Desmitificar al 'Celeste Imperio' chino

La apertura de China al exterior, su modernización económica y el aumento del nivel de vida de sus ciudadanos no ha producido avance alguno hacia la democratización del país. Al contrario, se está llevando a cabo un fortalecimiento del control de la sociedad y de la economía por parte del Partido Comunista chino. Esta estrategia la definió Deng hace casi medio siglo en sus Cuatro Principios Cardinales: las reformas son para avanzar hacia el socialismo; la Dictadura del Proletariado es irrenunciable; el liderazgo del partido es imprescindible y los dictados del marxismo y leninismo son indiscutibles. China es un Estado totalitario. Une los dos rasgos usados por Zbigniew Brzezinski para catalogar a esos sistemas: el terror más la ideología.

Desmitificar al ‘Celeste Imperio’ chino

Desde comienzos de los años 80 hasta 2010, el crecimiento chino fue espectacular, pero no sorprendente. Cuando una economía hipercerrada se abre e introduce algunas reformas promercado, se produce una expansión muy intensa basada en la acumulación de factores de producción (capital y trabajo). Sin embargo, esa trayectoria no es eterna y termina por generar rendimientos decrecientes.

Desde 2014, la economía china ha ido perdiendo vigor y no le ha recobrado. China se enfrenta al riesgo de caer en la denominada trampa de la renta media y con grandes dificultades para dar el salto hacia una economías de renta alta. ¿Por qué ocurre eso?

La tasa de productividad en el antiguo Celeste Imperio es muy baja. La causa de ello es el creciente peso de la planificación y de las empresas estatales; el aumento de los subsidios a las compañías situadas en los sectores considerados de futuro por las autoridades; la negativa del Gobierno-Partido a tolerar procesos de destrucción creativa, la sustitución de empresas ineficientes por eficientes; la ausencia de competencia en los mercados territoriales donde los jefes del Partido Comunista chino erigen todo tipo de barreras a aquella y asignan el capital a los usos que consideran oportunos; la escasa protección a los derechos de propiedad y la falta de seguridad jurídica.

A ello se suma, el envejecimiento de la población y la reducción de la fuerza laboral con dos efectos: el lastre de la innovación y la presión alcista sobre el gasto público. Por añadidura China se enfrenta ya a un serio problema con los segmentos de la población con mayor cualificación.

De los graduados mundiales en Inteligencia Artificial, uno de cada cuatro son chinos y el 56% de ellos emigra a Estados Unidos. El 88% de los científicos, tecnólogos, ingenieros y matemáticos que cursan postgrados en aquel país deciden permanecer en él.

Por otra parte, pese a la mitología imperante sobre la calidad de su educación secundaria, es básico tener en cuenta la disparidad brutal existente entre las zonas urbanas y las rurales. En estas vive el 64% de la población y el 70% de los niños en edad escolar. De ellos sólo el 11% cursa la secundaria. Esto obedece a una decisión política.

Bajo el sistema del hukou, todos los niños al nacer son divididos en dos categorías: urbanos y rurales. Quienes viven en las segundas zonas tienen sólo acceso a las escuelas del lugar donde han nacido y, si emigran con sus padres a las ciudades, no les está permitido entrar en ellas.

Por último, China no está ganando ni ganará la batalla de las nuevas tecnologías. Esta tesis se suele impugnar con un dato: el número de patentes chinas registras superó al de Estados Unidos en el pasado año 2020. Pero ese indicador no mide de manera precisa la innovación. Por un lado, el 10% de las patentes registradas supone el 90% del valor total de ellas; es decir, la gran mayoría son poco valiosas. Por otro, las citas de patentes indican con mayor precisión su utilidad. Entre las 100 patentes más citadas desde 2003, ni una sola proviene de China.

Para cerrar el círculo, las principales empresas chinas de, por ejemplo, inteligencia artificial Tencent, Alibaba y Baidu son simples copias de Facebook, Amazon y Google.

Cuando un país está lejos de la frontera tecnológica, la imitación y la adopción de tecnología extranjera pueden llevarle muy lejos. De esta forma, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) creció durante gran parte de la Guerra Fría.

Este enfoque es correcto, pero olvida algo básico. Si bien los soviéticos lograron cerrar parte de su brecha tecnológica, nunca lograron superar a los Estados Unidos. La imitación puede planificarse y coordinarse; la innovación es un viaje de exploración hacia lo desconocido. Y pasar de imitar a innovar no es una tarea fácil y, menos, para un Estado totalitario.

Las disrupciones tecnológicas requieren un proceso de libre interacción e intercambio de ideas entre los inventores y los empresarios. El marco institucional chino, definido por el monopolio del poder en manos del Partido Comunista, por la falta de garantía a los derechos de propiedad y por el control totalitario de la sociedad tiene ventajas significativas en algunos casos, por ejemplo, en la construcción de infraestructuras, pero no para generar dinámicas innovadoras e plantarlas.

Ello exige un entorno que permita a las personas desplegar ideas controvertidas y, casi siempre, desafiantes para el statu; es decir, libertad. Y ésta no existe en China.

Sin duda, este enfoque resultará extraño o erróneo para muchos, pero pone de relieve los enormes problemas de China para optar a la hegemonía económica global. El mayor riesgo para Occidente no es ese, sino que el debilitamiento de la economía china se intente compensar emprendiendo aventuras exteriores.