Tercera conclusión
Luego de la elección presidencial, la atención de la opinión pública se centra en los vencedores. Quien gana no sólo disfruta del resultado, se reconcilia con la historia. El tono está del lado de la victoria, el silencio forma parte de la derrota. En las últimas semanas corre mucha tinta corre sobre la virtual presidenta y su equipo, “las mañaneras” y el presidente de la República y, la primera de las reformas absolutistas, la del Poder Judicial. De la oposición se dice poco, o nada; es normal, perdimos.
En mis anteriores entregas, me limité a evaluar las razones estructurales del resultado electoral. La construcción de un proyecto cultural hegemónico con apoyo popular y el resentimiento social de grandes sectores de la comunidad son la base para entender un margen de diferencia tan profundo entre el primer y segundo lugar. Tomo en cuenta las condiciones inequitativas de la contienda para hablar de una elección de Estado (la intromisión de López Obrador y/o la campaña anticipada de MORENA, por citar algunos), así como el dinero y la eficacia en la entrega de los apoyos federales; ambos dos representan factores a considerar, pero no determinantes desde mi perspectiva.
“Entender” la clave de la derrota es menos una condición académica y más una circunstancia para la “acción política”. La oposición aparece desdibujada porque no tiene horizonte político. Sus decisiones son incomprendidas porque no transmiten su rol en esta nueva realidad. Sus principales liderazgos denotan cinismo o ignorancia en la toma de decisiones, no sé cuál es peor para el país. Lo cierto es que, la calidad del gobierno es directamente proporcional al tamaño de su oposición. De ahí su trascendencia.
México transita en medio de un cambio de régimen. No es una elección como cualquier otra, en la que algunos pierden y otros ganan, y los roles se intercambian de manera natural con el próximo resultado electoral. Reconocerlo implica desnudarlo. Primero, un cambio de régimen se distingue por la construcción de un nuevo orden, con reglas nuevas que regulan el poder y afectan la convivencia cotidiana entre sus actores. Segundo, el pasaje de un orden establecido a uno desconocido le da carácter de “incierto”, porque un modo de organización política específica y definida muda hacia algo distinto. Negar estar realidad es parte de la confusión de la oposición.
Vivimos una regresión autoritaria y el ocaso del régimen de libertades. Los ejemplos abundan. En términos electorales, las del 2024 fueron las primeras elecciones inequitativas del siglo XXI; la equidad y la justicia en términos electorales es cosa del pasado. La reforma al Poder Judicial tiene por objetivo la sumisión de este Poder al Ejecutivo, como la sobrerrepresentación en el Poder Legislativo en manos de MORENA; el presidencialismo mexicano está de regreso. Nadie en su sano juicio hablaría de medios de comunicación independientes; en su gran mayoría, el margen de libertad de expresión de un comunicador lo regula el SAT o las balas.
Combatir la consolidación de un nuevo régimen obliga a redefinir el rol de la oposición. Por eso no se entiende cuando el PRI y el PAN pretenden hacer como que nada pasó. Mientras el primero se prepara para “cambiar de nombre” y reelegir a su presidente por cuatro años más, el segundo busca retener el poder para “un grupo”. Movimiento Ciudadano parecería el más sano, aunque es el partido de un solo hombre. El Frente Cívico intenta convertirse en partido político y la Marea Rosa mantener vivas las calles. Ninguna de estas medidas es incorrecta “en sí misma”, sino se entiende la razón para llevarlas a cabo.
Por eso, que no se malinterpreten mis palabras, no es un “yo acuso”, sino un “yo invito”. Existe en la oposición enorme talento y generosidad para lo que se viene. La alternancia en el poder sólo es factible mientras exista una alternativa. Si el ciudadano no lo perciba de esta forma, se quedará con quienes hoy gobiernan.
Así, si MORENA cree que, “por el bien de México primero los pobres”, ¿en qué cree la oposición? Si la vía de MORENA son las estructuras partidistas y de gobierno, ¿cómo las combate la oposición, con más estructura? Si el poder en MORENA se concentra en la Ciudad de México, ¿en la oposición se ubica en las regiones? Si MORENA se considera patrimonio de “un caudillo” para la conservación del poder, ¿los partidos de la oposición actúan como patrimonio de la ciudadanía? Si MORENA encubre a dirigentes o miembros de partido corruptos, ¿la oposición los delata frente a la justicia? Si MORENA premia “a los agachones”, ¿la oposición en realidad busca liderazgos o perpetúa burócratas de partido?
El camino de la oposición es una larga marcha. No es una definición para la próxima elección, ni de una y única elección. La oposición esta urgida de legitimidad y de originalidad. La primera la construye a partir de prácticas en su quehacer partidista, la segunda invita a renovar su causa. La agenda y su estrategia (en lo electoral, legislativo, de reorganización interna o como movimiento social) son consecuencia de la disposición para asumir su nuevo rol. La buena noticia es que su viabilidad de futuro depende más de lo que se haga o se deje de hacer, que desde el gobierno.
Que así sea.
Juan Alfonso Mejía es Dr. En Ciencia Política y Activista social a favor de la educación.
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