Niños en Skid Row: cuatro familias inmigrantes forman una comunidad tenue

Marcela, la hija de Nubia Reyes, de 9 años, bosteza el 20 de marzo de 2024, mientras se despierta para prepararse para ir a la escuela después de pasar la noche en una tienda de campaña en Skid Row de Los Ángeles.

Cuando los enormes camiones sanitarios de color verde llegaron con estrépito, ocho de los 10 niños que vivían en el campamento de Skid Row estaban en la escuela, lo que alivió el estrés de los cuatro grupos de padres mientras metían sus pertenencias en bolsas de plástico y cajas de almacenamiento y desmantelaban sus carpas.

Los trabajadores sanitarios les dijeron que no podían conservar un dosel que protegiera su área de cocina o las paletas de plástico que usaban para mantener la ropa de cama alejada del frío concreto. Esas mínimas comodidades pronto fueron absorbidas por los camiones.

Pero no tuvieron tiempo de preocuparse por la pérdida. Nubia Reyes y Grecia Galecio habían recibido fresas en consignación de un corredor cercano y necesitaban venderlas. Salieron, empujaron sus carros más allá de las filas de las carpas y se mezclaron entre el clamor de la calle Los Ángeles, donde a diario los vendedores se agolpan en la acera para pregonar sus productos: fruta fresca, gorras de béisbol, estatuillas de la Virgen.

Venancia Apiñas y su esposo Kesly Poveda Sr. observan a la policía salir durante una limpieza de calles en Skid Row en Los Ángeles.

Las cuatro familias llegaron a Estados Unidos por aire y autobús desde El Paso y San Antonio después de cruzar la frontera de México hacia Texas. Vinieron de Nicaragua, Perú, Honduras y Venezuela sin conexiones con Los Ángeles. Entre ellos se encontraba una mujer de 22 años embarazada de gemelos y una madre soltera con tres niños pequeños.

Su pasaje fue pagado por grupos religiosos en Texas, y no estaba claro si los viajes estaban relacionados con la campaña del gobernador de Texas, Greg Abbott, para enviar inmigrantes en autobuses y aviones a otros estados. Una llamada a Caridades Católicas en San Antonio, la organización que una familia identificó como su patrocinadora, no fue respondida.

Skid Row, un ambiente intenso con gente semidesnuda deambulando sin rumbo, uso abierto de drogas y un hedor generalizado, es universalmente considerado un lugar inadecuado para que vivan los niños. Pero la nueva ola de inmigrantes que llegan desde Texas ha aumentado la presión sobre las agencias públicas y privadas que trabajan para evitarlo.

Las cuatro familias que vivían en comunidad en Skid Row se conectaron en Union Rescue Mission a dos cuadras de distancia en la calle San Pedro, donde permanecieron durante 90 días hasta que les pidieron que pagaran el alquiler.

Familias inmigrantes se reúnen para desayunar en Skid Row el 20 de marzo de 2024. ((Brian van der Brug / Los Angeles Times))

Desde octubre, la misión se ha visto abrumada por inmigrantes, que en su mayoría llegan hasta allí de boca en boca y ahora constituyen el 75% de los 400 miembros de las familias allí, dijo Kitty Davis-Walker, vicepresidenta de relaciones públicas.

Dado que las donaciones han disminuido desde principios del año pasado, la misión financiada con fondos privados decidió en diciembre que cualquiera que se quedara más de 90 días tendría que ayudar a cubrir sus costos contribuyendo con el 15% de los ingresos de su hogar.

“Algunos optan por irse después de los 90 días porque no quieren pagar una tarifa”, dijo Davis-Walker en un correo electrónico.

Luego de un viaje desde Nicaragua, Kesly Poveda Sr.; su esposa, Venancia Apiñas; y sus tres hijos más pequeños llegaron al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles en noviembre con instrucciones de la iglesia de San Antonio que pagó su pasaje para tomar un Uber a la misión. Cuando expiraron sus 90 días, pagar la tarifa no era una opción. Él y su esposa no tienen ningún permiso legal para trabajar.

Las familias que abandonaban la misión se dirigieron a un lugar frente a una instalación para personas sin hogar donde podían usar las duchas y las lavadoras.

Como vivían en la calle, Apiñas y su esposo resultaron heridos cuando un hombre los atacó con un palo en el lugar.

“Al menos no tenemos que preocuparnos por la comida”, dijo Apiñas. “Tenemos mucho de eso”.

Ese pequeño cambio ya es una mejora con respecto a su vida en Nicaragua. Allí vivían de la tierra, pescando y cultivando. Había días, dijo, en que su familia no tenía nada que comer hasta la cena.

Venancia Apiñas coloca una lona en la calle después de pasar la noche con su familia en una tienda de campaña de Skid Row. Las autoridades se llevaron la lona que cubría su cocina al aire libre durante un barrido de calles el día anterior.

Esta semana recibió una llamada de su hermana preguntándole si tenía dinero para enviar a casa. Tenía poca ropa y comida. ¿La idea hizo que Apiñas? llorar.

“Ella no conoce mi situación”, dijo. “No quería que ella se preocupara por eso”

Apiñas y su familia son parte de un éxodo masivo de la comunidad indígena miskita, descendientes de indígenas, europeos y africanos. Es la primera escalada significativa de la migración miskita a Estados Unidos desde la guerra civil nicaragüense de los años 1980.

Salieron de la cabaña de madera que compartían con un pariente en Puerto Cabezas, Nicaragua, en octubre, dos semanas después de que el gobierno encarcelara a Brooklyn Rivera, defensora y representante electa de las naciones miskitas.

Apiñas dijo que hay momentos en que siente que el viaje fue en vano.

“Esto no es lo que quería que mis hijos experimentaran”, dijo. “A veces me preguntaban por qué los traje aquí. Se oye a la gente gritar, pelear, tirar botellas al suelo”.

Hace tres días, su hija Valentina, de 9 años, se despertó cuando escuchó a un hombre gritar. “La sostuve en mis brazos y le dije que todo iba a estar bien”.

Nubia Reyes camina con su hijo y otros niños inmigrantes a la escuela en Skid Row en Los Ángeles.

La historia de estas familias inmigrantes de Skid Row llegó al Tribunal de Distrito de EE. UU. el lunes cuando el juez David O. Carter mostró fotografías de ellas a los participantes en la demanda de la Alianza por los Derechos Humanos de Los Ángeles, alegando que la ciudad y el condado no cumplen con su deber de cuidar a sus hijos. gente sin hogar.

Carter had visited the families Sunday after being tipped off by Kevin Call, one of several Skid Row watchers the judge cultivates as his eyes and ears on the street.

Lo que “me deprimió fue que Kevin y gran parte de la comunidad llamaron y dijeron: ‘Tenemos muchos niños aquí, juez. Vienen de Texas, vienen en autobuses'”.

La comunidad tiene poca fe en la eficacia de la Autoridad de Servicios para Personas sin Hogar de Los Ángeles, dijo Carter.

“Cuando pregunto: ‘¿Cómo le va a LAHSA?’ la comunidad me señala, ‘Bueno, ahí va un auto de LAHSA’”, dijo. “Dije: ‘¿Qué están haciendo?’… Básicamente, todos se echan a reír y dicen que no paran, que no hacen nada”.

Tres trabajadores comunitarios de LAHSA vinieron a hablar con las familias el martes por la mañana mientras The Times estaba en el lugar. Después de que se fueron, Apiñas dijo que se ofrecieron a buscar un refugio que los acogiera, pero dijeron que las mujeres y los niños tendrían que ir a uno y los maridos y los hijos adultos irían a otro.

Nubia Reyes, una madre soltera de Honduras, discute con su hijo, Dylan, de 2 años, mientras vende fresas en una esquina del centro de Los Ángeles.

En un comunicado el martes, LAHSA dijo: “Debido a la gran demanda de refugio, los equipos de extensión a veces remiten a las familias a programas de crisis para brindar ayuda más inmediata”.

Un refugio exclusivamente para mujeres en Skid Row tiene habitaciones para familias sin hombres adultos, dijo. “Es posible que un equipo derive a una familia allí, debido a la demanda de Centros de Soluciones Familiares, con el acuerdo de la familia”.

Muchas familias inmigrantes han sido alojadas en viviendas a través del programa Every Woman Housed.

“Actualmente estamos esperando noticias del equipo de administración de la propiedad allí para ver si podemos utilizar más de sus unidades”, dice el comunicado.

Al amanecer del miércoles, sólo quedaban dos carpas. Apiñas y Poveda se quedaron con sus cuatro hijos, incluido Kesly Jr., de 20 años, quien los había precedido a Estados Unidos y se unió a ellos después de vivir en el closet de un amigo durante un año. Reyes, que había regresado de su trabajo diario con fresas sin vender y una decepcionante ganancia de 30 dólares, también permanecía en una carpa con sus tres hijos, de 2, 3 y 7 años, resignados a la rudeza de la calle.

“Tienes esta imagen color de rosa de la vida aquí en los EE. UU., pero luego llegas y ves todo esto y no es lo que pensabas que sería”, dijo Reyes. “Es horrible”.

Las otras dos familias, incluida la madre embarazada, habían ido a un refugio. Apiñas dijo que pensaba que habían regresado a Union Rescue Mission, pero no estaba segura.

Jenifer Olivero, una migrante venezolana, desayuna con su hija, Steffani, de 3 años, en una cocina improvisada en Skid Row.

Debajo de una sombrilla de lona, Apiñas comenzó a cocinar huevos y tostar pan mientras los niños usaban agua de un balde para lavarse la cara y cepillarse los dientes. Kesly Poveda Sr. llevó a los niños al baño uno por uno. Según las normas del centro, los menores no pueden ir solos.

Cerca Reyes lavó ollas y sartenes con el mismo balde de agua. A las 7:30 a. m., mientras el sol seguía saliendo, Reyes y los niños se dirigieron a una parada de autobús cercana.

Mientras Apiñas los veía irse, les gritó a sus hijos. “Que dios los bendiga”, dijo. Que Dios los bendiga.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.