Jurassic World debe extinguirse cuanto antes

Cuando se anunció que David Leitch, co-director del primer John Wick (2014) y responsable de Bullet Train (2022), estaba al mando de la próxima entrega de Jurassic World, dos cosas sucedieron casi al mismo tiempo: a) el mundo entero se preguntó al unísono si realmente era necesaria otra entrega de Jurassic World; y b) Leitch abandonó el proyecto a la misma velocidad con la que había entrado, recurriendo al clásico eufemismo (“diferencias creativas”) que el manual recomienda en estos casos. Según The Hollywood Reporter, fuentes cercanas al proyecto aseguran que, dado que Universal y Amblin piensan estrenar la película el próximo 2 de julio de 2025, no hay tiempo material para desarrollar nuevas ideas, luego lo que estaban buscando es algo similar a un artesano que llegue, ejecute las previsualizaciones que el equipo de efectos especiales ha desarrollado ya a partir del guion de David Koepp, cobre su cheque y se marche a casa. Incluso el director de Bullet Train lo consideró un trabajo demasiado funcional y poco edificante.

Por suerte, los ejecutivos al timón de la franquicia han encontrado a un cineasta que sencillamente no está en posición de rechazarlos: Gareth Edwards, cuya The Creator (2023) acaba de estrellarse en la taquilla internacional tras haber apuntado hacia las estrellas con una idea original, un presupuesto más o menos holgado (aunque no tan desorbitado como podría parecer) y un diseño de producción por encima de la media dentro de un género, el fantástico, que corre peligro de ser consumido por el reciclaje cultural y la dictadura del reboot.

Existe un término que representa muy bien lo que le ha ocurrido a Edwards: la Cárcel del Cine, o ese lugar imaginario al que van a parar quienes se apuestan hasta la camisa en la clase de fracaso comercial que Hollywood no tolera bajo ningún concepto. Es allí donde Michael Mann fue a parar después de Blackhat (2015), lo cual explicaría por qué le costó tanto tiempo levantar su Ferrari (2023), y es allí donde el Damien Chazelle post-Babylon (2022) se encuentra ahora mismo golpeando con una taza los barrotes de su celda. Gareth Edwards podría haberle hecho compañía durante una larga temporada, pero Steven Spielberg ha pagado su fianza a cambio de devolverlo a un redil, el cine de franquicias, del que lleva la mayor parte de su carrera intentando escapar en vano.

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Hay quien se alegrará de que el director de Godzilla (2014) regrese al terreno de los lagartos gigantes, así como también hay aficionados a la ciencia-ficción a quienes The Creator, una propuesta tan estimulante como imperfecta, no acabó de convencer por completo. Lo cual es perfectamente comprensible, pero nos aleja del verdadero quid de la cuestión: el género fantástico de alto presupuesto e ideas frescas está muriendo en un vasto océano rebosante de plástico. Creadores como Edwards se ven obligados a pagar el precio de su imaginación (es decir, su apuesta por la originalidad) con el ostracismo o, como en este caso, el borrado de su personalidad. La sumisión a una fórmula que solo da como resultado una generosa ración de contenido algorítmico, nunca buen cine. ¿Alguien recuerda con cariño un solo fotograma de Jurassic World: Dominion (2022)? ¿De verdad queda algún aficionado al fantástico con un mínimo de respeto por sí mismo que prefiera seguir consumiendo versiones recalentadas de las mismas historias, los mismos personajes, los mismos esquemas narrativos? El culto a la nostalgia pop ha acabado produciendo monstruos (lucrativos, al menos hasta que dejen de serlos) y ha estancado la creatividad de toda una industria. Es hora de Jurassic World tome buena nota de lo que hicieron sus criaturas protagonistas y, en fin, tenga la decencia de extinguirse antes de arrastrar nuestro interés por el cine comercial con ella.

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