Alivio del niño de luto
La afición del Espanyol celebra el ascenso a LaLiga EA Sports tras vencer al Oviedo, este domingo en el Stage Front Stadium de Cornellà de Llobregat (Barcelona). EFE/ Toni Albir
Junio ha vuelto a ser el mes del comienzo del verano, de los calores y los refrescos, del día más largo y la noche más corta, del liberador fin de curso estudiantil, de las hogueras en la playa, las acampadas y los primeros planes de (los y las) Rodríguez. Este que se fue es siempre el mes de los grandes torneos futbolísticos, Mundial-Eurocopa (con la Copa América rondando) cada dos años, el de las vacaciones en Ibiza de los ídolos del balón, el de las despedidas y los primeros fichajes. Pero junio también es el mes de las promociones, que suenan a rebajas en El Corte Inglés, pero se parecen a una película de terror costumbrista.
Comenzaba a brillar Alemania 2024 mientras aquí, mi Espanyol, junto al Real Oviedo (y antes Sporting y Éibar), el Málaga, el Córdoba, el Nàstic y unos cuantos supervivientes más, alargaban la agonía en busca de la repesca final. Compartir en los mismos días la ansiedad del que se juega la vida con el colorido de una Eurocopa es desolador, el reflejo de la soledad del hincha de club modesto o de histórico en apuros: sanchopanzas o quijotes, lo mismo da. Y más en esta Euro 24 que ha devuelto la cordura al fútbol de selecciones, con una sola sede, reconocible, canchera, con estadios historiados, devolviéndonos la ilusión tras los dos últimos palos, esa Euro 2020 desperdigada y desaborida, retrasada por el COVID; y el último Mundial en invierno, en un país sin tradición, fuera de época y de contexto, sin aroma ni buqué.
Al fracaso de no subir directos, los pericos añadíamos el vía crucis de una doble eliminatoria contra dos equipos que veían la promoción con ánimo, frente a la aprensión del que se siente obligado a ascender. Ese doble castigo tiñó de negro la camiseta blanquiazul. Como en La niña de luto de Manuel Summers, el sol de Andalucía achicharraba aún más la aflicción de Alfredo Landa, igual que la emoción de los himnos en la Eurocopa me hundía más en el playoff. Una tarde de junio, mientras los escoceses cantaban al cardo, llegó el alivio de luto más sabinero. El negro volvió a ser blanquiazul. Como la luz del verano, el Espanyol siempre vuelve.
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