FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI / AGENCIA UNO
El afán por contrastar afirmaciones y comportamientos pretéritos con los actuales, entendido por la prensa como una contribución a la necesidad de escrutinio público, le viene pasando la cuenta al Presidente Gabriel Boric. El otrora rebelde y hasta mesiánico líder estudiantil, díscolo diputado luego, ha contribuido como ninguno de sus predecesores a alimentar la cantera de disonancias entre lo que fueron sus dichos y las decisiones que se ha visto obligado a adoptar desde que ocupa La Moneda.
La más reciente es el acuerdo de Codelco con SQM, que trajo a primera plana a un Ponce Lerou cuya figura está indisolublemente asociada al financiamiento ilegal de la política. Le anteceden otras, como la militarización de La Araucanía, la aprobación del inicialmente demonizado por el Frente Amplio acuerdo TPP11, el rechazo de una medida que originalmente su sector apoyó como la del retiro de los fondos previsionales y la necesidad de recurrir, frente a la debilidad de sus colaboradores de la primera hora, a figuras asociadas a aquella ex Concertación que tanto fustigó.
Un ámbito en el que ha debido extremar su transigencia es en el de la seguridad, aprobando más leyes que nunca para enfrentar una delincuencia y una criminalidad que no dan tregua. Por tratarse de un problema de política pública tan complejo o “retorcido” (wicked), queda la duda de si tantas medidas alcanzarán a llegar a tiempo. Por otro lado, no es extraño que se aspire a revertir las pensiones de gracia, y los indultos asociados al estallido social pesarán en el tiempo como una losa.
No es casual, entonces, que importantes referentes de opinión usen, para aludir a los cambios experimentados por el Mandatario, expresiones tales como “metamorfosis” (Schaulsohn), “mutación” (Auth) y “renuncia” (Mansuy).
Una mirada alternativa interpretaría sus mudanzas como pragmatismo y, más que criticarlas como infracciones, las saludaría hasta con cierto alivio. ¿Será que a nuestra cultura política le cuesta aceptar la distinción weberiana entre la ética de la convicción, más propia del comportamiento guiado por claves religiosas (y que la generación gobernante ha abonado con su pulsión esencialista y moralizante), y la de la responsabilidad, llamada a tener a la vista las consecuencias previsibles de la propia acción? Weber fue taxativo: “Quien quiere obrar conforme a la moral del Evangelio, debe abstenerse de participar en una huelga, que es una forma de coacción, e ingresar en un sindicato amarillo”.
En versión contemporánea, Leszek Kolakowski, filósofo polaco y revisionista, ha argumentado que la consecuencia total respecto a unos valores que se toman como absolutos se identifica en la práctica como fanatismo, mientras que la inconsecuencia es una fuente de tolerancia.
Por María de los Ángeles Fernández, Doctora en Ciencia Política
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