La tecnología es el problema

la tecnología es el problema

La tecnología es el problema

“La tecnología lo cambia todo” es un mantra que escuchamos ininterrumpidamente  desde hace décadas y que con la irrupción de las IA generativas ha alcanzado un volumen  ensordecedor. No cambia tanto la actitud de terca sumisión al hecho de que, en efecto, la  tecnología lo cambie todo, aunque existen excepciones alentadoras: véase la Plataforma Docente por una Digitalización Responsable o la Plataforma Adolescencia Libre de  Móviles. Por fin el debate acerca del uso del smartphone, como soporte del binomio Red  Social+IA, está alcanzando la envergadura que merece, aunque para ello haya sido necesario que varias generaciones de niñas, niños y adolescentes sufrieran y sigan sufriendo un peligroso abandono en el entorno digital. Sin embargo, llama la atención cómo, según se ensancha el alcance del debate y aumentan las disidencias dentro de nuestro medioambiente tecnológico, surgen y proliferan discursos tecno-conservadores, paradójicamente (sólo en apariencia) en entornos progresistas.

Estas voces parecen pensar  en el smartphone como el bebé que puede ser lanzado con el agua sucia si los disidentes se dejan llevar por lo que consideran “el pánico moral” tecnológico. Para muestra un botón: mientras en el Manifiesto OFF se propone un “derecho a la desconexión que garantice el  acceso a servicios –en especial públicos– de manera no digital”, en el Manifest dels drets digitals de la infància i adolescència de Catalunya se opta por la hiperconexión, pidiendo “ayudas para que todos los niños y adolescentes de Cataluña puedan acceder a los  dispositivos digitales e Internet que necesitan para desarrollarse de forma plena”, como si la plenitud de una vida pasara inevitablemente por la conexión tecnológica y su conservación a toda costa.

Más interesante es el texto “La Ley Seca Digital” escrito hace unos meses por el  científico titular del CSIC, César Rendueles. Este texto es un claro ejemplo de discursos  que, por alcanzar ciertas cotas de popularidad, ameritan réplica. El lector que se acerca a él no llega a explicarse el motivo de la pretensión que tiene el autor de atemperar las críticas hacia el teléfono móvil y la RS. Su autor, en efecto, considera que las críticas son razonables, pero subraya lo paradójico que le resulta el hecho de que las mismas personas que ahora critican, antes acataran. “Esas mismas personas, digo, manifiestan ahora su alarma por la cantidad de tiempo que pasan viendo vídeos tontos en TikTok”. Pero creemos que no, no hay tal paradoja, porque no se está describiendo un suceso simultáneo,  sino un suceso consecutivo: esas mismas personas primero se maravillaban, y ahora se preocupan.

“¿Cuál es el problema?” Nos preguntamos, ¿que no se preocuparan antes,  cuando ya era preocupante? ¿Acaso uno no puede cambiar de postura respecto a un problema sin perder por ello la credibilidad? Y, en cualquier caso, más allá de no ser un  argumento en sí mismo, sino más bien un reproche, carece de toda validez frente a aquellos interlocutores involucrados desde hace décadas en este debate. Aquellos que siempre hemos mantenido la misma postura ante el envite tecnológico a la vida, pensamos lo mismo sin paradojas temporales. Y aun así el texto insiste por los inciertos derroteros de la recriminación: “Hemos pasado de la teoría de los nativos digitales a ”el móvil fríe el cerebro de los adolescentes“ a una velocidad asombrosa”, como si la velocidad jugara en contra de la coherencia del planteamiento disidente, como si tuvieran algo que ver la velocidad con el tocino.

No, la velocidad no es ningún criterio para la validez o pertinencia  del estado de conciencia; si algo tiene un “despertar” de la conciencia es precisamente que es inmediato. De hecho, lo más parecido a este “giro”, lo que quizás pueda ser motivo de la desconfianza del autor, es la conversión o apostasía religiosa; la “llamada”, efectivamente, produce un efecto inmediato en aquél que la recibe. Pero es que no hay de qué sorprenderse en esta cercanía a una experiencia religiosa en el hecho tecnológico, si uno comprende que la tecnología, lejos de ser la suma de los aparatos y las fábricas que los alumbran, es ella misma el objeto de una idolatría, un sistema de creencias y valores articulado en torno a un sentimiento acerca de lo sagrado, es decir, una religión. No estamos elaborando una analogía, la tecnología no es “religión por homologación”, no estamos en el ámbito de la metáfora.

Toda religión se articula en torno a aquello que  considera como la fuente primigenia del sentido de la vida, en torno a aquello que considera sagrado; las primeras religiones agrícolas lo hicieron en torno a los elementos climáticos y las estaciones, las religiones monoteístas en torno al poder patriarcal, la actual religión Tecnoteísta lo hace en torno al entramado tecnológico. Y como en toda religión, en esta no faltan prosélitos que tiendan a conservar el estatus privilegiado de aquello que consideran sagrado, con la clásica estrategia de incriminar a los individuos para salvar el sistema. Del mismo modo que en el cristianismo Dios siempre es bueno y la maldad la lleva cada cual en sus entrañas, en el Tecnoteísmo el mal parece derivarse, curiosamente de manera muy liberal, de las debilidades individuales. Ahora resulta que los problemas de ansiedad y depresión que sufren nuestras niñas, niños y adolescentes son directamente consecuencia de “eludir nuestra responsabilidad colectiva en la construcción de un entorno tecnológico brutalizado”, llega a afirmar el texto.

Otros estudios se posicionan en esta línea, y afirman que “no es el exceso de móvil, es la falta de calle” que los padres les hemos arrebatado, lo que deprime a nuestros hijos, sugiriéndonos que dejemos de demonizar a Silicon Valley porque, quizás, la depresión de tu hijo “empieza en casa y se soluciona en la calle”. De nuevo, ya perdonarán la terquedad, pero, rotundamente “NO”.  Priorizar la responsabilidad individual cuando los individuos viven en un sistema que tiende sistemáticamente a la dilución de las condiciones de posibilidad de ser responsable es, directamente, una irresponsabilidad. Estamos convencidos de que criminalizar a los individuos por vivir bajo las leyes de un sistema criminal es una injusticia. Y ello porque, criminalizando al usuario del elemento tecnológico, en este caso, el smartphone, se  blanquea el sistema que lo produce, y nos encontramos de bruces con el absoluto y hobbesiano caos de las recriminaciones intersubjetivas e intercomunitarias en el que sucumbimos a día de hoy. Sin embargo, el hombre es un lobo para el hombre sólo cuando los individuos viven en jaulas, sólo cuando viven como animales y, en efecto, aquello a lo  que nos condena y reduce la tecnología es a la tecnoanimalidad.

La tecnología impone una domesticación salvaje, en la medida en que impone una medida de control sin medida. Por  ello pensamos que el verdadero problema, a día de hoy, es pensar que la tecnología es la solución a nuestros problemas, como si estos no estuvieran relacionados directamente con la imposición de su desarrollo. El problema es pensar que la tecnología no es el problema. El problema es no alcanzar a comprender que el debate sobre la tecnología no es un debate ideológico o político, sino un debate profundamente cultural que en última instancia se dirimirá, no ya entre la izquierda y la derecha, sino entre bio-conservadores y tecnoadaptadores, entre aquellos que, más allá de sus posturas políticas anquilosadas, opten por una vida articulada bajo premisas ecológicas, antropológicas y biológicas, y aquellos que opten por articular los problemas ecológicos, humanos y biológicos según exigencias tecnológicas. Cuando estemos en disposición de encarar este nuevo paradigma, dejaremos de asombrarnos por el hecho de que ciertas ideas, en apariencia conservadoras, puedan darse en entornos progresistas, y viceversa. Cuando estemos en disposición de asumir que no tenemos por qué asumir que la tecnología lo cambie todo, dejará de resultarnos una paradoja que aquellos que asumían felizmente su cautivación por el smartphone, lo vean ahora como lo que es, un elemento ideado para la cautivación de una vida.

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