Recesión democrática
Elisabeth Ungar B. Columnista El Espectador
El Latinobarómetro 2023, publicado el año pasado, describe lo que está sucediendo con las democracias de la región como una recesión democrática. Esta “no se refiere a esas dictaduras, sino más bien al declive y vulnerabilidad al que han llegado los países de la región después de una década de deterioro continuo y sistemático de la democracia. La recesión se expresa en el bajo apoyo que tiene la democracia, el aumento de la indiferencia al tipo de régimen, la preferencia y actitudes a favor del autoritarismo, el desplome del desempeño de los gobiernos y de la imagen de los partidos políticos”.
En el informe se mencionan como causa de esa recesión, en primer lugar, los personalismos que debilitan a los partidos políticos, generan su fraccionamiento y, por esta vía, su legitimidad como instancias de representación política. Luego, la desconfianza en las instituciones y los gobernantes y su incapacidad de responder a las expectativas políticas, sociales y económicas de los ciudadanos. En tercer lugar, lo que denomina “el fenómeno más negativo de las democracias latinoamericanas en los últimos años: la corrupción al más alto nivel (…) Esta tuerce el poder del voto al intervenir en las campañas electorales con enormes sumas de dinero y provoca una competencia desleal”. Por último, el populismo, que describen como una práctica “anti-instituciones, anti-pluralista, contrario a las élites, intolerante con ciertos grupos de la sociedad, partidario de la democracia directa y hegemónica”.
Colombia no se escapa de esa recesión democrática y de las características que la identifican. Es evidente el fraccionamiento y debilitamiento de los partidos políticos, su pérdida de credibilidad y legitimidad, la volatilidad de sus posturas programáticas, la práctica de negociar votos por contratos y puestos, mucho de esto asociado con el personalismo que los caracteriza. El Centro Democrático con Álvaro Uribe, el Pacto Histórico con el presidente Petro, Cambio Radical con Germán Vargas Lleras, y tantos otros partidos que giran en torno a los caciques regionales. No en vano Colombia tiene 36 partidos políticos y no por eso es más sólida nuestra democracia.
Con relación a la desconfianza de los colombianos en las instituciones y en el gobierno, esta es muy alta y va en aumento. De acuerdo con el último barómetro de confianza de la consultora Edelman, presentado hace unos meses en Davos, y citado por El País de España, “solo un 31 % de los colombianos confían en el Gobierno, 9 % puntos porcentuales menos que en el año anterior y en el cuarto peor puesto de los 28 países encuestados”. Esta disminución también se observa en otras instituciones como el Congreso, las ONG, las empresas y los medios, entre otras. A esto se suma la corrupción, frecuentemente ligada a la financiación ilegal de las campañas y a la entrega de millonarios contratos a los aportantes, nombramientos de personas cercanas en cargos públicos, así como a recursos vinculados con actores y actividades ilícitas.
Finalmente, el populismo también tiene protagonistas en el gobierno. Personas o grupos que antagonizan constantemente con las instituciones, predican acuerdos, pero no los facilitan, estigmatizan y descalifican a los medios de comunicación y a otros sectores, y privilegian la democracia directa, la de la calle, desconociendo canales establecidos en la Constitución y la ley. Ojalá la recesión democrática no desemboque en la ruptura de la democracia.