Un silencio cómplice

Diana Saray Giraldo.

Venezuela es una dictadura. La llegada al poder de Hugo Chávez marca el fin de la democracia de ese país y la pérdida de toda posibilidad de tener elecciones presidenciales libres. Desde el inicio de gobierno de Chávez, en 1999, el autoritarismo se implantó en Venezuela, que luego, en manos de Nicolás Maduro, arreció cada vez más, hasta destruir en su totalidad la institucionalidad de un país, que pasó de ser el más rico de Latinoamérica, gracias a la renta petrolera, a tener, según cifras de la Encuesta sobre Condiciones de Vida, al 53,3 por ciento de los venezolanos en situación de pobreza extrema y a ser el país más desigual del mundo. Como consecuencia, cerca de 5 millones de venezolanos han abandonado su país.

Año tras año, la oposición política ha buscado de todas las formas derrotar a Nicolás Maduro. Pero el chavismo siempre ha encontrado la manera de salir “ganador” en elecciones ilegítimas. Y esta vez, tristemente, parece que no será la excepción.

En octubre del año pasado, la oposición venezolana y el Gobierno de Maduro adelantaron unos diálogos con miras a tener elecciones libres. Como consecuencia de estos diálogos, se firmó el Pacto de Barbados, un acuerdo que supuestamente permitiría que la oposición de Venezuela participara en las elecciones presidenciales de julio de 2024 con todas las garantías electorales.

Esperanzados en que Maduro cumpliría su palabra, el Gobierno de Estados Unidos apoyó el acuerdo y anunció que levantaría las sanciones impuestas a Venezuela de manera temporal para que adelantara transacciones en los sectores gasífero y petrolero, principalmente. Pero el mayor gesto de apoyo (e ingenuidad) del Gobierno de Joe Biden fue liberar a Álex Saab a cambio de la libertad de cinco prisioneros políticos detenidos injustamente en Caracas.

Pero ningún dictador tiene palabra, y después de que Maduro tuvo a Saab en casa, el Tribunal Supremo de Venezuela, órgano cooptado por el chavismo, decidió que María Corina Machado estaba inhabilitada para ocupar cargos públicos y, por lo tanto, no podía ser candidata. A pesar de la insistencia, el Gobierno Maduro no cedió y no permitió la participación de María Corina.

A pocas horas de que se cerraran las inscripciones, María Corina Machado cedió su candidatura a la literata Corina Yoris, quien asumiría el reto de aspirar a la presidencia. Pero sin que hasta hoy haya explicación, la Mesa de la Unidad Democrática de Corina Yoris no pudo acceder a la plataforma de inscripción y se quedó por fuera. Ante el evidente abuso de poder, y por los reclamos internacionales, el chavismo le dio un par de horas a la plataforma unitaria para sacar un candidato de la manga e inscribirlo. Es así como la oposición logró inscribir al internacionalista y diplomático Edmundo González Urrutia, un nombre casi desconocido, para al menos reservar el espacio de la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática. Pero aún no se sabe si este nombre se mantendrá o será reemplazado por otro candidato.

El lío ahora es que casi a la medianoche, cuando se agotaba el término para inscribir candidatos, Manuel Rosales, contendor de Chávez en 2006, postuló su candidatura, lo que no cayó bien en la Plataforma Unitaria de la oposición. Rosales ha dicho que solo quiso salvar un espacio para la oposición, pero lo han acusado de hacerle juego al chavismo con esta inscripción. Desde la Plataforma Unitaria dicen que no tiene lógica que haya incluido su nombre y no el de Corina Yoris, quien tenía la bendición de la oposición. Ahora el reto será consolidar una sola candidatura y evitar que no se dividan los votos de quienes no quieren más a Maduro en el poder.

A pesar del abierto atropello contra María Corina Machado, del incumplimiento del Gobierno venezolano al Acuerdo de Barbados, de la exclusión de Corina Yoris del registro electoral y de la consolidación de la tiranía de Maduro, el Gobierno colombiano sigue con su tibieza, y casi indiferencia, con lo que sucede en Venezuela.

Con un blando comunicado, la Cancillería colombiana expresó su preocupación “por los recientes acontecimientos acaecidos con ocasión de la inscripción de algunas candidaturas presidenciales, particularmente en lo relativo a las dificultades que enfrentaron sectores mayoritarios de la oposición”, fueron las palabras del Gobierno nacional.

Con el tono bravucón de siempre, el canciller venezolano, Yván Gil, dijo que este comunicado es una injerencia irrespetuosa de Colombia, que solo “busca minar el proceso de normalización de las relaciones diplomáticas, políticas y comerciales, que ha sido promovido por nuestros presidentes”. Maduro también rechazo la comunicación. Ante esto, el presidente Petro le respondió casi que con ternura: “No hay izquierda cobarde, hay la probabilidad de, a través de profundizar la democracia, cambiar el mundo. La magia de Chávez fue proponer democracia y cambio del mundo…”. ¿La magia de Chávez? ¡La magia de Chávez fue destruir su país y acabar la democracia, jamás profundizarla!

Es vergonzosa la tibieza de este Gobierno con los desafueros de Nicolás Maduro. Mientras Petro muestra los dientes y amenaza con romper relaciones con Israel si no respeta el cese el fuego en Gaza, parece ciego y sordo ante el abuso constante del régimen venezolano.

Es una pena para nuestro país que el presidente Petro sea hoy el principal aliado de Nicolás Maduro en Latinoamérica y que, no contento con hacerse el de la vista gorda con los abusos de Maduro, insista en diseñar un futuro de asociaciones económicas con Venezuela.

Nicolás Maduro es un dictador y a los dictadores no se les estrecha las manos. El silencio de Petro ante el autoritarismo de Maduro lo están convirtiendo en su mayor cómplice.