El buenismo y la lectura
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El buenismo y la lectura
El entusiasmo suscitado por ‘El infinito en un junco’ contrasta con la carencia de espacios para la divulgación cultural.
Yolanda Reyes
En esta Filbo que está a punto de terminar, ciertos discursos sobre lectura se asemejan cada vez más a religiones del tipo ‘new age’, llenas de consignas que pueden adoptarse y volverse virales. Como si bastara con encontrar una figura, un libro más vendido y una fila inmensa de personas en busca de un autógrafo, la “lógica” parece similar a la del restaurante lleno: si la cola da la vuelta a la esquina, la gente tiende a creer que es el mejor de la manzana, aunque haya otros más sofisticados (o exclusivos: que cada cual elija la palabra).
їEn dГіnde reside el Г©xito de uno de esos libros que se vuelve un fenГіmeno y que una editorial sueГ±a con descubrir? ВїQuГ© dosis de talento, de incertidumbre, de suerte y de mercadeo se conjugan en cada caso? Al parecer ningГєn editor, por genial e informado que sea, puede anticiparlo y no depende necesariamente de su olfato y, a veces, ni siquiera del autor. Por supuesto, el entusiasmo de los lectores que se encargan del “voz a voz” explica el impacto inicial; y, sin embargo, entre esa conexiГіn y el furor masivo que los convierte en una secta o, para usar las palabras de Irene Vallejo, en lo que ella misma denomina “la tribu del junco” hay un misterio inescrutable.
Por tratarse de un libro sobre la historia de la lectura y la escritura, la idea de tribu que usa Vallejo parece contradecir la del individuo que cifra en su autonomía su condición de lector. Aquel lector “rumiante” y singular que no traga entero y que levanta la cabeza entre los intersticios, según dice Roland Barthes, para oír el susurro del lenguaje con sus capas inestables, y para poner a prueba su criterio, no parece compatible con esa devoción masiva que suscita la autora de ‘El infinito en un junco’ y a la que contribuyen también las clasificaciones rotundas de los periodistas.
“La escritora más importante en español de hoy” (la frase de Roberto Pombo es apenas un ejemplo de la efusividad que se ha extendido a ciertos medios) y las opiniones favorables parecen confundir la cara de la santa con su obra, de la cual, salvo pocas excepciones, se repiten cifras de ventas y un resumen cada vez más resumido del argumento, como si el interés de sus audiencias por la lectura la fuera despojando cada vez más de sentido.
Si bien cada cierto tiempo una obra sobre lectura se convierte en ‘bestseller’ (se me ocurren otros ejemplos como los libros de Umberto Eco o Alberto Manguel), el entusiasmo suscitado por ‘El infinito en un junco’ contrasta hoy con la carencia de espacios para la divulgación cultural (por no decir para la crítica literaria) en Colombia. Entre el discurso “buenista” que confiere a la lectura la responsabilidad salvadora de solucionar inequidades con la visita esporádica de alguna autora (“una palabra tuya bastará para sanarme”) y la precariedad de la pedagogía de la lectura y de las acciones culturales hay un abismo tan grande como las brechas de inequidad de este país, que se reflejan también (pero no solamente) en el ámbito simbólico.
El proceso que ilustra la historia de la lectura involucra una serie de etapas en el tiempo y requiere de muchos años de educación, más allá de las visitas esporádicas de los autores a “territorio”, como se denominan condescendientemente ciertos lugares donde los derechos (y no solo los culturales) siguen considerándose dádivas. Garantizar esos escenarios cotidianos para “leer levantando la cabeza” y conversar sobre los libros (con o sin sus autores presentes), y tocarlos desde la primera infancia, y escribirlos y leerlos durante las ferias, pero, sobre todo antes y después, durante todo el año, en la escuela, en la biblioteca, en la casa y, ojalá en una librería, es más lento y no sale en los medios. Pero tiene más sentido.
YOLANDA REYES
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Yolanda Reyes
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