Brunson despide a Embiid y pone fin a una serie antológica
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Se acabó lo que se daba. Una eliminatoria maravillosa, preciosa, titánica. Mágica, mística. Una que nos volvió a recordar lo que ha sido toda la vida el baloncesto de la Costa Este, una de garra, rebote, emoción y defensa mezclada con tretas y momentos increíbles. Si hace 30 años hubiera existido el Instant Replay, los árbitros lo habrían revisado más veces que en este final de partido entre Sixers y Knicks, en el que los neoyorquinos prevalecieron (115-118), cerraron la serie y mandaron a sus rivales a la clandestinidad. Una maravilla para el espectador que acaba con Jalen Brunson reivindicado como una de las estrellas más importantes de la NBA actual y Joel Embiid retratado como una de las menos importantes, al menos en cuanto al nivel mostrado en los momentos claves. Los Knicks pasan a semifinales de Conferencia por segunda temporada consecutiva y buscarán un hueco en las finales del Este por primera vez desde el 2000, con Patrick Ewing todavía en activo. Mientras tanto, los Sixers se quedan sin esa opción y sin aterrizar en una serie a la que Embiid nunca ha llegado a título personal y la franquicia de Philadelphia no logra alcanzar desde 2001, con Allen Iverson de mesías. En ambos casos ha pasado mucho tiempo. Pero uno podrán regresar y otros no. Es lo que tiene.
El partido fue un toma y daca constante, una demostración de baloncesto enormérrima, de un espectáculo imperdible. Los Knicks empezaron mandando en un primer cuarto en el que salieron con la intención de cerrar la eliminatoria lo antes posible, de no enfrentarse a una nueva situación en el Madison habiendo desperdiciado un 3-1: 22-36 al final del primer periodo. Pero los Sixers respondieron porque también les queda algo de orgullo dentro de su alma herida, para jolgorio de una ciudad como Philadelphia, ávida de momentos de celebración que siguen sin llegar. De 41-47 a 54-51 para cerrar la primera parte, sólo 15 puntos recibidos en el segundo cuarto y una fuerza sobrenatural apoderándose de los locales, envalentonados, pensando que era posible volver a la meca del baloncesto para vencer a un rival que en su día fue eterno, pero hoy es sólo uno más, por mucho que no lo haya sido durante esta serie. Una resuelta de forma combinada, por cierto, por un punto de ventaja para los de Thibodeau.
El guion cambió tras el descanso largo. Ahí ya no hubo ventajas importantes, que llegaron a ser de 22 puntos en el caso de los Knicks. Tom Thibodeau, fiel a su estilo hasta las últimas consecuencias, apenas utilizó una rotación de siete jugadores si queremos contar los 9 minutos de Miles McBride. Se dedicó en su mayoría a cambiar a Isaiah Hartenstein por Mitchell Robinson para poder desgastar a Embiid y hacerle así más difícil la existencia. Donte DiVincenzo se fue a 48 minutos, Josh Hart a más de 46 (ya pareció un milagro que pisara el banquillo) OG Anunoby a 45 y Jalen Brunson, el ejecutor, a más de 43. Sería justo decir que en un partido de tanta importancia se mueve menos el banquillo, pero la realidad es que el técnico de los Knicks no lo hace sea cual sea el momento de la temporada, algo que puede tener consecuencias desastrosas… si no tienes a Brunson en tu equipo. La cosa fue la siguiente: 83-83 al final del tercer periodo gracias a un triple de Anunoby, incansable, desde la esquina. 12 minutos por delante. O más: con estos dos equipos y en esta serie nunca se sabe. Y si bien todo se acabó al final del tiempo reglamentario, la cosa se hizo eterna para unos y demasiado corta para otro. Esto, como todo, depende siempre del punto de vista.
Un final taquicárdico
A algo menos de 3 minutos para el final, los Knicks parecían tener el partido en el bolsillo: 101-109. Pero los Sixers resucitaron como han resucitado mil veces ambos equipos en esta serie, con la polémica del segundo asalto siempre presente, pero que ya queda de mero condicionante para las narrativas más apetitosas. Un 2+1 de Tyrese Maxey ponía el empate a 111. Los Knicks pidieron tiempo muerto y los Sixers decidieron dejar a Josh Hart, por casualidad y por obligación. El jugador, del más puro estilo Thibodeau y tan increíblemente relacionado con la cultura de los Knicks, acertó cuando tenía que hacerlo. Embiid anotaba, DiVincenzo lo hacía desde la personal tras falta del propio Embiid, eliminado entonces al hacer la sexta; Maxey hacía lo mismo y Brunson, claro, también. Los Sixers no tenían tiempos muertos. Y los Knicks, infatigables, defendían bien las líneas de pase y cometían faltas sin estar en el bonus para consumir segundos. Al final, un lanzamiento de Buddy Hield a la desesperada no tocaba ni aro y la cosa llegaba a su fin. Hart levantaba el brazo y decía adiós con la mano al Wells Fargo Center. El resurgimiento de la rivalidad de entonces necesitaba un gesto como el del pasado. Y así fue.
Embiid finalizó con 39 puntos, 13 rebotes y 2 asistencias, aunque 5 pérdidas. Jalen Brunson le ganó la partida y fue el monólogo de los Knicks en el periodo final, con aclarados constantes; un cuarto en el que anotó 14 tantos para un total de 41, a los que añadió 12 asistencias. Maxey esta vez no estuvo en nada (17 tantos en 18 lanzamientos), Kelly Oubre se fue a 17 y Nicolas Batum, camino de los 36 años, se jugó todos los minutos calientes y logró 16 puntos. En el equipo neoyorquino, que se fue por encima del 45% en triples, 16+14+7 de un Hart polifacético, 19+9 de Anunoby, 14+9 de Hartenstein, 23 de DiVincenzo y buena actividad de Robinson: 2+9, con 2 robos de balón. El partido tuvo momentos de fluidez con otros trabados: 39 faltas personales, los Sixers gastando todos los tiempos muertos y los Knicks quedándose sólo con uno. Y todo lo que se alargó fue compensado por un final brutal, impresionante, emocionante y con el que nadie se atrevió a apostar. No hay suficiente dinero.
Los Knicks pasan de nuevo a segunda ronda y los Sixers dicen adiós de nuevo. Y otra vez antes de tiempo. La temporada pasada terminó con la eliminación ante otro rival de muchas historias, los Celtics, y con el despido de Doc Rivers y la salida de James Harden, eso ya a inicios del presente curso. Ahora, no parece que tengan demasiado margen para hacer nada, más allá de encomendarse a una estrella que cobrará 51 millones de dólares la temporada que viene y tiene contrato hasta 2027. Y no parece buena idea: su final de partido ha sido el habitual, evitando la canasta y lanzar de tres, buscando a sus compañeros y, cuando encaraba, buscaba constantemente la falta (lanzó 13 veces desde la personal sin fallo). En el último cuarto se quedó en 6 tantos e intentó apenas 4 lanzamientos. Esta vez (como muchas otras) no funcionó y ya no hay margen para nada, sabiendo el resultado siempre que se la ha jugado entre la redención y el desastre. Esta temporada sólo ha disputado 39 partidos y su loable esfuerzo jugando los playoffs infiltrado ha sido tremendo, pero se le van acabando las excusas, si es que le queda alguna. Su historia se repite, especialmente en su parte final. Y, ya con 30 años, se le va acabando el tiempo para demostrar que es justo lo que dice ser. Tras una serie estupenda, Brunson sale como una auténtica estrella. Y Embiid, como un auténtico estrellado.
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