Un retiro de lujo, libertad y kilómetro cero en el Algarve de las ostras y los pescadores
Los ladridos lejanos y amortiguados de un perro ascienden por las laderas de árboles frutales y rompen el silencio que reina en este atardecer con vistas en lontananza al océano Atlántico, que desde el balcón del restaurante Laranjal se muestra amansado por las marismas de la ría Formosa. Ese mirador privilegiado forma parte ahora del complejo hotelero de lujo Octant Vila Monte, un retiro de paz en el interior del Algarve más genuino, más portugués y a la vez más influenciado por Marruecos, algo palpable en la arquitectura local de paredes encaladas y en las casas de Olhão, donde los tejados son azoteas a las que las mujeres se encaramaban para ver si ya llegaban los pescadores de faenar.
Olhão, en la región del Sotavento del Algarve, sigue siendo un pueblo pesquero y orgulloso de su pasado humilde, aunque cada vez más abierto al turismo. Su actividad gira en torno al mercado, un edificio rojizo de obra vista con cúpulas verdosas, que sirve a la vez de lonja y está rodeado de bares y restaurantes donde probar exquisiteces como el kebab de pulpo o dulces típicos como los higos rellenos (figos cheios).
Desde el puerto frente al mercado zarpan yates y ferris a los islotes cercanos, como los de Culatra o Armona, que ofrecen playas de fina arena. Algunos las denominan las ‘Maldivas algarveñas’, en un alarde de optimismo, pero es innegable que una jornada de sombrillas y picnic relaja y transporta la mente hacia otros destinos más exóticos.
“No es posible comer ostras tan frescas como estas”, afirman los cuidadores de este preciado molusco en las marismas de la ría Formosa, mientras quitan un par de la red que mece las mareas y me las ofrece aderezadas sobre la marcha con limón y pimienta. La ría Formosa es un parque natural es un labertinto de marismas y bancos de arena que atempera las aguas del océano Atlántico, ese que amaestró Portugal para acumular riqueza y poder en el mundo.
No es posible comer ostras tan frescas como estas” "
Comer ostras y tumbarse en una playa es una de la cincuentena de experiencias que ofrece Octant Vila Monte, cuya filosofía se resume en las apuestas por el localismo y la libertad, lo que significa que no hay horarios para desayunar o para utilizar las dos piscinas, una para las familias y otra solo para adultos, pensada para disfrutar del silencio y de la sombra de un alcornoque con más de un siglo y medio de vida.
Hotel Octant Vila Monte Moncarapacho Algarve
La idea del kilómetro cero está presente no solo en la gastronomía sino en la artesanía y las propuestas culturales y experiencias. “En los próximos meses será posible ir a comprar al mercado con el chef y que luego que te cocine y explique qué es y cómo prepara lo que vas a cenar”, explica Joaquim Lemos da Costa, director general del Octant Vila Monte, mientras disfrutamos de una de las experiencias nocturnas más solicitadas, la de sentarse a la mesa del chef en un ágape privado. En esta ocasión, Tiago dos Santos ha preparado, entre otros platos, una deliciosa cataplana de mariscos, el guiso típico algarveño cocinado al vapor que se inspira en el tajín marroquí.
Octant Vila Monte es uno de los ocho hoteles que esta cadena portuguesa de lujo tiene en la península y las Azores y cuenta con 55 habitaciones, 8 de ellas suites con piscina climatizada y jardín propio, además de una villa de tres plantas que se alquila para familias. La finca es tan grande y las habitaciones están tan repartidas que la sensación de aislamiento y privacidad nunca se pierde. Las buganvillas todavía sin florecer flanquean las fachadas y solo hace falta levantar la mano para agarrar una naranja y comérsela. La que años atrás fuera ‘A Quinta de Adolfo’, el alemán que fue ampliando la finca durante décadas para poder invitar a sus amigos, continúa siendo un trozo de paraíso rústico entre nísperos, almendros y limoneros, ahora convertido en un refugio de calma y descanso.
Lee también