El presidente Gustavo Petro, en un encuentro en Nariño con su excomandante en el M-19, hoy delegado del alto comisionado para la Paz, a bordo del avión presidencial.
Proceso de Paz
Crónica del encuentro del Presidente con un firmante de la paz que fue su jefe, Carlos Erazo
Carlos Erazo representará al alto comisionado de Paz en los procesos regionales.
Augusto Cubides
La primera vez que Carlos Erazo vio a Gustavo Petro fue a mediados de 1988, en las montañas de Ortega, en el sur del Tolima, cuando se le presentó como enviado de Carlos Pizarro. Erazo era el comandante del único frente de guerra que tenía el M-19 en el Tolima y en esa región del centro del país: el ‘Jorge Eliécer Gaitán’.
A Erazo lo conocían como Nicolás o Padremío. Era el jefe de esa unidad, mientras que Petro era uno más del centenar de guerrilleros que lo acompañaban. Era el comandante y todos, incluido el hoy Presidente de Colombia, tenían que obedecerle y acatar sus órdenes.
“Era un muchacho joven, muy delgado, demasiado flaco, de gafas grandes, inteligente, culto, arrogante y muy informado de lo que pasaba en esa región”. Así recuerda Erazo a Petro 36 años después del primer encuentro.
Petro llegó al Tolima enviado por Pizarro con una sola misión: explorar y adelantar diálogos con las fuerzas vivas de ese departamento para mirar las posibilidades de encontrar una salida pacífica y política.
Erazo, de tez morena, mediana estatura y musculoso, oriundo de Tuluá, Valle del Cauca, tiene el acento intacto como si no hubiera vivido 23 años en la lejana Noruega. Cuenta que “la llegada de Gustavo fue muy importante porque dinamizó la política y las propuestas del M-19 en el Tolima. Cumplió un papel importante en el desarrollo de eventos con las fuerzas vivas que en cierta forma ambientaron en la región el proceso que sin saberlo se iba a venir pocos meses después”.
(Además: Venezuela y los otros temas que Lula abordará con Petro durante su visita a Colombia).
De allí y luego de dos años largos de múltiples reuniones con la sociedad civil y autoridades municipales, departamentales y nacionales, salieron con Carlos Pizarro hacia Santo Domingo, en el Cauca, donde meses más tarde firmarían la paz con el gobierno de Virgilio Barco.
Una vez instalados en Santo Domingo, en la mañana del 9 de enero de 1990, Erazo, con traje militar y ante delegados de varios países, encabezó la ceremonia de dejación de las armas. Por instrucciones del propio Pizarro y el Comando Superior del Eme, caminó firme pero seguro hacia donde estaban los guerrilleros debidamente formados. Con sonora voz militar impartió la que sería su última orden: “Por la paz, ¡dejad armas!”. Se quitó la subametralladora MP5, de fabricación alemana, que llevaba sobre los hombros. La depositó donde estaba el resto del armamento y se dirigió hacia Pizarro: “Permiso comandante, parte del cumplimiento de su orden. Hemos realizado el acto de dejación total de las armas. ¡Hemos cumplido!”.
Erazo es el segundo de los 11 hijos de Flor María Murcia. Perdió a dos hermanos, uno de ellos detenido y desaparecido con su esposa “por personal del DAS y la XIII Brigada de Bogotá”. En enero de 1979 fue detenido, torturado y llevado al famoso Consejo Verbal de Guerra de La Picota junto con otros miembros del Eme luego del robo de las armas del Cantón Norte, en la noche de año nuevo de 1978. Fue amnistiado en mayo de 1982.
Lo ocurrido en Santo Domingo era el final de esta parte de su historia. A partir de ese día, los exguerrilleros se fueron a ciudades y pueblos para hacer política y, claro, a vivir los rigores y el vértigo de la vida civil.
Ahora, después de 36 años de la primera vez que se encontraron cara a cara, Erazo y Petro no se reunieron en un cambuche o en una calle de Colombia. Se encontraron quizás en el sitio donde ni ellos y ni el mismo García Márquez, padre del realismo mágico, se hubiesen podido imaginar: el avión oficial de la Presidencia de la República. Erazo, como un ciudadano común y corriente que se suma al equipo que lidera Otty Patiño, el alto comisionado de Paz. Y Petro, como Presidente de todos los colombianos.
Solo se habían visto un par de veces luego de la firma de la paz con el gobierno del presidente Virgilio Barco. Ahora, con unos kilos de más y sin mucho pelo sobre sus cabezas, pero con las ganas y el ímpetu de siempre, van camino a explorar y concretar un nuevo acuerdo que le devuelva la tranquilidad y la paz al sur del país.
(No deje de leer: Vargas Lleras dice que el presidente Petro hará la constituyente a través de un decreto de emergencia).
El Presidente iba para Samaniego, Nariño, a un consejo de seguridad y fue sorprendido dentro del avión cuando le anunciaron la presencia de su excomandante. Allí, refundido entre sus acompañantes de viaje y en medio de escoltas y asesores, estaba Erazo. Se fundieron en un sentido y profundo abrazo. Tan largo como el tiempo que dejaron de verse. Luego, entre risas y chistes, el Presidente lo tomó del brazo y lo llevó a la parte delantera.
Allí, en presencia del ministro de Defensa, de Laura Sarabia, del director de la Policía y de los comandantes del Ejército y del comandante general de las Fuerzas Militares, conversaron durante el vuelo como dos amigos de infancia que se volvían a encontrar.
Y fueron al grano: la paz en los territorios y, más exactamente, en Nariño, uno de los departamentos azotados por las guerras por las economías ilícitas que han dejado cientos de muertos y miles de familias desplazadas de sus territorios.
Precisamente, Erazo llegó de Noruega, donde vivió los últimos años, para representar al comisionado de Paz en los procesos regionales como el que el gobernador de Nariño adelanta en su departamento con el frente ‘Comuneros del Sur’ del Eln.
Mientras se posesiona, Carlos Erazo va invitado en la comitiva presidencial, junto al ministro de Defensa, el alto mando militar, la jefa del gabinete, el comisionado para la Paz y los directores de la Dirección Nacional de Inteligencia y la Unidad Nacional de Protección, entre otros.
(Siga leyendo: Petro habla de posibilidad de que Ecopetrol explote gas y petróleo en frontera colombo-venezolana).
En Nariño, los esperaban el gobernador y más de 15 alcaldes de la región para analizar los distintos hechos de criminalidad y desplazamiento forzoso de las últimas semanas.
Ahora este firmante de la paz deberá acudir a su experiencia para terminar de convencer a los actuales grupos ilegales que la guerra no es la vía. El camino siempre será el diálogo para llegar a la anhelada paz.
Augusto Cubides – Especial para EL TIEMPO
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