wells deseoso de mojarle la oreja a Lang y su Metrópolis con la primera superproducción británica de ci-fi.

Advirtiendo de la guerra inminente y apostando por una tecnocracia pacifista (“¡Alas sobre el mundo!”) como antídoto para el fascismo, La vida futura contiene imágenes fascinantes, pero la más plausible de todas, por desgracia, es la de Ralph Richardson como caudillo postapocalíptico.

Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951)

El vínculo entre el auge de la ci-fi y las ansiedades de la Era Atómica se hizo más patente que nunca cuando Klaatu (Michael Rennie) salió de su platillo volante para decirle a la humanidad que ya estaba bien de tanta Guerra Fría.

Si La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) ofrece la cara más paranoica del género en los 50, esta fábula rodada a pie de calle por el futuro director de West Side Story opta por otro mensaje: “Aprended a vivir en paz, o enfrentaos a la aniquilación”.

‘Japón bajo el terror del monstruo’ (Ishirô Honda, 1954)

Al productor Tomoyuki Tanaka le costó encontrar un cineasta para aquel proyecto sobre un lagarto radiactivo gigante. Pero Honda, amigo y colaborador de Akira Kurosawa, le vio interés al asunto… y el resultado se llamó “Godzilla”.

Embajador mundial del kaiju eiga y sus criaturas, hijo de las cicatrices de Hiroshima y la fascinación japonesa por King Kong y similares, el saurio sigue vivo y bien setenta años después, protagonizando blockbusters en Hollywood y filmes tan estupendos como Shin Godzilla y Godzilla Minus One en su país de origen: el título de rey de los monstruos no se lo dieron en una tómbola.

‘Planeta prohibido’ (Fred M. Wilcox, 1956)

Tras muchos años habitando seriales de matiné y cine de barrio, la space opera se puso de largo con esta relectura cósmica de La tempestad de Shakespeare.

Exquisita en su imaginería, innovadora en su BSO (Louis y Bebe Barron, pioneros del sonido electrónico, se quedaron sin nominación al Oscar por no estar sindicados) y encantadora gracias a Robby el robot y a esa Anne Francis cuyo vestuario superlumínico puso de uñas a la censura franquista, Planeta prohibido contiene también una revelación desopilante: Leslie Nielsen ejerció de canallita sideral diez años antes de que el capitán Kirk se subiera al Enterprise.

‘La jetée’ (Chris Marker, 1962)

Siempre visionario (pero de verdad, no como otros), Marker solo necesitó 28 minutos de fotos fijas para marcarse un hito que, junto al Alphaville de Godard y el Te quiero, te quiero de Resnais, forma la santa trinidad ci-fi de la Nouvelle Vague. Luciendo una estética que habría de resonar hasta el ciberpunk y más allá, este corto también se alineó (¿sin saberlo?) con los equilibrios al límite de la realidad ejecutados sobre el papel por Philip K. Dick y otros titanes de su época.

‘Viaje al fin del universo’ (Jindrich Polák, 1963)

Una astronave de tripulación diversa y multinacional se lanza al espacio para viajar audazmente allá donde nadie ha llegado jamás. ¿Te suena? Pues, con el debido respeto a Gene Roddenberry, esta producción checoslovaca (basada en La nube de Magallanes, del polaco Stanislaw Lem) despegó primero.

Probable influencia tanto para Star Trek como para el 2001 de Kubrick y Clarke, la cinta está más pendiente de los terrores interiores (el vértigo ante el vacío del cosmos) y exteriores (esa nave fantasma llena de despojos del capitalismo) que de la exaltación de los pioneros: menos mal que, para compensar, tiene un robot muy majete.

‘2001: Una odisea del espacio’ (Stanley Kubrick, 1968)

їRompedora? No exageremos: a finales de los 60, con la ci-fi literaria en plena revoluciГіn ‘New Wave’, muchas ideas manejadas por el argumento de Arthur C. Clarke sonaban ya a agua pasada.

Sin embargo, la saga del Monolito y sus cosas hizo historia gracias a su impacto visual (de la minuciosidad de las astronaves a la psicodelia del clímax), su villano inolvidable (HAL 9000, espejo de computadoras malignas) y ese hermetismo que contribuyó a darle el aura de ‘cine serio’ cuando en realidad plasmaba la eterna misantropía de Kubrick, un tipo capaz de resumir a la humanidad con la imagen de un simio arreando garrotazos.

‘Star Wars’ (George Lucas, 1977)

Tras casi una década de pesimismo y apocalipsis, al cine de ciencia ficción le tocaba recuperar el gusto por la aventura. Y lo hizo gracias a un filme que fue a la vez apoteosis y condena del Nuevo Hollywood.

Sin el montaje de la gran Marcia Lucas y las ayuditas de los colegas (Coppola pulió aquel guion ininteligible, De Palma escribió el opening crawl y Spielberg, que rodaba Encuentros en la tercera fase, profetizó su éxito), sumadas a la confianza en rostros desconocidos (y baratos) para encabezar el reparto, la Galaxia Muy, Muy Lejana nunca hubiera sido lo mismo. Algo que, en esta era de franquicias y comités, deberíamos recordar más que nunca.

‘Stalker’ (Andréi Tarkovsky, 1979)

Adaptando a su manera (pero de buen rollo, no como con Stanislaw Lem en Solaris) el Pícnic extraterrestre de los hermanos Strugatski, Tarkovsky demuestra que hacer historia de la ciencia ficción no requiere de efectos especiales.

Basta con tres tipos dando vueltas por un descampado postindustrial envuelto en enigmas metafísicos, alquimia sonora a cargo de Eduard Artemyev y una puesta en escena capaz de transmutar la imagen más mundana. Películas recientes como Aniquilación (Alex Garland, 2018) demuestran que los viajes a la Zona se despachan sin billete de vuelta.

‘Alien’ (Ridley Scott, 1979)

Si bien con precedentes (Terror en el espacio, de Mario Bava, por su premisa, y Estrella oscura, de John Carpenter, por esa tripulación de currantes precarios), el segundo largo de Scott consagró de cara al público una visión futurista con poco lugar para la fascinación y mucho para las broncas de cafetería, los interiores mugrientos y el horror psicosexual incubado por los diseños de Moebius y H. R. Giger. En el espacio, nadie va a defender tus derechos laborales.

‘Mad Max 2’ (George Miller, 1981)

Cuando J. G. Ballard se viene arriba con tu película, es que algo has hecho bien. Así lo comprobó Miller tras prolongar su inesperado éxito de 1979 con algo más de presupuesto y el atrevimiento necesario para combinar el subgénero postapocalíptico con el western, el fetichismo motorizado, la iconografía de vertedero y un montaje más tenso que la mandíbula de Mel Gibson.

Si el rugido del último Interceptor V8 lanzó mil y un émulos de serie B en los 80, Mad Max: Furia en la carretera nos recordó en 2015 que el director australiano sigue mandando en el Páramo.

‘Blade Runner’ (Ridley Scott, 1982)

Tras una vida de privaciones y enfermedad mental, Philip K. Dick murió cuatro meses antes de que se estrenara esta adaptación de su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Así, el escritor no llegó a ver cómo el filme se estampaba en taquilla… pero también se perdió su entronización como icono para modernos conforme el ciberpunk iba volviéndose lo más.

En cuanto a Scott, su filmografía posterior a este fracaso comercial (y al de Legend en 1985) nos hace preguntarnos si los productores le sustituyeron por un replicante: eso explicaría La casa Gucci.

‘E. T., el extraterrestre’ (Steven Spielberg, 1982)

Mientras John Carpenter (el gran ausente de la lista, lo sabemos) reanimaba en La cosa el tropo de la invasión extraterrestre mediante un chute de terror biológico, Spielberg tiraba de costumbrismo y ternura para recordarnos que los aliens también tienen sentimientos. ¿Hace falta decir quién salió ganando?

Obscenamente taquillera (792 millones de dólares, no ajustados), E. T. dejó un icono para la posteridad en el bichín diseñado por Carlo Rambaldi… y también numerosas exploitations, de Mi amigo Mac a la española El E.T.E. y el Oto.

‘Regreso al futuro’ (Robert Zemeckis, 1985)

Desde la Casa Blanca, Ronald Reagan impulsaba el regreso a los buenos y viejos valores de la posguerra mundial. Y, desde Hill Valley, Marty McFly (Michael J. Fox) visitaba 1955 para descubrir que dichos valores eran un timo.

Producidas por un Spielberg ya todopoderoso y concebidas como un híbrido de Frank Capra con La dimensión desconocida, Regreso al futuro y sus secuelas (la mejor, la segunda) cambiaron para siempre el imaginario de los viajes en el tiempo: adiós a la máquina de H. G. Wells, hola al DeLorean con condensador de fluzo.

‘La mosca’ (David Cronenberg, 1986)

Tras marcarse saltos sin red de la talla de Scanners y Videodrome, el canadiense más purulento se mudó a Hollywood (invitado por Mel Brooks, aquí en funciones de productor) para rehacer el clásico dirigido por Kurt Neumann en 1958.

Cronenberg podría haber entregado un mero trabajo de encargo y después volver a lo suyo, pero se la jugó con un experimento body horror que, usando a Jeff Goldblum de cobaya, revelaba el potencial de unos cromosomas tan salvajes como sobrados de abscesos y vomitonas. Mírate al espejo, y Brundlemosca te devolverá la mirada.

‘Akira’ (Katsuhiro Ôtomo, 1988)

їNo entiendes ni papa? Tranquilo, que no eres el Гєnico: cuando Г”tomo adaptГі su cГіmic al cine, este se hallaba aГєn a medio terminar, con lo que rematГі el guion mediante una idea de Alejandro Jodorowsky.

Los 10 millones de dólares del presupuesto, sin embargo, resultaron bien invertidos, porque la cinta triunfó tanto en su Japón natal como en aquel Occidente donde el término “manga” pertenecía aún al campo semántico de la costura. Al igual que las viñetas de su creador, Akira nació a caballo entre dos mundos, y acabó transformándolos a ambos.

‘Terminator 2’ (James Cameron, 1991)

Con su primer filme de cíborgs asesinos y viajes en el tiempo, Cameron emocionó a Tarkovsky. Con Aliens, redefinió la ci-fi bélica en el cine. Y con esta secuela, el canadiense y su amigo Arnie volvieron para anunciar que el futuro cabía en tres letras: “CGI”.

Más allá del carisma de Schwarzenegger y de una Linda Hamilton en modo one woman army, las mutaciones líquidas del T-1000 (Robert Patrick) fueron claves a la hora de dejar boquiabierto al público y batir récords de taquilla.

‘Ghost in the Shell’ (Mamoru Oshii, 1995)

Poniendo un pie en el ‘cine trascendental’ (observa su uso de los tiempos muertos) y otro en la acción más desatada, Ghost in the Shell supuso el segundo gran asalto del anime a las pantallas occidentales tras Akira, y también una de las cumbres del ciberpunk.

El guion de la película, adaptado del manga de Masamune Shirow, avanza a trompicones, y su chorreón filosófico acerca de la condición humana en la era digital puede atragantarse, pero qué importa eso comparado con sus muchos momentos de escalofrío y esa influencia que parece inagotable.

‘Matrix’ (Lana y Lily Wachowski, 1999)

Blade Runner, Neuromante, Jean Baudrillard, Platón, el cine de artes marciales y toneladas de anime, con Ghost in the Shell a la cabeza: esos fueron algunos de los ingredientes usados por las Wachowski para engendrar a Neo (Keanu Reeves), el mesías de la era del simulacro.

Dejando aparte las opiniones particulares sobre la saga (Matrix Resurrections, el epílogo estrenado en 2021, nos parece glorioso), estamos ante la última película de ciencia-ficción que llegó a fenómeno global antes de que las máquinas, en forma de algoritmos varios, sojuzgasen a la especie humana.

‘Hijos de los hombres’ (Alfonso Cuarón, 2006)

Tras Harry Potter y el prisionero de Azkabán, la mejor película del mago con gafas, Cuarón tenía ya una reputación que jugarse adaptando (o así) aquella novela de P. D. James que ni siquiera había leído.

Con cinco guionistas y un rodaje lleno de desafíos, el resultado pudo haber sido infame, pero dejó huella gracias a su premisa cada vez más vigente (lee las noticias: todo está ahí), su reparto (¡ese Michael Caine! ¡esa Julianne Moore!) y sus virguerías técnicas: si el plano secuencia es el equivalente de cine al solo de guitarra, los de esta película suenan a Tom Verlaine en Marquee Moon.

‘Avatar’ (James Cameron, 2009)

Terminator les había tocado a Dick y Harlan Ellison, aquí fue a Ursula K. LeGuin y Joe Haldeman, entre muchos otros), Cameron quiso renovar la space opera a base de píxeles, captura de movimiento y sermón ecologista.

їLo consiguiГі? DejГ©moslo en que se forró como nunca, llenó las salas de gafas incomodísimas y puso la primera piedra de una saga a la que piensa dedicar el resto de su carrera (o casi).

‘Los juegos del hambre: En llamas’ (Francis Lawrence, 2013)

Entender la ciencia ficción de los ‘dosmildieces’ es imposible sin el auge de las franquicias young adult. Y menos aún sin el carisma de Jennifer Lawrence como Katniss, esa Diana cazadora y proletaria que generó émulos entre lo chuchurrío (Divergente) y lo entrañable (El corredor del laberinto) mientras conquistaba a las masas dentro y fuera de la pantalla.

Al igual que el pobre Peeta (Josh Hutcherson), esta nieta de La décima víctima, La larga marcha y otras ficciones sobre realitys asesinos es demasiado fácil de subestimar.

‘Under the Skin’ (Jonathan Glazer, 2013)

Desde los días de la Nouvelle Vague, los cruces entre la ci-fi y el arte y ensayo han sido, bien soporíferos, bien fascinantes. Heredero de El hombre que cayó a la Tierra, Friendship’s End y otros ejercicios de estilo, el tercer largo de Glazer nos lo recordó succionando el gore de la novela de Michel Faber para sustituirlo con un experimento verité.

Under the Skin convirtió a una estrella de cine en depredadora alienígena y la soltó en el extrarradio de Glasgow, a ver qué pasaba. Algo que no hubiese salido bien sin el arrojo de esa Scarlett Johansson que aceptó desnudarse, no por exigencias del guion, sino como cebo para el gran público.

‘Todo a la vez en todas partes’ (Daniel Kwan, Daniel Scheinert, 2022)

Aquello sí que parecía ciencia ficción: una comedia chorra con viajes dimensionales y dedos como salchichas arrasando en los Oscar. Pues sí, y no se explica solo mediante el poder de A24 o el poco fuste de los estrenos postpandemia.

Además de a su humor, su ternura y sus piedras con ojos, el éxito de Todo a la vez… se debió a la confianza en un público que, viniendo ya sobreestimulado de casa, asimiló de buen grado el aluvión de imágenes e ideas. ¿Acabará dejando huella en el género, o será solo un dulce espejismo?

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