¿La marcha de la muerte?
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¿La marcha de la muerte?
Además de su propensión antidemocrática, Petro mostró una faceta de insolidaridad con su gabinete.
Pedro Medellin
Como dirían en la Costa, el presidente Petro en su discurso del 1.º de mayo se pasó de calidad. Calificar la movilización del pasado 21 de abril como “la marcha de la muerte” no solo es una expresión de intolerancia, inadmisible en un presidente de la República. También muestra una peligrosa propensión antidemocrática del primer mandatario cuando la gente no está de acuerdo con él. De ahí a la tiranía, hay muy pocos centímetros.
Lo grave es que el discurso y la actitud presidencial, por rudimentaria que sea, parecen inatajables. Ante la evidencia de que el Presidente no está dispuesto a respetar los límites de la ley, como ya lo ha demostrado, resulta preocupante que en el entorno del jefe del Estado no haya quien pueda regular la fuerza de sus pasiones. Debió ser tan grande la molestia que le causó a Petro la marcha del domingo pasado que la persona que estaba más cerca de él (Laura Sarabia) se atrevió a enviar un mensaje a las redes en un tono conciliador que buscaba anticipar o contener cualquier desbordamiento que pudo adivinar con la contrariedad que vio ese día en su jefe. Pero resultó infructuoso. Una semana después, la movilización que la directora del Dapre calificó de “llamado a la reflexión y la autocrítica del Gobierno” y el ministro del Interior “mensaje político que tiene que ser escuchado con respeto”, el Presidente la terminó graduando como la “marcha de la muerte”.
Ante la evidencia de que el Presidente no está dispuesto a respetar los límites de la ley, resulta preocupante que en el entorno del jefe del Estado no haya quien pueda regular la fuerza de sus pasiones.
Además de su propensión antidemocrática, en el discurso del 1.º de mayo, Petro mostró una faceta de insolidaridad con su equipo de gobierno. Decir que “los ministros que tengan miedo de hacer las tareas que exige el momento, debían hacerse a un lado” muestra lo poco que está dispuesto a aceptar que los problemas que enfrenta el Gobierno también son el producto de su propia incapacidad para trazar una salida a la crisis. Y, en cambio, sí está convencido de que los problemas que vive el país son el resultado de la incomprensión y conjura de sus enemigos tradicionales y los organismos de control, los jueces y ahora, sus ministros.
En el resto de su discurso, Petro no hizo otra cosa que recordar lo que en su ensayo Lo que digo y lo que dicen que digo (1977) Michel Foucault llamaba “artimañas de abogados”, a la técnica que utilizaban los intelectuales comunistas que polemizaban con él. En su descripción del proceso de “enjuiciamiento” que hacen esos intelectuales, el francés muestra cómo todo comienza con el recurso simple de “invertir las acusaciones”. Es decir, culpar al otro de las culpas que, por sus actuaciones, la historia les ha imputado.
El segundo paso consiste en “amalgamar lo diferente”, de manera que todas las acusaciones se sinteticen en cabeza de un único responsable. “Se trata de la vieja táctica, a la vez política e ideológica, del estalinismo que consiste en tener siempre un solo adversario. Sobre todo cuando se lucha en varios frentes a la vez (…). Hay mil diablos, decía la Iglesia, pero un solo príncipe de las tinieblas”. Es el recurso que permite afirmar: “Ya no sois más que un solo y único adversario, os pediremos cuentas no solo por lo que habéis dicho, sino también por lo que no habéis dicho”. El tercer paso exige exorcizar las culpas, asimilando el enemigo con el peligro. Es la parte que pone en marcha una condena. Es preciso que el imputado sea condenable y condenado, en un proceso en que “no importa la naturaleza de las pruebas, sino la fuerza de quien las esgrime”. El proceso se completa con el recurso de la autolegitimación que Guy Hermet describe en su libro La democracia contra el pueblo (1990), para analizar el poder seductor de los tiranos: “Con el pretexto de enseñar a las masas a quién deben excluir, el tirano tiende a exaltar ante ellas el rostro de los buenos apóstoles acusadores. Los que denuncian a los enemigos del pueblo con más vigor siempre serán sus mejores amigos”. Ojalá sea ese desespero por no producir resultados y no su propensión antidemocrática. * Profesor titular de la Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional (Lea todas las columnas de Pedro Medellín Torres en EL TIEMPO, aquí).
Pedro Medellín
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