Los Lakers, ¿desastre absoluto?
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De donde no hay no se puede sacar. Es lo que pasa con la obsoleta directiva de los Lakers, Rob Pelinka a la cabeza. Y con Jeannis Buss, una dueña que recoge las migajas del propietario que fue su padre y también de la especie de juego de tronos particular que ganó a sus hermanos para el control de una empresa que se hunde como el Titanic. Sin que nadie pueda rescatarla ni haya atisbado que el mar estaba repleto de icebergs, los angelinos están en años sórdidos y con ninguna posibilidad de convertirse en candidatos a nada. Y eso que no se ha cumplido ni un lustro desde el anillo de 2020, esa oportunidad perdida para convertirse en dinastía por obra y gracia de los mismos que están ahora manejando un timón que no funciona. El traspaso para hacerse con Russell Westbrook lo estropeó todo. A partir de ahí, sombras y cenizas. Es lo que queda al final del todo. Carencia de luz y muchas pavesas.
Los Lakers se adentraban en el mercado con la necesidad de dar un golpe sobre la mesa, pero lo único que han hecho es seleccionar a Bronny en el draft y renovar a Max Christie. Nada más. Sonaron James Harden, Klay Thompson y Jonas Valanciunas, pero el primero ha renovado con los Clippers, el segundo ha terminado su histórica asociación con los Warriors para poner rumbo a los Mavericks de Luka Doncic y el lituano a los Wizars. Ninguno ha llegado a Hollywood, a la ciudad de la luz, ese lugar que en su momento fue imán para los agentes libres y se ha quedado en un sitio lleno de susurros y recuerdos del pasado. Sin margen salarial para firmar grandes contratos ni dinero para competir con otras franquicias, algo irónico cuando estamos hablando de la tercera entidad más valorada de la NBA tras Warriors y Knicks (más de 6.400 millones de dólares) en el mercado queda el último hombre que suena: DeMar DeRozan. Con un talento indudable, pero camino de los 35 años, sin poder defensivo, lanzamiento exterior... En fin. Un fichaje que, de darse, cambiaría poco o nada. Y nadie sabe si a mejor.
Todo esto estaba hilado para mantener contento a un LeBron James que se comprometió a firmar con los Lakers (todavía no lo ha hecho) sacrificando dinero (unos 20 millones, algo que ya no es ni necesario y tras lo que seguramente tendrá el máximo) para que pudiera llegar otra estrella. Camino de los 40 años (los cumplirá el 30 de diciembre) y de su 22ª temporada en la NBA (empatará con Vince Carter el récord absoluto) el Rey afrontará su última gran aventura junto a su hijo, el único deseo al que la franquicia se comprometió con suerte, y firmará salvo sorpresa un contrato de tres años de duración para rozar, de cumplirlo, el cuarto de siglo en la mejor Liga del mundo. Un hombre infatigable, una leyenda inabarcable y un aura infinita. La de un jugador que se ve abocado a la nada por la ineptitud de un equipo a la deriva, sin posibilidades de nada más allá de competir con honor y celebrar que lo han hecho, si es que algo así se puede celebrar. Mientras tanto, los Celtics han ganado el anillo número 18, desempatando la batalla histórica por el trono de la NBA. Pues eso.
Pocas opciones
El problema de los Lakers, si es que tienen solo uno, es que no tienen soluciones. Sin dinero ni margen salarial, se han quedado a las piezas más importantes que rodean a LeBron y Anthony Davis: Austin Reaves, Rui Hachimura... y D’Angelo Russell. El base ha olisqueado el mercado y ha visto que las vacas flacas llaman con fuerza a su puerta y ha decidido apostar por una player option que parece la decisión más inteligente en lo que se refiere a su seguridad económica. Con ese quinteto los Lakers han demostrado dos cosas: que pueden ser competitivos y que no pueden ganar. Fue el último acierto de Pelinka, apañar un problema eternamente postergado y sacar a Russell Westbrook de la plantilla para hacer aterrizar a Hachimura y a Jared Vanderbilt. Pero el primero se ha hecho pequeño y el segundo se ha lesionado demasiado. La idea era buena, pero estaba cogida con pinzas: si todo funcionaba, había una opción. Pero en el momento en el que algo falla, todo se desmorona.
Y todo con una imagen pésima: Darvin Ham fue despedido tras alcanzar las finales del Oeste en su primera temporada y ganar el In-Season Tournament en la segunda. Frank Vogel, hacedor del último anillo, lo fue de malas formas y con una plantilla que no era la que quería. Dan Hurley, de UcCoon, ha plantado a los angelinos en un proceso de selección que ha sido largo y tedioso y que ha acabado con JJ Redick haciéndose con el puesto sin que nadie sepa cómo ni experiencia en el cargo. Y no se sabe si LeBron ha tenido algo que ver en su fichaje (él dice que no) o a quién han pedido consejo después de que sonara una ristra interminable de nombres sin concreción, y a veces sin sentido. Y todo con una plantilla que es la misma y en un cambio generacional enorme vivido por la NBA: el pasado es el pasado por mucho que sus representantes sigan en activo en el presente. Y jugadores de nuevas edades llegan para hacer lo que ellos hacían antes. Renovarse o morir. En el caso de los Lakers, lo segundo. O eso parecen empeñados en demostrar.
Sin expectativas
Ahora, los Lakers afrontan la recta final del mercado sin mucho que hacer y poco que decir. Con el recuerdo de las oportunidades perdidas y viendo con una punzada de dolor como Alex Caruso, otro por el que lucharon poco o nada, acaba en un rival directo en la Conferencia Oeste como los Thunder. Con Davis sin decir ni mu y LeBron dedicándose a lo que ha hecho siempre, entrenar para convertir su cuerpo en una máquina de matar y conquistar el oro olímpico en París para seguir sumando hazañas a su inabarcable currículum. Ya sin más anillos, algo que parece imposible que vaya a volver a hacer si tenemos en cuenta la concatenación de desgracias en la que su equipo se ha inmerso en los últimos tiempos. Las 10 Finales, ocho de ellas consecutivas en números de otra era, no quedan en el olvido porque son imposibles de olvidar. Pero sí más atrás de lo que merece una figura de su categoría. El, quizá, mejor jugador de la historia de la NBA. Uno empujado, como tantísimas leyendas antes que él, a un triste final.
Es muy difícil acabar a lo grande, pero los Lakers tienen claro que se abocan a eso. Jeannie Buss quiere permanecer con la entidad que su padre convirtió en el mejor y más atractivo mercado. Y para eso tiene claro que colmará en honores a LeBron durante, si todo va bien, las próximas tres temporadas: una retirada bien larga, venta indiscriminada de camisetas y, claro, más y más récords de longevidad para el hombre más longevo, un jugador que ya el curso pasado fue el más veterano de la NBA y que tiene solo unos meses menos que JJ Redick, que en su etapa en activo llegó después del Rey (2006) y se fue antes (2021). Y así todo, ya que no queda nada más que decir de los angelinos, unos que se dedicarán a honrar a su héroe, que sigue siendo de los mejores en circulación pero al que ya nadie le acompaña. Llegó a los Lakers por obra y gracia de Magic Johnson. Davis lo hizo por Pelinka. La asociación dio un anillo. Luego, se acabó la magia.
Así están las cosas en L.A. Sin más motivación que la propia dilación, la espera eterna para que lleguen tiempos mejores. Y sin, a priori, jugárselo todo y dejar marchar a LeBron para que viva su última gran aventura mientras traspasan a Davis para hacerse con jugadores y rondas del draft con los que iniciar una reconstrucción. Esa idea se le ha pasado por la cabeza a más de uno, pero es tan tímida y se dice de forma tan baja que parece totalmente irreal. Empresarialmente, la mejor forma de que sigan hablando de ellos es alimentando la narrativa en torno a LeBron James, la última gran historia que se ha escrito en la mejor Liga del mundo. Por mucho que el final parezca más que triste para una estrella que lo sigue siendo a pesar del paso del tiempo. Ese que se ha ido comiendo poco a poco a una franquicia que antes era capaz de todo pero que ahora vive del pasado, tiene un presente cuestionable y un futuro inexistente. Es lo que tienen los Lakers en un interior que contrasta con ese exterior lleno de apariencias, pero que esta vez no esconde nada. Otra vez: de donde no hay, no se puede sacar.
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