10 curiosidades sobre el Megalodón que quizá desconocías

Como todos los tiburones, el Carcharocles megalodon, o simplemente megalodón, tenía el esqueleto hecho de cartílago, un tejido que difícilmente se fosiliza; por eso no se ha conservado ninguna carcasa completa. Pero los dientes, en cambio, son un fósil relativamente común. A un paleontólogo aficionado no le costaría demasiado encontrar uno, y en Internet se venden a unos doscientos euros. Están hechos de esmalte, que es mucho más duradero, y si a esto añadimos que a cada ejemplar se le caían cientos de ellos a lo largo de su vida y que estos escualos estuvieron unos 17 millones de años sobre la Tierra, se resuelve el misterio.

Aprovechando que se trata de un antepasado de los tiburones actuales, en los últimos años estos dientes –y algún fragmento más– se han podido usar para hacer estudios de morfología comparada que nos dan una idea de cuáles eran su aspecto y hábitos. Comentamos diez curiosidades sobre esta bestia, lo más parecido a un Leviatán que haya acechado en las profundidades.

Diferencia entre un diente de megalodón y uno de tiburón blanco.

Los dientes, una reliquia conocida por los antiguos

Plinio el Viejo (c. 23-79) ya se refirió a los dientes de megalodón en su Historia Naturalis. Según la mitología romana, eran lenguas humanas petrificadas, y en el Medievo se tenían por los vestigios de algún dragón bíblico y se creía que tenían propiedades curativas. En la América precolombina, por su parte, se usaban para hacer puntas de lanza, cuchillos y joyas.

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Pariente del tiburón blanco, pero muy lejano

Por su similitud con el tiburón blanco, los taxonomistas del siglo XIX lo asignaron erróneamente a la familia de los lámnidos. Hoy se prefiere considerarlo parte de los Otodontidae, que se separaron de los escualos modernos hace cien millones de años.

Un estudio pionero realizado por investigadores de la Universidad de Bristol, publicado en Scientific Report, ha descubierto que la evolución de sus dientes fue un subproducto del tamaño que llegaron a alcanzar, en lugar de una adaptación a nuevos hábitos de alimentación.

¿Qué significa megalodón?

El nombre fue un invento del naturalista suizo Louis Agassiz (1807-1873), célebre opositor, por cierto, del evolucionismo de Charles Darwin (1809-1882). Procede del griego megas, grande, y odous, diente.

Un tamaño de récord

El consenso es que el tamaño promedio del megalodón estaba en los 10,3 metros, aunque algunos ejemplares pudieron llegar a los 17 e incluso los 20 metros. A su vez, los que menos pesaban 50 toneladas, y los que más, 100.

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¿A qué pez actual se parecería?

En películas como Megalodón (2018) lo presentan como una versión robusta del tiburón blanco, pero, según los científicos, también podría haber sido parecido a los actuales tiburón peregrino o tiburón tigre de arena.

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Más fuerte que el t-rex

Repartidos en cinco hileras, tenía alrededor de 276 dientes de unos 18 cm de longitud cada uno, y la mandíbula abierta podía alcanzar los dos metros de extremo a extremo. La fuerza de mordida, por su parte, se estima en 182.201 newtons para los ejemplares de 20 metros, cinco veces mayor que la del Tyrannosaurus rex.

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Su estrategia de caza, matar en la primera acometida

Por las lesiones observadas en fósiles de ballenas, se cree que el megalodón rompía la caja torácica de sus presas con el primer bocado, a diferencia del tiburón blanco, que empieza siempre por las partes blandas.

¿Tenía competencia?

Compitió con otros grandes cazadores –sobre todo con cetáceos prehistóricos, los antecedentes de los actuales cachalotes–, pero la combinación de su tamaño, velocidad, fuerza de mordida y estrategia de caza lo convierten en el principal depredador de su tiempo y uno de los más eficaces que hayan existido.

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Un pez cosmopolita

La amplísima distribución de los fósiles indica que habitó en los dos hemisferios. De un modo similar a los grandes tiburones actuales, podía habitar en un amplio rango de ecosistemas marinos, aunque prefería las áreas subtropicales y templadas.

¿Por qué se extinguió?

Su extinción se ha relacionado con el cierre del istmo de Panamá (hace tres millones de años), que separó el Pacífico y el Atlántico y provocó la extinción de la mayoría de los cetáceos –su fuente de alimento principal–, y con las glaciaciones del Plioceno tardío.