'Las hijas de Felipe': el podcast que recupera el Barroco más íntimo, feminista y queer

Ana Garriga y Carmen Urbita se conocieron en 2016 en Providence, Rhode Island. Estaban allí para empezar un doctorado en la Universidad de Brown y una amiga común las puso en contacto. «Hay otra chica que estudia monjas de los siglos XVI y XVII», les dijo. De esta fascinación compartida y de la convivencia y el apoyo en lo que llaman la ‘clausura académica’ nació una amistad de esas de absoluta sincronía, de hablar al unísono y acabar las frases de la otra.

En 2020, pandemia mediante, como «secuela del flechazo de amistad» y «traslación súper fidedigna» de sus conversaciones diarias, nació también Las hijas de Felipe, el podcast en el que recuperan historias olvidadas, anécdotas y cotilleos del Barroco y las vinculan con el presente. Un espacio donde celebran lo íntimo y lo diminuto frente a la grandilocuencia, la épica y la violencia que suele atravesar el relato de esos siglos.

Este proyecto precioso, que crearon para escapar un rato de la rigidez académica y compartir con sus amigas en España las historias que les fascinaban, se ha convertido cuatro años después en un refugio terapéutico para tantas oyentes. Ahora también ha trascendido las ondas y tomado la forma de un libro –Sabiduría de convento– que fue la sensación de la última Feria de Frankfurt y del que podremos disfrutar el año que viene.

Lo diminuto y menospreciado

Carmen y Ana comienzan cada episodio hablando de lo que han comido ese día, comparten sus ‘rutinitas’, nos cuentan dónde se hacen las cejas… realzan su domesticidad y también la de sus siglos favoritos. Así sabemos qué comía una monja, cuántos maravedíes le costaba a Santa Teresa poner la entrada para un nuevo convento, o que las escritoras María de Zayas (que no era el pseudónimo de un hombre) y Ana de Caro y Mallén se llamaban con motes cariñosos de la talla de ‘Sibila mantuana’ y ‘Décima musa sevillana’. «Nos da un asidero histórico para reivindicar lo que muchas veces se ha menospreciado: lo diminuto y lo femenino», explica Carmen. «Normalmente, te sientes muy excluida de ciertas narrativas muy grandes que han moldeado esos siglos, pero si miras hacia esos rasgos de personajes muy canónicos que no se han estudiado tanto, o a los conventos donde convivían las mujeres, te da una sensación de pertenencia histórica que es reconfortante», añade Ana.

En lo diminuto encontramos lo que se ha menospreciado históricamente y que, en muchos casos, todavía se menosprecia hoy. De ahí que esa conversación con el presente sea tan terapéutica para quienes las escuchamos y para ti, que irás corriendo a escucharlas. Desde el Barroco nos llegan historias de redes femeninas, de amistad, de cuidados, de identidades sexuales disidentes, de voces que se alzan en una sociedad diseñada para silenciarlas. Ya lo advierten en la cabecera: «Todo lo que te esté pasando a ti ya le pasó a alguien –probablemente una monja– en los siglos XVI y XVII».

El convento como refugio de intimidad femenina

A través de las monjas barrocas que Ana y Carmen nos presentan, de sus rutinas y extravagancias, nos asomamos al convento como refugio de intimidad femenina, de biorritmos compartidos. Un refugio que ponen en conversación con el presente a través de hilos como la amistad y los cuidados. «Lo que se puede recrear [hoy] creo que no tiene que ver con el espacio físico del convento, sino con las redes femeninas. Hay una manera de compartir un cuidado permanente que consiste en estar muy al tanto del biorritmo de la otra. Solidarizarnos con eso y crear genealogías femeninas», propone Carmen. Saber cuándo le viene la regla a una amiga, qué ha comido, si ha dormido bien… de nuevo, la importancia de lo diminuto. «A las mujeres se les ha negado históricamente la reivindicación de la amistad como espacio al que recurres cuando te pasa algo. Las amistades en el siglo XVI y XVII casi solo existían en el convento. Hoy sigue pasando, sobre todo si miras un par de generaciones atrás. Muchísimas mujeres viven en su núcleo familiar, en sus matrimonios casi siempre heterosexuales, y la amistad femenina es algo que no se ha narrado. Por eso encontrar un relato transhistórico de la amistad entre mujeres es una cosa muy guay», explica Ana. «Al leer sus cartas o autobiografías vemos una admiración mutua y una gran preocupación muy genuina por la trascendencia de las demás. Vemos cómo a una se le muere su amiga y ella quiere atesorar los recuerdos, le escribe la biografía… Me parece súper bonito», cuenta.

El convento era también un lugar donde ejercer papeles que a las mujeres se les negaban en cualquier otro contexto social –como explica Carmen, «te abría una puerta a tener un lugar en la sociedad que el matrimonio y los hijos no te iban a dar»– y para escapar de una violencia estructural masculina. Otro de esos hilos con el presente, que Carmen y Ana trazan al poner en conversación Desengaños amorosos, la colección de novelas en la que María de Zayas hace en el siglo XVII una denuncia brutal de la violencia machista, con la película Una joven prometedora, que se estrenó 373 años después. «La conclusión a la que llegan los personajes de María de Zayas después de enfrentarse a toda esa violencia masculina perpetua es ‘vámonos nosotras de la mano’. Es un poco intentar quitarles el espacio directamente. Es muy importante denunciar, pero también cambiar el foco y ponerlo sobre nosotras», afirma Carmen, y Ana coincide: «Es tremendamente necesario denunciar la violencia, pero creo que también es muy importante mantener un mínimo asidero de cierto disfrute colectivo. Es cuestión de no dejar que nos fagocite la adversidad de una violencia que se ejerce contra nosotras, que es muy perniciosa, pero que no sea lo único que nos une».

Celebración y disfrute queer en el Barroco

De la mayoría de identidades queer en el XVI y XVII tenemos constancia por los procesos inquisitoriales. El castigo ha pasado a la historia. Sin embargo, Ana y Carmen eligen iluminar la otra cara de la moneda, el disfrute, y nos traen la historia de una comuna de travestis en Nueva España, inspiración para la cita Tinder lésbica ideal en una novela pastoril del siglo XVI o un episodio de cruising entre el fraile José de Sigüenza y Felipe II en El Escorial. «Creo que sigue habiendo mucho relato trágico alrededor de las disidencias sexuales; un relato de soledad, de futuros desgraciados. Hasta hace nada las únicas películas de lesbianas eran tragiquísimas… Entonces, de repente, te encuentras, por ejemplo, con la historia de Las Cañitas y tiene su parte oscura, el castigo, pero también dices, mira, en el proceso hubo disfrute», cuenta Ana. «No le damos tanto espacio a esa mirada pornográfica de los inquisidores… Queremos hablar más de que se llamaban tesoro, pero también se insultaban llamándose ‘baldresera’… ahí hay una toxicidad relacional que nos apela hoy y de la que tenemos que hablar», añade Carmen.

Hablar para ocupar un espacio

Hablar, compartir experiencias, cotilleos, transmitir el saber de una mujer a otra… es algo que vertebra el podcast. «Para ellas lo era todo», explica Carmen. «Compartir experiencias entre ellas y también recibirlas de las anteriores era un poco encontrar un modelo aspiracional. El contarse qué estaban haciendo en otro convento que estaba provocando cierto escándalo, que tal monja se estaba bilocando, que otra estaba en trance repartiendo rosarios milagrosos… Eso creaba un sentido de importancia y de legitimación de haber elegido esa vida», añade.

Ana cree que lo hacían, esto de hablar, de compartir todo el rato, para ocupar un espacio, y que es algo que de algún modo ellas hacen también en el podcast. «Si no estás hablando tú, están hablando por ti. Por eso están todo el rato contando todo: te están escribiendo la biografía de una compañera de convento, cartas, cantarcillos… todo el rato posicionándose a través de la palabra en un paradigma adverso que no les dejaba alzar la voz», concluye.