El golpista Petro
Gustavo Petro
Se volvió obviedad afirmar que la constituyente es inviable, pues eso lo sabe hasta el propio Petro, quien, por esa razón, ha venido migrando peligrosamente al concepto del “poder constituyente” para insistir en su aventura de someternos a algo tan azaroso como la convocatoria de una asamblea que le apruebe las reformas que quiere imponer.
Es un dislate ese cuento de que las formas hay que dejarlas de lado porque lo trascendente es que en el fondo hay un pueblo que tiene ese “poder constituyente” con el que Petro quiere aplastar a todos sus contradictores, para que aquí solo se respire el aire que ellos quieran. Disparate mayúsculo que puede descarrilar la institucionalidad o el “poder constituido”.
En el entorno de juristas del presidente tiene que haber al menos uno que se haya atrevido a explicarle que una constituyente no es igual a preparar una manifestación en la Plaza de Bolívar, que se resuelve de un día para otro con tamales, empanadas, lechona, aguardiente, cervezas, unos cuantos billeticos, pancartas, banderitas, megáfonos y muchos buses para llevar y traer a los hambrientos y sedientos manifestantes. No, una constituyente requiere mucho más que un decretico de emergencia, porque se trata de la convocatoria a una Nación y no la de un solo hombre.
Después de oídas las lecciones de derecho constitucional de Petro –que no las debió aprender en nuestro Externado sino en las montañas y tiempos de su insurgencia– francamente ya no se sabe qué es lo que quiere frente a su anhelo de cambiar la Constitución del 91 e implantar un nuevo orden. Tal parece que la idea es que como las formas no importan, entonces se proceda por cualquier medio, inclusive por la fuerza, a ejecutar lo que sea.
Petro con mucha habilidad acuñó el “golpe blando”, como la estrategia de la ultraderecha, de sus opositores y críticos para no dejarlo gobernar. Inclusive hasta llegó a sugerir que podrían existir planes para tumbarlo y sacarlo de la Casa de Nariño. La verdad es que nada de eso ha ocurrido ni se avizora que vaya a suceder en lo que resta de su accidentado y fracturado mandato. Pero la alarma del supuesto “golpe blando” a muchos incautos les sonó, incluidos varios miembros del gobierno, que se creyeron amenazados y hoy deliran con el supuesto respaldo que creen que el pueblo les prodiga en las manifestaciones cuidadosamente preparadas para recibir al mandatario y a su séquito de aplaudidores.
La verdad es otra. Quien venía advirtiendo al país del “golpe blando” es el protagonista de un golpe a las instituciones. Reza el adagio popular que “el que las hace se las imagina” y esto le cae como anillo al dedo a la situación actual.
En efecto, como las formas no importan, ya Petro inició su proceso del “poder constituyente” con el que arrasará el “poder constituido” y tendremos que acostumbrarnos a los cabildos abiertos en diferentes ciudades, para que en esos ambientes inflamados y de talante populista crezcan los respaldos que el presidente no ha sido capaz de conquistar en el Congreso ni en la opinión, donde hoy registra un 60 % de desfavorabilidad.
Como a Petro no le pegó su discurso de que estaba amenazado por un “golpe blando”, lo ha dejado a un lado, pero decidió adelantarse y por eso está acariciando propiciar su propio golpe, para lo cual no tuvo inconveniente en confesar que no se enredará en aspectos formales, característica visceral de todo golpista. Tal vez en lo único en que ha sido claro Petro es en anunciarnos que si por los canales institucionales no logra imponer sus reformas, empezando por la de la salud, entonces el único camino que queda es “el golpe”. Lo dijo él y solo él.
Por supuesto, como las formas son letra muerta en el universo petrista, tampoco explicó el mandatario quiénes van a ser los constituyentes, pues todo indica que la asamblea con la que sueña estaría integrada solo con sus aliados y a espaldas del resto de compatriotas. Petro empezó a abrir trocha con la constituyente y como eso tampoco le funcionó, entonces hoy anda escarbando en el “poder constituyente” del pueblo para concretar su “golpe” que nos anunció y cometimos el error de no pararle bolas. El golpista es otro.
Adenda. No puede ser que México, buen anfitrión por excelencia, ahora en el gobierno de izquierda de AMLO se haya convertido en un destino peligroso y humillante para los colombianos. ¿Qué dirá nuestro gelatinoso canciller (e) Luis Gilberto Murillo?