Las salidas en falso de Lula desdibujan su objetivo de ser un líder mundial

Este año, Lula está ganando más presencia en el escenario internacional gracias a que tiene la presidencia del G20.

Latinoamérica

Las salidas en falso de Lula desdibujan su objetivo de ser un líder mundial

Gestos provocadores sobre Venezuela, Rusia y Gaza obstaculizan su objetivo de política exterior.

OLIVER STUENKEL – Americas Quarterly

A principios de 2022, cuando faltaban poco más de ocho meses para las elecciones presidenciales de Brasil, Jair Bolsonaro hizo una petición bastante inusual a su ministro de Asuntos Exteriores, Carlos França. Su oponente, Luiz Inácio Lula da Silva, estaba siendo agasajado en las capitales europeas y fue recibido como un estadista en Madrid y París, donde prometió a los votantes brasileños que superaría el aislamiento diplomático en el que el presidente Bolsonaro había sumido al país.

Deseoso de impedir que la imagen de Lula se siguiera consolidando a nivel mundial, Bolsonaro le pidió a França que organizara reuniones bilaterales con líderes internacionales, preferiblemente de Occidente –todo un reto, dado que los gobiernos de toda Europa y Norteamérica hicieron poco por ocultar su preferencia por Lula, visto como un socio mucho más fiable que Bolsonaro–. Al final, solo dos líderes estuvieron dispuestos a recibir a Bolsonaro: el húngaro Viktor Orbán, que accedió a una breve sesión fotográfica mientras estaba en campaña para su reelección, y Vladimir Putin, que cinco días después de la visita inició la invasión rusa a gran escala en Ucrania. Transcurrido más de un año del tercer mandato de Lula, las esperanzas de Occidente se han cumplido en gran medida. Brasil ha vuelto a estar plenamente comprometido con el fortalecimiento del multilateralismo, ha avanzado en la lucha contra la deforestación más de lo que muchos expertos esperaban y ha normalizado los lazos con países de todo el mundo. Este año, Brasil tiene la presidencia del G20 y las prioridades –combatir el hambre, promover el desarrollo sostenible y reformar las instituciones internacionales– que pondrá en la agenda se consideran sensatas, y tanto el ministro de Asuntos Exteriores, Mauro Vieira, como el sherpa (negociador) del G20, Maurício Lyrio, se consideran competentes en la preparación de la cumbre de líderes que se celebrará en noviembre, en Río de Janeiro.

La decisión de Brasil de acoger la COP30 en Belém, en 2025, simboliza la loable voluntad de asumir un papel más importante en la lucha contra el cambio climático.

Por otro lado, la decisión de Brasil de acoger la COP30 en Belém, en 2025, simboliza la loable voluntad de asumir un papel más importante en la lucha contra el cambio climático. Como escribió recientemente mi colega Matias Spektor sobre Lula, “pocos líderes podrían presumir, al asumir el cargo, de haber inducido suspiros de alivio tanto al presidente chino, Xi Jinping, como al presidente estadounidense, Joe Biden” –y junto con ellos, probablemente a la mayoría de los líderes de Europa, América Latina y de todo el sur global–. El relevo presidencial en Brasil ha producido resultados tangibles: Lula fue invitado a participar en la Cumbre de Líderes del G7, celebrada el año pasado en Japón, lo que demuestra que el país recuperó con la salida de Bolsonaro su capacidad para marcar agenda en la escena internacional. Junto con el indio Narendra Modi, Lula es hoy el líder político más visible del sur global. La reputación de Lula también se ha beneficiado de una tasa de crecimiento del 2,9 %, que es mejor de lo esperado, y de una reforma fiscal histórica, lo que explica por qué muchos inversores internacionales están dispuestos a mirar de largo ante la recurrente retórica populista del presidente contra “los mercados” y sus críticas al presidente del Banco Central y a los límites de gasto (una respuesta a unos índices de aprobación algo más bajos).

Reducir tensiones

Los observadores también han tomado nota de la capacidad de Lula para reducir las tensiones políticas tras la violenta insurrección de los partidarios de Bolsonaro, en enero de 2023. Su relación amistosa con el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, un protegido de Bolsonaro que suena para 2026, simboliza una notable vuelta a la normalidad en la política brasileña, lo que ayuda a calmar a los inversores. Pese a la buena recepción mundial con la que se encontró Lula a su regreso al palacio presidencial de Brasilia, uno no puede sino lamentar las muchas oportunidades perdidas de su política exterior. El esfuerzo por relanzar Unasur durante una cumbre presidencial en Brasilia el año pasado –una empresa sensata, dada la falta de una cooperación regional más significativa– será recordado por la enfática defensa de Lula de la “legitimidad democrática” del presidente venezolano Nicolás Maduro, que llevó a varios presidentes a discrepar con él públicamente y ensombreció toda la reunión. Aunque es bien conocida la debilidad de Lula por Maduro, su decisión de recibir al presidente venezolano con mucha fanfarria antes de la cumbre, en lugar de hacerlo con más discreción después del encuentro, fue un error innecesario, como reconocen en privado varios funcionarios del Gobierno.

Su decisión de recibir al presidente venezolano con mucha fanfarria antes de la cumbre, en lugar de hacerlo con más discreción después del encuentro, fue un error innecesario.

Del mismo modo, el hábito inquietante de Lula de mofarse de los líderes de la oposición perseguidos en autocracias como la venezolana –recientemente dijo que María Corina Machado, a la que se le prohibió presentarse a las elecciones en Venezuela, debería “dejar de llorar” e incluso comparó la oposición venezolana con el bolsonarismo– puede jugar bien en un segmento de sus bases izquierdistas, pero acaba debilitando las voces pro-Lula en muchas capitales de todo el mundo, especialmente en Estados Unidos, Europa y América Latina. Todo esto es más notable en tanto que Maduro no actúa como un aliado de Lula. Todo lo contrario. La retórica amenazante de Maduro contra la vecina Guyana es una bofetada a las ambiciones de liderazgo de Brasil, desafía con socavar la estabilidad geopolítica de Sudamérica –un activo clave para atraer inversores en un contexto global cada vez más inestable– y demostró la escasísima influencia de Brasil sobre el presidente de Venezuela. El Gobierno brasileño tardó hasta el 26 de marzo en expresar finalmente su “preocupación” sobre la oposición venezolana, añadiendo que la exclusión de Corina Yoris (la que iba a reemplazar a Machado ante la imposibilidad de inscribirse) “no es compatible con los acuerdos de Barbados”. Esto se manifestó tardíamente a sabiendas de que ha sido obvio durante meses que Maduro no tiene ninguna intención en permitir unas elecciones genuinamente competitivas. Cuando se trata de Rusia, la falta de voluntad de Lula para imponer sanciones contra Moscú es comprensible. Rusia es un proveedor clave de fertilizantes del que depende la agroindustria brasileña, y la política exterior general de Lula se guía por la no alineación. Pero su frecuente retórica pro-Putin tiene un costo reputacional que no le genera grandes beneficios.

En una rueda de prensa durante un viaje a África, el presidente argumentó cínicamente que es necesario esperar una “investigación” del Gobierno ruso sobre la muerte del líder opositor Alexei Navalny, plenamente consciente de que una investigación independiente sobre la muerte de Navalny era tan improbable como la del accidente del avión Embraer en el que murió el líder mercenario y opositor a Putin, Yevgeny Prigozhin, el año pasado. Del mismo modo, la controvertida comparación de Lula entre la guerra de Israel en Gaza y el Holocausto puede haber producido algún beneficio temporal entre sus partidarios más acérrimos en casa, pero fue vista en gran medida negativamente en el extranjero, al tiempo que socavó el intento del presidente de acercarse a los votantes evangélicos.

Una retórica que no ayuda

Ya sea en Venezuela, Gaza o Ucrania, donde el presidente de Brasil espera ser visto como un negociador legítimo por ambas partes de una crisis, su retórica no le está ayudando.

Todo ello limita la capacidad de Lula como constructor de puentes y mediador en un entorno marcado por el aumento de las turbulencias geopolíticas. Ya sea en Venezuela, Gaza o Ucrania, donde el presidente de Brasil espera ser visto como un negociador legítimo por ambas partes de una crisis, su retórica no le está ayudando. Por último, cuando se trata de la crisis de Haití, un asunto en el que Lula tomó iniciativa hace 20 años, Brasil ha pasado a un segundo plano, a pesar de que sus fuerzas armadas podrían contribuir al debate, incluso sobre cómo evitar los errores que cometió en el pasado. De cara al futuro, el mayor reto de Lula es asegurarse de que su estrategia de no alineación sea comprendida por Occidente, por un lado, y por el eje Rusia-China, por el otro. La intención inicial de Lula de invitar a Putin a la cumbre del G20 en Río no solo se considera un movimiento prorruso –Lula tendría que presionar a la justicia brasileña para que no active la orden de arresto vigente de la Corte Penal Internacional contra Putin–, sino que también corre el riesgo de desviar la agenda sobre las cuestiones que Brasil quiere conseguir durante su presidencia del G20. En lo que respecta al recién ampliado grupo Brics, Brasil, que en el pasado siempre ha tratado de suavizar las declaraciones de la cumbre, puede tener dificultades para evitar que el bloque se posicione como un club explícitamente antioccidental, sobre todo teniendo en cuenta que la próxima cumbre de octubre se celebrará en Rusia. No cabe duda de que Putin aprovechará el encuentro para mostrar al mundo que no está aislado y afirmar que está ganando la guerra contra Ucrania. No ayuda el hecho de que los comentarios más polémicos de Lula se produzcan a menudo durante largos viajes internacionales.

AUTOR: OLIVER STUENKEL (*) Americas Quarterly – SÃO PAULO (*) Columnista de Americas Quarterly y profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas de São Paulo. Autor de ‘The BRICS and the Future of Global Order’ y ‘Post-Western World: How Emerging Powers Are Remaking Global Order’.

OLIVER STUENKEL – Americas Quarterly

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