Esta isla del Caribe es Patrimonio de la Humanidad, tiene las mejores playas desiertas y paradisíacas y hay vuelos directos por 800 euros durante el verano 2024
"Miami me lo confirmó...". Si sabes continuar desgañitándote la letra de la canción de Gente de Zona, has acertado tu próximo destino. Te lo he puesto facilísimo, la verdad, pero si no eres 'fan' del latineo voy a darte alguna pista más. Fue el segundo descubrimiento de Colón en el Nuevo Mundo, allá por 1493. Sí, la herencia española se manifiesta, para empezar, en el hecho de que se habla nuestro idioma y luce orgulloso su herencia colonial en localizaciones designadas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, aunque a día de hoy es territorio americano, el más antiguo bajo bandera estadounidense. ¿Ya caíste? ¿Aún no? Voy a llevarte a una isla caribeña muy poco habitual para el viajero patrio, en la que casi no existen los resorts todo incluido ni las costas masificadas, en la que la cultura y la gastronomía propia juegan un papel fundamental y en la que encontrarás esa playa desierta de cocoteros y aguas turquesa con la que sueñas este verano. Y todo, a golpe de vuelo directo desde Madrid por 800 euros o menos.
’Vibes’ de la vieja Europa, Miami y lo indígena conviven aquí como en pocos lugares
"Puerto Rico me lo regaló". Me regaló una semana fascinante que no me esperaba, alejada de clichés, de americanismos, de impersonalidad. Me dio, por contra, una buena dosis de carácter propio, arraigados sabores, patrimonio prehispánico, belleza colonial y naturaleza de postal mientras descansaba, a la noche, en cuidados hoteles de gran lujo tras cenar en restaurantes de nivel estrella Michelin que no son fáciles de encontrar en latitudes similares.
Aterricé en Condado Vanderbilt, un histórico hotel en el distrito de Condado, en San Juan, icónico por su arquitectura con la misma firma que la Grand Central Station neoyorquina. Aupado con el beneplácito de la familia más poderosa de la Edad Dorada allí, de la que toma su apellido, ha alojado y aloja a las personalidades más relevantes que visitan la isla, desde jefes de estado a los artistas que han hecho de Puerto Rico en los últimos años cuna de 'greatest hits'. Me impresiona esa sofisticada y cosmopolita 'grandeur' en una parte del globo que solemos asociar únicamente a resorts de playa. Error.
Me pierdo en la amplitud de unas suites, que anunciar renovación en breve, con una gozosa panorámica del Atlántico, de un azul inaudito estando en terreno urbano. Una buena carta de presentación, pienso, y lo reafirmo cenando en 1919 y probando la cocina de Juan José Cuevas y una primera revisión del producto local y de cercanía en clave elegante y con una bodega de excepción.
Una capital caribeña Patrimonio de la Humanidad
El Viejo San Juan aguarda a pocos minutos y, al día siguiente, me pierdo en sus coloridas calles mordisco a mordisco. Es literal, pues Ricardo Ojeda, historiador natural de allí, me guía de la mano de Flavors of San Juan Food Tours por un recorrido en el que me adentro en la culinaria tradicional mientras descubro su devenir. Me gusta ver cómo se ha preservado sin parecer un parque temático, cómo se sigue sintiendo autenticidad en la amalgama de estilos que la han ido conformando, desde el paso de los españoles al Art Deco estadounidense, desde las fortificaciones de San Cristóbal o San Felipe del Morro al Banco Popular que bien podría devolverte a la época gloriosa de Manhattan, pasando por deliciosas casitas de colores entre las que van abriéndose tiendas de artesanía que rescatan el arte indígena taíno, bares y restaurantes en los que "chinchorrear", tapear preparaciones locales deliciosas como el mofongo, o las alcapurrias de El Punto, o los helados de guanábano de El señor Paleta o el quesito de postre en Choco Bar. Un buen café en Cuatro Sombras o una piña colada de que reivindican su invención en Barranchina conforman la parte líquida, reinventada en La Factoría, reconocido como mejor bar del Caribe según 50 Best Bars.
El color inunda las fachadas del viejo San Juan, como estas de la calle San Justo
Mario Pagán, por su parte, está considerado uno de los cocineros estrella de la isla y no hay que irse sin visitar, alguna noche, uno de sus restaurantes, de vuelta en Condado. Aún recuerdo sus bacaladitos fritos o sus 'pegaítos', pues es otro que reivindica lo autóctono aunque lo revista de alta cocina. Para conocer la materia prima de la que estos profesionales se nutren, merece la pena acercarse a conocer Frutos del Guacabo, sus principales proveedores en lo que a agricultura y ganadería se refiere y que hacen un precioso trabajo de cuidado de las especias, frutas y animales que se dan en el territorio desde una granja en la que, si lo deseas, podrás comerte el alrededor en un interesantísimo almuerzo.
Mario Pagán, nutrido de la mejor materia prima por Frutos del Guacabo, revisita con fineza el recetario tradicional
Yo lo hice en ruta a Isabela, municipio y provincia de la costa noroeste que suele salirse de las guías habituales excepto para los surferos que se atreven con sus olas, o quienes gustan de explorar algo más del pasado boricua en la figura del cacique Mabodamaca que regentaba la zona, o quienes quieren entregarse a una buena dosis castiza de salsa y fiestas patronales en el pueblo el día de San Antonio, como fue mi caso.
Es aquí donde encontré, en total soledad, una playa que almacenaré por tiempo en la retina, igual que el hotel que la corona. El exclusivo Royal Isabela es igual a veinte elegantísimas casitas de madera independientes, con piscina privada, asomadas a la inmensidad del océano sobre una costa virgen en la que la verde frondosidad llega hasta la arena blanca. Por no haber, no hay ni personas. La propiedad, que cuenta asimismo con un selecto campo de golf y un restaurante, Jota, con ese 'farm to table' que es por suerte tan visible en Puerto Rico, es un remoto edén de cientos de hectáreas que incluye una buena parte de la vía del tren que antaño, bajo dominio español, conectaba la isla. Hoy, trayecto y túneles están integrados en jungla, bosque secundario, formaciones de roca caliza y tierras de pastoreo que Jorge Pérez, fundador de Batey Adventures y experto de confianza del hotel, muestra en una inolvidable caminata hasta un recodo de mar sereno y cristalino del que no querrás marcharte.
Un hotel enmarcado por un santuario natural de bosque y playas
El atardecer más mágico que he fotografiado está muy cerca, en Villa Montaña, otro hotel de nivel, menos aislado pero igualmente recomendable, al que me acerqué a cenar casi con los pies en la arena y un naranja irrepetible en el horizonte, con palmeras a contraluz.
Existe. Se llama Icacos.
Mi idea de paraíso la encontré una vez más en las pequeñas islas que rodean la grande. Si Vieques y Culebra son las que gozan de fama mundial, déjate llevar en un catamarán privado (East Island Excursions es una buena plataforma para buscarlo) a la reserva natural Arrecifes de la Cordillera, a las islas de Palomino o Icacos, para bucear entre corales e inmensos bancos de peces y reposar después en calitas blancas en las que el sol (y nada más) refulge. Esto es solo un primer capítulo de lo que -me cuentan los de allí- Puerto Rico ofrece a quien está dispuesto a recorrerla con interés. No sé tú pero yo ya estoy mirando vuelos para volver.