Scioli, Groucho Marx y los Juegos Olímpicos
Daniel Scioli, casi tres décadas de casta
A Daniel Scioli hay una frase que le queda como un traje a medida. La dijo una vez Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros”. Si el actual secretario de Turismo, Ambiente y Deporte no hubiera sido más que un corredor de lanchas y dueño de una casa de electrodomésticos, se mutabilidad sería neutra. El costo se volvería inocuo para el país, aunque cambiara muchas veces de catamarán y vendiera más televisores que heladeras. Incluso habría reactivado el mercado interno. Pero la cuestión es que en 1997 se sumergió en la política y no la abandonó más. En ese devenir de un cargo a otro, de diputado nacional a gobernador bonaerense, de vicepresidente de la Nación a embajador en Brasil, ya no resulta tan inofensivo ni inocente. Es un integrante más de la casta desde hace tres décadas.
A los 67 años, su vida, la vida en que cambió más veces de identidad partidaria que de escudería, parece sacada de la película Sopa de Ganso, estrenada en 1933 y con los célebres hermanos Marx. Se trata de un imaginario país en bancarrota, Libertonia, y de una millonaria mujer que impone a su gobernante, el propio Groucho. Cualquier semejanza con la Argentina de Javier Milei y el FMI de su directora gerente Kristalina Georgieva es pura coincidencia.
El funcionario boy scout volvió a las fuentes a principios de año y siempre listo para sumarse a un gobierno que profundiza la pobreza, el hambre, la desocupación y los tarifazos. Es tan libertario ahora como fue menemista y kirchnerista en el pasado, y tan dúctil para ser vecino del poder y hacerle los mandados.
Hoy se ocupa de repartir migajas con sus habituales lisonjas a los atletas que irán a competir en los Juegos Olímpicos. Como funcionario se sube de manera anticipada al podio de París 2024, sin haber ganado ni una medalla. Ya no es el campeón mundial de 1997 en offshore, clase III y 6 litros. Esa es la única estadística oficial del ex piloto en la Unión Internacional de Motonáutica (UIM) que preside el italiano Raffaele Chiulli. La misma que en su página web registra los éxitos de otro argentino y rival de Scioli en esos tiempos: Dennis Taylor, con títulos logrados en 1982, 1986 y 1988. Fundada en 1922, la UIM es el máximo organismo mundial de todas las actividades de navegación a motor. Está plenamente reconocida por el Comité Olímpico Internacional (COI).
Perseverante, Scioli continuó corriendo pese a perder su brazo derecho en un grave accidente por el río Paraná el 4 de diciembre de 1989. Horas antes de ese episodio traumático había comentado: “La vida de un deportista abarca muchas satisfacciones. En mi caso, difícilmente pueda superar la que sentí ayer al compartir el catamarán con el propio Presidente de la Nación. Fue una suma de hermosas sensaciones, desde que atravesábamos el río, subía la velocidad, desafiábamos la marejada...” Se refería a Carlos Menem, su padrino político.
El secretario que pidió el Nobel de Economía para Milei tiene una historia deportiva que merece ser incluida en una feria de celebridades. Ingresó al selecto núcleo de la náutica a motor con generosas pautas publicitarias, buenos contactos y el inestimable respaldo del grupo Clarín y el Canal 9 de Alejandro Romay, entre otros.
En 1986 se lanzó a correr sobre un catamarán. Tenía la misma extrañeza con que se paró ante su primer auditorio peronista para cantar la marcha que dice: “Por ese gran argentino/Que se supo conquistar/A la gran masa del pueblo/Combatiendo al capital”. Porteño de Villa Crespo, ex nadador y basquetbolista, siempre había conseguido lo que se propuso. Desde el corazón de una mujer bonita hasta medios dispuestos a propalar sus hazañas de marinería. Lo mismo daba si ocurrían en los ríos de nuestro litoral o en las costas del Mediterráneo.
Abrazado a una disciplina costosa, para nobles aburridos que expulsan adrenalina o aventureros adinerados, el ex piloto de lanchas cosechaba simpatías cuando comenzó a enhebrar sus éxitos iniciales. La mención de su apellido en las redacciones de los diarios o en las agencias de noticias era toda una novedad. Y el off shore una palabra que sonaba demasiado paqueta. La revista El Gráfico describía la actividad practicada por “príncipes hastiados, mujeres hermosas, millonarios aventureros, sponsors atrevidos, pilotos ambiciosos, guerras secretas y públicas, nombres célebres que están dejando de serlo y desconocidos capaces de matarse por ser célebres”.
La dimensión que había adquirido su figura excedía la escasa popularidad del deporte elegido y hasta la discutible importancia de sus títulos. Su jefe de prensa de aquella época era el ex ajedrecista Miguel Angel Quinteros. Columnista del deporte ciencia en Clarín durante los años ’80, consiguió que Scioli siguiera sus pasos con artículos sobre motonáutica que llevaban su firma al pie. El ahora secretario de Estado solía visitar el diario, invitaba a sus periodistas a las competencias y hasta gozaba de tolerancia cuando las noticias le eran adversas. Cierta vez salió en el suplemento deportivo del lunes una nota sobre los muy buenos resultados logrados por Taylor, su rival más experimentado y hoy un octogenario. Uno de los editores casi fue despedido del diario por publicarla. El secretario de redacción de aquel momento le recriminó: “Lo cagaste a Daniel”.
El sermón podía entenderse porque Casa Scioli publicaba un aviso considerable en la doble central del diario los domingos. La orden llegó de bien arriba. Lucio Rafael Pagliaro, uno de los principales accionistas del oligopolio mediático, le recriminó por teléfono la actitud de defender la publicación sobre Taylor. Y colgó.
Los apoyos recibidos por el empresario de electrodomésticos e importador de los productos de la multinacional sueca Electrolux eran diversos. Provenían del sector privado y público. La YPF estatal auspiciaba sus regatas offshore gracias a su relación simbiótica con Menem, luego privatizada parcialmente a favor de Repsol y colocada en el proyecto original de la Ley Bases para su reprivatización. El sistema de alarmas antirrobo Lo Jack fue otro de sus sponsors. Se lo acercó su compañero y amigo de excursiones nocturnas, Guillermo Cóppola.
Pero cuando el representante de Diego Maradona quedó detenido tiempo después por el meneado affaire del jarrón y unas drogas que le “plantaron” en su domicilio, Scioli actúo como si no lo conociera. El ídolo lo puso a prueba cuando le pidió que firmara una solicitada por la libertad de su apoderado que pasó 97 días en prisión. El ex motonauta declinó y Diego le respondió desde el dolor de una amistad no correspondida: “Scioli no existe”.
En estos días el secretario de Estado ya tiene una agenda que apunta a tender puentes entre su nuevo referente político y los deportistas que competirán en París. El viernes 5 saludará en el ENARD a los abanderados olímpicos junto al presidente de la nación. Hasta acá tiene muy poco para mostrar de su gestión. Apenas su pericia en marketing y comunicación, para aparentar lo que es y lo que ha sido. Un personaje con bandera de conveniencia (BDC) como aquella de los barcos que hacían olas cuando corría con su lancha a 200 kilómetros por hora.