La fascinante vida (y enorme influencia) de J. G. Ballard, el autor del relato que inspira el dress code de la Met Gala 2024

“Al atardecer, cuando la gran sombra de la villa alcanzaba la terraza, el conde Axel abandonó su biblioteca y bajó los anchos escalones de estilo rococó que conducían hacia las flores del tiempo”. Así arranca The Garden of Time, el relato corto de 1962 del escritor británico J. G. Ballard (Shanghai, 1930 – Londres, 2009) que inspira la temática y el dress code de la Met Gala 2024, que tendrá lugar el próximo 6 de mayo en Nueva York.

Esas flores del tiempo del cuento son delicadas flores con un corazón de cristal que el conde arranca una a una de su jardín con el propósito de detener momentáneamente una horda, “un vasto y confuso tropel de gente, hombres y mujeres entremezclados con unos cuantos soldados de raídos uniformes, y todos ellos avanzando como una marea humana” hacia la preciosa villa repleta de obras de arte en la que Axel vive con su esposa. Pero la llegada de la oscuridad, al final, es inevitable.

Es por supuesto una alegoría sobre la fugacidad de la existencia humana (y del nada permanece, y menos la belleza) cincelada con la habitual prosa melancólica y onírica del autor, siempre pesimista sobre el decaimiento de la sociedad.

Es una inspiración a priori más rebuscada y compleja para interpretar desde el punto de vista de la moda que las de años anteriores (especialmente en comparación a 2023: el homenaje a Karl Lagerfeld no dejaba dudas sobre el referente), pero tiene mucho más sentido si se conecta con la exposición que podrán ver este año los asistentes, titulada Sleeping Beauties: Reawakening Fashion (Bellas durmientes: el despertar de la moda), y que acogerá como en años anteriores el Anna Wintour Costume Center, el ala del Metropolitan Museum dedicada a albergar las colecciones del Costume Institute.

De acuerdo a la organización, “se expondrán aproximadamente 250 prendas y accesorios que abarcan cuatro siglos [entre ellas, un corpiño isabelino del s. XVII y muchos diseños trabajados con seda], unidos visualmente por una iconografía relacionada con la naturaleza, que servirá como metáfora de la fragilidad y lo efímero de la moda así como un vehículo para examinar los temas cíclicos del renacimiento y la renovación”.

La exposición dará además nueva vida a estos objetos históricos a través de activaciones creativas e inmersivas diseñadas para transmitir los olores, sonidos, texturas y movimientos de prendas que ya no pueden interactuar directamente con el cuerpo. Es decir, que no pueden ser vestidas, a diferencia de las que llevarán los asistentes, que deberán interpretar la fugacidad y fragilidad de la moda, la vida y la belleza, ayudándose de elementos relacionados con la naturaleza.

J. G. Ballard en los años 80.

La conexión con The Garden of Time queda pues clara, y además sirve para reivindicar la figura de J. G. Ballard, un autor con una carrera interesantísima y una obra que todavía es rabiosamente relevante, pero que no llegó a un público amplio hasta los 54 años, cuando publicó El imperio del sol (1984), la novela que luego Steven Spielberg llevó al cine con las actuaciones de John Malkovich y un jovencísimo Christian Bale.

Narra las experiencias de un niño británico durante la ocupación japonesa de Shanghái, y es semiautobiográfica, ya que el autor nació en la ciudad china, donde estaba destinado su padre, y durante la Segunda Guerra Mundial él y su familia estuvieron internados en un campo de concentración japonés, lo que marcó el resto de su vida (admite que no todas las experiencias allí fueron necesariamente infelices, pero sí despertaron en él una conciencia atea –a pesar de que nunca perdió el interés por las religiones– y un cierto pesimismo vital).

El imperio del sol es de obligada lectura en muchos sistemas educativos anglosajones y por eso es la más conocida con diferencia, pero su estilo tiene poco que ver con el que cultivó en sus comienzos (y durante gran parte de su trayectoria) antes de convertirse en un autor mundialmente conocido.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Ballard se trasladó a Gran Bretaña con su madre y su hermana (su padre se quedó en China), y en 1949 empezó a estudiar medicina en el King’s College de Cambridge con la intención de formarse luego como psiquiatra. En la universidad fue donde comenzó a escribir relatos muy vanguardistas, influenciados por el psicoanálisis y el surrealismo, tan en boga en aquella época.

La escritura se fue convirtiendo poco a poco en su gran pasión, hasta el punto de abandonar medicina para estudiar literatura inglesa, pero se dio cuenta de que lo que quería realmente era publicar sus relatos cortos, así que compaginó distintos empleos (desde trabajar para una agencia de publicidad hasta vender enciclopedias) mientras buscaba infructuosamente una editorial.

En 1954 tuvo una crisis de identidad, se enroló en la Royal Air Force y fue destinado a Canadá, aunque tampoco vio futuro en el ejército y sólo tardó un año en volver a Inglaterra. Aquel periodo le sirvió por lo menos para empezar a leer revistas de ciencia ficción, mucho más extendidas entonces en Norteamérica que en Europa, y a interesarse por el género.

A su vuelta a Gran Bretaña conoció a Helen Mary Matthews, una secretaria del periódico Daily Express, con la que se casó y tuvo tres hijos. Las nuevas responsabilidades no le empujaron sin embargo a abandonar su pasión y se dedicó a escribir relatos de ciencia ficción para revistas a tiempo completo, aunque no le interesaban las convenciones mainstream del género y seguía más motivado por el vanguardismo, especialmente por el recién nacido pop art.

Como él mismo decía, no le interesaba “el futuro lejano y las naves espaciales”, sino la manera en la que el mundo estaba evolucionando, con “el desarrollo de las comunicaciones, el turismo masivo y los vastos suburbios dominados por la televisión y el conformismo… eso era en sí mismo una forma de ciencia ficción y existía en el presente”.

Incapaz no obstante de ganarse la vida con ello, Ballard aceptó a finales de los 50 un empleo como editor de una publicación científica y en 1960 se mudó con su familia a Shepperton, una localidad situada a 24 km de Londres en la que vivió hasta su muerte.

Una nueva crisis de fe le empujó otra vez a dejarlo todo para dedicarse de lleno a la escritura y en 1962, además de The Garden of Time (relato que por otra parte condensa bastante bien su estilo), publicó sus dos primeras novelas, The Wind from Nowhere (El viento de ninguna parte) y sobre todo The Drowned World (El mundo sumergido), que le consolidaron como uno de los autores a seguir en la nueva ola de la ciencia ficción inglesa, una corriente bastante disgregada pero cuyos miembros –otro de su grandes exponentes fue Michael Moorcock– tenían en común romper con las convenciones del género y la hegemonía cultural.

Lo verdaderamente interesante de J. G. Ballard (y lo que le hace tan relevante hoy en día) es que se empezó a volcar en reflejar los efectos de las catástrofes naturales en el mundo, la civilización y el individuo, creando a su vez un subgénero –inner space (espacio interior)– que exploraba la ciencia ficción desde el punto de vista psicológico.

El mundo sumergido es el mejor ejemplo de ello, ya que se centra en un futuro no muy lejano en el que el calentamiento global ha derretido los casquetes polares y sumergido gran parte del planeta, incluida la ciudad de Londres, donde transcurre la acción y donde sus personajes simbolizan la transformación de la condición humana a partir de ello. El novelista Kingsley Amis (también padre de Martin Amis) comparó en su momento a Ballard con Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas) y le posicionó como “una de las más brillantes estrellas de la ficción de la posguerra”.

El autor consiguió así el reconocimiento que tanto ansiaba desde hacía más de una década, pero muy poco después la vida le golpeó con dureza: en 1964 su mujer murió a causa de una neumonía, cuando sus tres hijos eran todavía de corta edad.

“Nos crio él solo después de la muerte prematura de mi madre cuando teníamos cinco, siete y nueve años” escribió una de sus hijas, Bea Ballard, en un obituario que se publicó después de su fallecimiento. “Eran los años 60, y los padres que se habían quedado viudos no hacían eso. Sus amigos se mostraron escépticos, pero nos crio como un padre, una madre y mucho más que eso. Por suerte, su trabajo le permitía quedarse en casa para cuidarnos y hacía malabares para encontrar algo de tiempo para escribir. Cuando no estaba llevándonos al colegio, planchando corbatas o cocinando salchichas con puré de patatas, escribía sus novelas y relatos… en un momento se sacaba una distopía de la manga y en otro se sentaba a ver dibujos animados con nosotros”.

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Efectivamente, el duro golpe no desalentó a Ballard y siguió escribiendo, sobre todo cuentos cortos por falta de tiempo dadas sus circunstancias, aunque publicó también algunas novelas que tenía ya empezadas y que seguían la estela de las anteriores, como The Burning World (La sequía; 1965), ambientada en un mundo en el que escasea el agua debido a la enorme cantidad desechos industriales vertidos sobre los océanos.

Ballard sin embargo ha sido siempre un autor inclasificable, en constante búsqueda de nuevos territorios, a veces muy controvertidos, como los que exploró en la novela más polémica de su carrera, Crash (1973), una meditación (bastante explícita y con un alter ego protagonista) sobre la relación entre el deseo sexual y los accidentes automovilísticos. Llevó el fetichismo en la literatura a otro nivel, dividió por completo a la crítica y al público y cuando su adaptación cinematográfica se estrenó muchos años después –en 1996, dirigida por David Cronenberg y protagonizada por James Spader y Holly Hunter–, estuvo a punto de ser vetada en Inglaterra y recibió abucheos y un premio especial del jurado en el Festival de Cannes, lo que enfureció a su presidente, Francis Ford Coppola, quien se negó a entregárselo personalmente a Cronenberg.

La publicación una década más tarde de El imperio del sol supuso un antes y un después para Ballard, pero no cambió su personalidad como escritor y siguió desafiando expectativas hasta su muerte. A finales de siglo publicó por ejemplo dos novelas (muy bien recibidas, especialmente la segunda) –Cocaine Nights (1996) y Super-Cannes (2000)– centradas en el lado oscuro de los resorts y comunidades residenciales de lujo, y en las que, sin perder el tinte distópico, juega con elementos propios de los géneros del crimen y el misterio.

Su desconfianza de las élites también le llevó a rechazar la condecoración de la Orden del Imperio Británico en 2003, y poco tiempo después, en 2006, le diagnosticaron un cáncer de próstata terminal, que acabó con su vida en 2009, no sin antes dejar publicada una autobiografía.

Y su influencia siempre permanecerá: en vida inspiró desde canciones de Joy Division (Atrocity Exhibition y Disorder) y Manic Street Preachers (Mausoleum y A Billion Balconies Facing the Sun) hasta un movimiento tan relevante culturalmente como el cyberpunk (el propio William Gibson así lo corrobora). Ahora, 15 años después de su muerte, su espíritu estará muy presente en la Met Gala 2024 (aunque sea de manera efímera, como la moda y la belleza).

54 looks inolvidables de la Met Gala

Con un espectacular vestido de transparencias de Bob Mackie. La temática de aquel año era *El diseño romántico y glamuroso de Hollywood.*

De Valentino. Aquel año la temática era *Diaghilev: vestimenta y diseños del ballet ruso*.

Con un vestido de Calvin Klein. El tema de aquel año era *La mujer del siglo XVIII*.

En la Met Gala dedicada a la vestimenta de la realeza de la India.

Curiosamente, aquel año no hubo temática.

En la gala de *Moda e historia: un diálogo*.

De Versace en la gala dedicada a la Alta Costura.

También de Versace en la gala dedicada a la Alta Costura.

Luciendo un vestido de Dior en la gala dedicada al diseñador.

Se tomó la temática al pie de la letra. Aquel año estaba dedicada al estilo rockero.

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Luciendo su propia firma.

Aquel año la temática fue *Jacqueline Kennedy: los años de la Casa Blanca.*

De Gucci por Tom Ford en la gala dedicada a *Diosa: la moda clásica*.

Luciendo un vestido de Alexander McQueen. La temática era *AngloManía: tradición y transgresión en la moda británica*.

De Marc Jacobs en la Met Gala dedicada a la modelo como musa.

De Stella McCartney en la gala de temática *Alexander McQueen: belleza salvaje*.

Con un vestido de Marc Jacobs. La temática era *Punk: del caos a la alta costura*.

De Thakoon en la gala *Charles James: más allá de la moda*.

Con un look diseñado por ella misma.

De Givenchy.

Con un espectacular vestido de Giles. La temática era *China a través del espejo.*

De Calvin Klein.

Con un look de Roberto Cavalli.

De Givenchy.

Con un espectacular conjunto de Guo Pei.

De Brandon Maxwell en la gala *Manus x Machina: moda en la era de la tecnología*.

De Calvin Klein.

Con un vestido de Michael Kors.

De Givenchy.

De Maison Margiela. La temática era *Rei Kawakubo/Comme des Garçons: el arte de estar entre medias*.

De Chanel.

De Moschino en la gala dedicada a *Cuerpos celestiales: la moda y la imaginación católica.*

Al más puro estilo Juana de Arco con un look de Versace.

De Carolina Herrera.

De Oscar de la Renta.

Con un look de Oscar de la Renta en la gala dedicada al *camp.*

De Christian Siriano.

De Thierry Mugler.

Evocando el glamour de la vieja escuela con su vestido de Oscar de la Renta. La gala estaba dedicada a la moda estadounidense.

Con un modelo de Saint Laurent por Anthony Vaccarello.

De Custom AZ Factory.

De Fendi Couture.

Con un Gucci a medida. De nuevo, la gala estaba dedicada a la moda estadounidense, en concreto al oropel y la vestimenta de etiqueta.

De Saint Laurent por Anthony Vaccarello.

Con un espectacular traje de Tommy Hilfiger.

Con un diseño a medida de Jonathan Simkhai y joyas de Cartier.

De Versace, con joyas de De Beers y accesorios de Jennifer Behr x Betsey Johnson.

Con un traje a medida de Prada y joyas de Cartier.

Con un espectacular Chanel *vintage* de alta costura en la gala dedicada, precisamente, a Karl Lagerfeld.

De Schiaparelli.

Con un Chanel *vintage.*

Con un Atelier Versace a medida.

De Valentino.

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