Periodismo y desinformación
María Alejandra Villamizar Columnista de Opinión El Espectador.
Se ha vuelto común que, para manejar las crisis en diferentes países del mundo, se acuda al señalamiento de la prensa como la responsable del debilitamiento de un gobierno o de un proyecto político, y muchos ciudadanos lo están creyendo porque se ha logrado borrar la frontera entre la libertad de prensa y la libertad de expresión, entre lo profesional y lo comercial, entre el deber de informar y el negocio de difundir mentiras.
El periodismo está inventado. Se investiga, se verifica, se contrasta, se aplica el criterio de la relevancia y el interés general, y se publica. En los medios de comunicación trabajan profesionales de la información que, en su recorrido, han aprendido a diferenciar las verdades de las mentiras; a identificar los intereses de las fuentes y, por lo tanto, a ponderar cuándo deben o no seguir la pista de un dato. El llamado “olfato periodístico” no es otra cosa que la pericia que se adquiere con el oficio y el respeto por él. Los periodistas son bitácoras de los hechos, van acumulando biografías, fechas, testimonios, emociones; diferencian el espectáculo de las noticias, identifican el impacto y miden las consecuencias de sucumbir a los intereses de los poderosos. Dan visibilidad a la realidad que está oculta a simple vista, levantan las alfombras para encontrar los secretos que se han ocultado ante el público. Un periodista se cultiva en su propia credibilidad y no se arrastra por la vanidad. El periodismo no está pensado para humillar ni para ganarle batallas a personas, sino para dar la batalla contra la injusticia, la corrupción y el engaño.
No hace periodismo cualquier persona que, en el ejercicio de su libertad de expresión, dice lo que piensa sobre un personaje a título personal; no hace periodismo el individuo que, usando internet, busca reconocimiento a costa de la integridad y crea falsas percepciones acudiendo a la mentira, la difamación o la calumnia. No es periodismo montar una página de internet y ganar dinero para publicar historias que otros pagan. No es periodismo hacerle propaganda a un producto o a un partido político. Un celular no es un medio de comunicación, una cuenta en redes sociales tampoco lo es en sí misma. No es periodista el algoritmo manipulado por inteligencia artificial, tampoco es periodista ese familiar o amigo que circula una información anónima por una cadena de chats.
No toda la comunicación es periodismo. Hay comunicadores que trabajan para clientes específicos y hacen un trabajo, y los profesionales que trabajan en los medios de comunicación hacen otro. No todos los comunicados que venden las agencias son de interés público, no todas las declaraciones o publicaciones de personajes deben estar amplificadas por los medios de comunicación. No todas las voces que escriben o hablan en las redes sociales tienen la jerarquía para convertirse en noticia.
La prensa y los periodistas también se confunden. Presionados por la intensidad y alcance de las redes sociales y el debilitamiento del modelo de negocio, que cambió para siempre, han debilitado su fortaleza al permitirse el daño de las esquirlas que la alcanzan en la guerra de la desinformación. Muchos han sucumbido emocionados ante los likes y son cazados en sus propias vulnerabilidades. Nunca antes fue tan difícil para un periodista mantener inquebrantable su sistema de defensa ante un juego en el que la tecnología y quienes la manejan, parecen tener la fórmula del triunfo.
Pero, aunque parezca vetusto e irracional en estos tiempos, hay que sostener que los principios que rigen la función del periodismo no han cambiado y el pilar que significa la libertad de prensa en el mantenimiento y fortaleza de la democracia, tampoco.
Es verdad que el infinito espectro que se abrió con la autopista del internet y las redes sociales ha creado la falsa creencia de que el periodismo se acabará, y la confusión le sirve hoy a los políticos para argumentar que sus faltas a la ética y sus errores como gobernantes se deben a los ataques despiadados de la prensa contra ellos y que autoproclamarse líderes de heroicas gestas de salvación de sus naciones los pondrá en un pedestal inalcanzable.
Si lo que pretenden los histriónicos líderes de estos tiempos es convertir a los periodistas que publican verdades no convenientes para ellos en opositores, estarán lanzándose al abismo. El periodismo no se rendirá. Y si los periodistas dejan su lugar para autoproclamarse salvadores de la nación y se convierten en políticos ejerciendo el oficio, acudiendo a la desinformación y la mentira, se acercarán a otro precipicio. El periodismo no se acabará. El pasado viernes 3 de mayo fue el día de la libertad de prensa.