La gesta heroica: el macho en retirada

El sonido de la descarga es la marca escatológica. La señal de un mundo doméstico, arrumbado. El hombre va del televisor al baño y los objetos son restos, partes rotas tan realistas que la escena podría sostenerse en una reconstrucción. Pero la voz que viene de la pantalla es la de Laurence Olivier, los textos en inglés que resuenan y que Horacio repite en una pronunciación precaria, son los de Rey Lear. En la convivencia entre el reflejo de una épica inalcanzable y un costumbrismo despiadado, La gesta heroica comprime y despedaza su ensayo sobre el teatro.

La realidad le sirve a Ricardo Bartis para pensar géneros que dan cuenta de una supervivencia. El grotesco, el sainete están allí en su lógica de personajes reconocibles y en ese humor descarnado. Es el dinero, la variable económica que define el fracaso, lo que hermana a esta obra con el universo discepoliano, con esas historias de seres en ruinas que no dejaban de expresar una última ráfaga de supervivencia, una persistencia descabellada en las variadas formas de la usura. La familia es un lugar donde se odia. Territorio de incesto. Hermanos y hermanas que cogen, que se dan besos de lengua. Hombres que se tocan la pija todo el tiempo. En el drama que propone Bartis la masculinidad está en retirada. El arma que el padre esconde y que Lorenzo (Facundo Cardosi) guarda en el pantalón, quiere ser un anuncio de la tragedia. Todo es torpe en la instrumentalidad de estos hombres. Los cuerpos de los hijos y del padre tienen algo anómalo, sin importar la diferencia de los años. Elena (Marina Carrasco), la hija, es la única que se mueve desde un lugar más diáfano. El teatro de Bartis construye su narrativa en las zonas bajas del cuerpo. Es visceral y rabioso. Un teatro expuesto.

Horacio es ahora Ricardo Bartis. Después del estreno en el Cervantes con Luis Machín, La gesta heroica volvió al Sportivo Teatral, rebautizado como Centro Cultural Thames y el personaje del padre pasó a estar a cargo de Carlos Defeo que falleció en octubre del año 2023. Bartís ocupó el lugar de un personaje que es imposible no asociar con su persona. Todo remite a los hechos reales, la venta del Sportivo es la venta del parque de diversiones y ese hombre en retirada no deja de ser él . Lo que en el texto de Shakespeare se desarrollaba en los términos de la falsedad y el complot, en La gesta heroica sucede sin reparos. Nadie aquí necesita engañar ni ser engañado, todos son dueños de su odio y lo ofrecen en abundancia.

Elena intenta ensayar algunos fragmentos de Venus y Adonis mientras el desastre acontece en esa casa que fue un parque de diversiones llamado La gesta heróica y que hoy funciona como la escenografía de ese fracaso. La puesta en escena hace del lugar de la ficción también un dispositivo escenográfico. Uno de los autitos chocadores malogrado por la impericia de Lorenzo continúa aferrado al techo, visible como un recuerdo grotesco. El pasado tiene una presencia insoportable y la escena parece estar enmendada a partir de retazos, un poco como la cabeza de Horacio que trae los recuerdos con torpeza. Pero el conflicto surge de ese desplazamiento, de la voluntad de llevar la tragedia a un terreno costumbrista donde no va a poder realizarse. En La gesta heroica derrocar al padre es un gesto torpe, confuso, absurdo, fallido. Los hijos ya son iguales al padre.

Ricardo Bartís fue durante mucho tiempo la voz determinante del teatro de Buenos Aires. Su seducción estaba sostenida en su capacidad de daño. Que te eligiera o defenestrara marcaba tu vida como una especie de destino. Verlo convertido en una figura atormentada por la debilidad física y el paso del tiempo no genera piedad sino la sensación que los cambios del entorno también llevaron a Bartis a construir otro discurso. En la figura de Horacio, Bartís se hace cargo de su machismo con la distancia que le permite el personaje. Cuando dice “Es muy tarde para arrepentirse” como no pensar en la cantidad de alumnas que humilló en escena. La violencia que él ejerció como una condición para lograr resultados que respondieran a sus requerimientos estéticos siempre exigentes, y que lo convirtieron en un artista que transformó el teatro de Buenos Aires, surge en el reproche de Ernesto (Martín Mir) por los maltratos sufridos por esa madre que decidió abandonarlos y en esa hija que lo provoca y que el padre desea.

Bartís, un hombre de teatro dándolo todo en el escenario

Horacio es un Lear desvensijado, el hombre que quiso la épica pero nunca la tuvo, que imaginó ser un héroe comandando un parque de diversiones. Ese es su reino pero vale poco. En esa derrota Bartis identifica un drama social y señala la dimensión política de La gesta heroica.

Cada tramo del escenario es una pequeña puesta en escena donde celebramos nuestras contradicciones. Las lucecitas navideñas mezcladas entre los cables del suero, el árbol de navidad que para Elena es el bosque donde muere Adonis, el cartel de La gesta heroica ( que es también el cartel de La pesca, otra obra de Bartis estrenada en el año 2008) sirve como mesa para esas empanadas que nadie come, el arma que, según el padre, está descargada y por lo tanto solo funciona como simulacro de una masacre.

En ese territorio el amor hacia el hombre que propuso una manera política de abordar la escena donde el cuerpo construiría una teatralidad irremediable, no desaparece. El teatro de Buenos Aires sería mucho menos interesante sin Bartís pero no dejamos de contemplar al hombre que, aun a su pesar, hace una expiación pública en el espacio que más conoce.

La gesta heroica se presenta los sábados a las 21 y los domingos a las 20 en el Centro Cultural Thames