El hábito que puede estar destruyendo tu autoestima es uno del que seguro no te has dado cuenta
Portrait of smiling young businessman in office
Nuestra autoestima puede estar muy determinada por la forma en que actuamos. “A mí es que no me gusta el conflicto”. Es una frase que solemos repetir mucho para justificar (a los demás o, quizás, a nosotros mismos) el por qué no le hemos llevado la contraria a alguien cuando no estábamos de acuerdo en algo. Pero lo que tal vez no sabíamos es que evitar los conflictos podría ser algo que esté minando nuestra visión de nosotros mismos poco a poco.
Todos coincidimos en que pelearnos o enfrentarnos a un conflicto es desagradable, sobre todo, cuando se trata de alguien a quien queremos. Muchas veces hacen que nos sintamos avergonzados, culpables o vulnerables y, si es algo grave, puede resultar en que ambas partes digan cosas que no deben decir. Son situaciones complejas que muchos tienden, por norma, a evitar.
Cuando ocurren, existen cuatro formas de actuar, que vienen determinadas normalmente por nuestra propia forma de ser:
- Le damos la razón a la otra persona y no decimos nada. Por lo tanto, evitamos conflictos.
- Ignoramos a la otra persona por completo. Volvemos a ignorar el conflicto.
- Le gritamos al otro, o le decimos cosas hirientes. Nos enfrentamos al conflicto, pero de forma agresiva.
- De forma calmada, explicamos nuestro punto de vista, pero sin dar nuestro brazo a torcer y haciendo lo que creemos correcto. Entonces, somos asertivos.
Cada uno de nosotros, tendemos a responder a estas peleas de una forma que, normalmente, viene determinada desde nuestra infancia. Básicamente, acabamos haciendo lo que hemos visto y experimentado en nuestros hogares: nuestra forma de lidiar con el conflicto está relacionada con el estilo de familia en el que crecimos. Si no se verbalizaban los problemas o nos hacían sentir que nuestros sentimientos no eran legítimos, no nos encontraremos cómodos expresándolos ahora.
Si este es nuestro caso, lo más seguro es que siempre pensemos que evitar el conflicto es la mejor opción. Y, aunque en algunos casos sea cierto que no merece la pena adentrarse en un debate o discusión, no siempre es así.
Si no expresamos lo que pensamos o sentimos, la otra persona es quien llevará las riendas de la situación y todo lo que haga o diga mal pasará inadvertido y no tendrá consecuencias, lo que, a la larga, nos causará agobio y nos sentiremos víctimas. El enfado de la otra persona se asentará sobre nosotros, porque no hemos dado la cara por lo que pensamos, y acabará comiéndonos por dentro y minando nuestra autoestima.
Si no hablamos, estamos mandando un mensaje a nuestro yo más profundo de que no importamos y de que no merece la pena que nos defendamos. Saldremos pensando eso de la discusión y esos pensamientos negativos se nos quedarán guardados.
Para remediarlo, debemos trabajar para ser más asertivos. Pero ello requerirá hacer cuatro cosas al mismo tiempo, en el momento de la discusión:
- Controlar y gestionar nuestros sentimientos, sobre todo el enfado y el dolor.
- Evaluar la situación como si la viésemos desde fuera.
- Pensar muy bien cómo vamos a responder a ella.
- Responder de una forma calmada y respetuosa con el otro, independientemente del enfado que sintamos.
Esta estrategia, aunque sea difícil de asimilar, es muy efectiva y podemos aprenderla si nos esforzamos en ello. Al final, se trata de defendernos a nosotros mismos, a nuestros valores, pero manteniendo el respeto por los demás, y sin perder los papeles.
Con la asertividad, nos estaremos demostrando a nosotros mismos que merecemos la pena y que nuestras emociones deben ser expresadas, porque importan. Siendo conscientes de nuestro propio valor, seremos capaces de vernos realmente por quiénes somos y, sin dejar que nadie nos pase por alto, nuestra autoestima mejorará de una forma increíble.