Adiós a Constanza Ramírez Silva, una gran amiga y defensora del ambiente
Esta semana falleció Constanza Ramírez Silva, una defensora de la naturaleza en Colombia. Homenaje a una luchadora del ambiente.
Constanza Ramírez Silva fue una gran defensora del ambiente en Colombia.
Constanza sabía que el 22 de abril era el día de la Madre Tierra y que el 23 era el día del idioma, dos de sus obsesiones, que siempre celebró y por las que trabajó incansablemente. Seguro que tenía planeada alguna actividad creativa para enseñarles a los niños de un colegio en Puerto Bogotá la importancia de conocer el planeta donde vivimos y proponerles escribir sobre la geología, la geografía, la botánica y la zoología de la región, porque hace un año me escribió: “Salgo a conversar con los nueve estudiantes sobre diversidad en Colombia pluriétnica y ambiental”.
Generosa como la que más, he evocado momentos que compartí con ella desde que la conocí hace unas seis décadas, he recordado las lecciones de biología que no dudaba en darme cuando debía enfrentarme a un investigador científico, fuente para mis artículos periodísticos, la rapidez con la que me mandaba sus contactos y su entrega al compartir todo su conocimiento del país rural, ese que recorrió de la mano de colegas y amigos… y amigas.
Hasta el Amazonas fuimos a visitarla cuando vivió en Leticia, trabajando con las comunidades indígenas de La Pedrera o Tarapacá, respetando su conocimiento y fusionándolo con el suyo para apoyar sus derechos a la chagra y a la tierra, así como intercambiando las mejores ideas para preservar la naturaleza y el ambiente. Recorría ríos en las más precarias embarcaciones, se montaba en cualquier medio de transporte que la llevara a sus destinos; no importaba en cuál rincón de Colombia, se reunía con todo tipo de colombianos, desde ministros hasta representantes de organizaciones de dudosa procedencia con la misma sencillez, curiosidad e inteligencia que la caracterizó desde chiquita.
Nunca dudó en empacar su mochila con sus botas y un cepillo de dientes para lanzarse a la siguiente aventura, no precisamente para pasear, sino para conocer este país al que le dedicó sus investigaciones, pensamientos y propuestas. Y últimamente, desde que resolvió vivir en su casa de Honda con su perrito Milu, no dudaba en montarse en una flota que la traía a Bogotá a hacer una vuelta, o a visitar a sus amigos.
Fuimos compañeras de colegio desde muy chiquitas. Jugamos, estudiamos y cuando nos graduamos, como suele suceder, cada una cogió un camino diferente. Años más tarde la vida nos volvió a juntar y fuimos vecinas. Ella con Martín y Alejandro, sus hijos, a quienes apoyó en todos los momentos, y de quienes vivió —y vive— muy orgullosa.
Desde hace unos años volvimos a juntarnos con regularidad las ocho amigas del colegio. Entrañables, solidarias e incondicionales en todo momento, siempre estamos ahí para apoyarnos y darnos abrazos. A Constanza le dimos muchos, por todas las circunstancias que vivió, por la lealtad con la que nos hemos unido a estas alturas de la vida, cuando más necesitamos de esas amigas que son las amigas de siempre, las que nos conocen hasta el tuétano, las que siempre estamos en los momentos en que nos necesitamos. Con las que reímos y hacemos planes. Como el viaje a Guatemala a visitar a una de las ocho, recorrer toda su historia arqueológica y terminar el día con una buena cena reflexionando, haciendo balances del día. Ninguna sacó plata de su bolsillo. Estuvimos allí gracias a un ahorro al que bautizamos “el fondo amigas”, en el que todas aportábamos mensualmente y organizábamos “aquelarres” como nos dijo un amigo, admirador de nuestro grupo. Y estábamos juntas. La amistad es una bendición.
Constanza fue nuestra amiga. Nuestra amiga del alma. Su casa en Honda, sus historias y anécdotas de ríos, canoas y remos nos conmovieron. Eran una razón más para quererla y admirarla. Sus mensajes por Whatsapp en los últimos tiempos, siempre tan ella y con tanto detalle: “para buscar cómo ocupar mi tiempo aquí”, me decía hace unos meses, “he venido explorando las distintas agendas de Honda y sus alrededores, y me encontré la que más se acomoda a mis intereses, que es la historia de la Expedición Botánica, reuniones programadas desde la Casa de los Pintores y el centro de la 2a. Expedición Botánica en Mariquita. Así que fui toda la semana pasada a las reuniones que con ese fin se hicieron allá…”. Siempre activa intelectualmente.
Podría contarles mil anécdotas de nuestra amistad con Constanza. Somos ocho —perdón, ahora somos siete— amigas del alma que lloramos la partida de nuestra Constanza. Sus últimos días fueron el 22 y el 23 de abril. Desde aquí ya no podrá luchar más por la tierra y el ambiente. Tampoco leeremos sus escritos, ni sus estudiantes tendrán la oportunidad de escucharla de nuevo. Serán otros los que continúen su legado y seguro que desde donde esté los iluminará con todo su conocimiento y entrega. ¡Qué falta nos hace!
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