Pearl Jam: ¿Qué queda del grunge?
“Pearl Jam me resultan ofensivos”. La frase es de Kurt Cobain, a quien nunca le hizo mucha gracia que a Eddie Vedder y los suyos los metiesen en el mismo saco que a Nirvana: el del cajón de sastre de un grunge en el que musicalmente poco los unía más allá de las pintas desastradas y las melenas descuidadas. Han pasado más de 30 años desde entonces y, mientras Nirvana y Cobain adornan hoy las camisetas de las grandes cadenas de fast fashion, Pearl Jam rondan los 60 años (Vedder tiene 59) y vuelven a las grandes giras con su mejor disco en décadas: Dark Matter (que presentarán en Barcelona los días 6 y 8 de julio en el Palau y el día 11 del mismo mes en Madrid en el festival Mad Cool).
A Cobain lo que le molestaba era que consideraba a Vedder un turista, un recién llegado a Seattle que se había aprovechado de la explosión del grunge para triunfar. Y algo de eso había: Vedder, que había vivido entre Chicago y California toda su vida, aterrizó en Seattle en el otoño de 1990, tras un nada memorable paso por otras bandas californianas, más cercanas a Red Hot Chili Peppers que al hardcore punk a todo trapo de Melvins o Black Flag que daría forma a ese estallido grunge (que en realidad le debe más a Sonic Youth que a todos los demás, sea del lado de Nirvana o del de Pearl Jam, pero bueno). Vedder era un chaval sin casi amigos, que había terminado el instituto a duras penas y que saltaba de banda en banda sin rumbo.
En aquel Seattle, buscando su próximo proyecto, Vedder se topó con el guitarrista Stone Gossard y el bajista Jeff Ament, que buscaban nuevo rumbo musical tras la muerte del cantante Andrew Wood (compañero de piso de Chris Cornell, futura estrella de Soundgarden y Audioslave, porque en ese Seattle todo estaba conectado. Hasta su suicidio en 2017, una tragedia que dejó destrozados a los Pearl Jam, Cornell sería uno de los grandes apoyos y amigos de Vedder). La llegada de la voz de Vedder y del guitarrista Mike McCready, amigo de la infancia de Gossard, cerraría la formación de una banda que traía algo tan simple como increíble.
Diez canciones
Es decir, Ten, un disco de debut que quitaría un poco el foco a Cobain y los suyos, con un puñado de temas en los que Vedder desnudaba literalmente el alma. Sobre todo en Alive, cuya letra habla de un chico desgarrado al enterarse de que el padre que lo había criado no era su padre biológico, muerto años antes. Ese chico, lo habrán adivinado, era Eddie. Y la exhibición emocional, apoyada en una voz poderosa e inigualable incluso hoy, el factor que diferenciaría a Pearl Jam del resto de bandas, fueran “enemigos” como Nirvana o amigos íntimos como Soundgarden.
El grupo invocaría el rayo varias veces consecutivas, en una trilogía esencial para entender la rabia de los noventa (Ten, Vs., Vitalogy) y romper a partir de ahí el sonido sucio de la época para embarcarse en una búsqueda del rock tranquilo, con un colchón de fans incapaces de abandonar a un grupo que tiene en sus directos (algo que hay que vivir al menos una vez) una baza para perdonarles discos como Backspacer (2009) o Gigaton (2020).
El retorno
Pero esa trilogía fue vital para la infancia de chavales como Andrew Watt, productor de gente como Justin Bieber o del mejor disco de Miley Cyrus (Plastic Hearts), que siempre se sintió predestinado a trabajar con una banda que se formó cuando él estaba naciendo. A Watt le surgió la oportunidad hace un par de años, cuando colaboró en uno de los múltiples proyectos en solitario de Vedder (un tipo que, cuando se aburre, es capaz hasta de sacar una antología del ukelele), y el resultado es el dignísimo Dark Matter. Un disco sin fisuras que cierra el círculo de Alive. Vedder, casado con la exmodelo y filántropa Jill McCormick, es padre de dos hijas, Olivia y Harper. Aquel joven traumatizado por la soledad y la ausencia paterna les dedica hoy Something Special, la canción de un padre orgulloso y feliz… que repite algunos versos en Setting Sun, un aldabonazo monumental (la mejor canción de la banda en décadas) a todo lo que se perdió en Seattle.