"La precariedad infantiliza": por qué la generación de quienes rondan la treintena no termina de sentirse adulta

“La precariedad infantiliza”: por qué la generación de quienes rondan la treintena no termina de sentirse adulta

Existe un limbo generacional, un lugar en el que habitamos aquellas personas que hemos crecido, pero que no nos sentimos identificadas con el sitio al que el tiempo nos ha traído. Es un espacio en el que el adultocentrismo nos impone una concepción vital, con sus hitos, normas y burocracia, pero en el que no todo el mundo se halla. Donde, sepas lo que sepas o hayas vivido lo que hayas vivido, siempre hay una persona con más edad (biológica o ‘psicológica’) que acaba diciéndote qué debes hacer con tu vida. Que sugiere que seguir jugando al Zelda no es lo más idóneo o que, quizás, congelar óvulos es una opción que replantearse, porque puedes arrepentirte de decidir no tener descendencia.

También es ese lugar en el que observas que, de repente y sin saber cómo ha pasado, hay gente mucho más joven que no recuerda la existencia del VHS y que te habla con un argot que desconoces. La generación millennial (la de los nacidos entre mediados de los 80 y durante los 90) es la que ahora se ve más sometida a esta circunstancia. Esto provoca un desconcierto tal que, a veces, la identidad se ve deteriorada.

En Manifiesto antiadultista, Alexanthropos Alexgaias (de 17 años en el momento de la publicación del fanzine) escribe: “Les adultes y su sistema nos convierten en su propiedad privada, hasta que alcancemos la edad suficiente como para haber podido moldear nuestra visión del mundo con base en la suya (incluyendo sus tópicos y prejuicios)”. Y es que, cuando las condiciones no nos permiten alcanzar la ansiada independencia, seguimos descansando bajo el paraguas protector —y dominador— de la estructura familiar y su lógica, da igual la edad que se tenga. Es así como quienes no consiguen asir en sus vidas los elementos valorables por esta estructura ven que sus ideas o formas de ser son devaluadas y con ellas, su persona misma.

“Siento que los millennial somos para los gen Z lo que los boomers fueron para nosotros”, dice Adela Sanz (Sevilla, 1990), ilustradora conocida en redes sociales como @adelapordiosxd. “Pero, además, estamos justo en el borde del cambio: los boomers crecieron en un contexto social y político que les hacía desear ciertas cosas porque en ese momento eran posibles. Nosotros crecimos con el mismo modelo de pensamiento, pero encontramos un escalón enorme entre lo que en teoría era deseable y lo que en la realidad es factible”.

Ahí está la forma en la que percibimos el cambio; en los sueños cuya nula materialización no vimos venir, pero con los que cebaron nuestros inconsciente. “Las generaciones más jóvenes han crecido en un mundo en el que lograr todo eso es más complicado y eso también ha cambiado su forma de pensar, concibiéndolo como estructuras que no son imprescindibles y, por tanto, quizá tampoco deseables”, añade la ilustradora.

“La juventud y la adultez son conceptos que construimos socialmente, y se basan en variables muy concretas que consensuamos”, explica a elDiario.es Miriam Jiménez Lastra (1997), socióloga y politóloga muy activa en redes. “En este sentido, los millennials al crecer sienten que no están siendo adultos porque no están alcanzando las metas que se suponían adheridas a la adultez”.

En esa extrañeza se incluye sentir que la vida se nos escapa de las manos y que viajamos en un flujo incesante de idas y venidas que nos hace ser observadores de nuestra propia existencia. “Pienso que la vida me ha pasado demasiado deprisa, sobre todo tengo la sensación de que nunca voy a sentirme adulta, supongo que por el concepto de ‘adulto’ que tengo (hijos, casa, trabajo estable). Yo sigo viviendo de alquiler, no tengo pareja ni hijos, y he cambiado drásticamente de rama laboral hace tres meses (de médica a ilustradora). He crecido con un concepto de ‘adulta’ que no se corresponde con la realidad social a la que puede aspirar mi generación. Como una especie de disonancia cognitiva”, comparte Adela Sanz.

Esto convive con la llegada a un momento vital en el que presenciamos que las modas venideras son, en parte, las modas pasadas. Vivimos la vuelta de tendencias que nos producen nostalgia porque evocan a una etapa de escasas cargas mientras intentamos escapar del influjo estético y estereotipado al que nos sometemos al ir a entrevistas de trabajo o vistiendo el uniforme de turno. “Últimamente me divierte mucho subirme a estas nuevas modas y participar de la performance social que toque. La estética de los 90 que ha regresado satisface mi nostalgia millennial. Siento esa nostalgia generacional, pero no es un drama. Es más un recurso con el que sentirme perteneciente a mi generación. Se relaciona con un momento en el que tenía menos responsabilidades y estrés”, cuenta la ilustradora Adela Sanz.

Se suma además al nacimiento de nuevas formas de entender el mundo de la mano de las generaciones más jóvenes. La socióloga Miriam Jiménez expone que estas “están en un punto de producción cultural de nuevas expresiones y de nuevos símbolos que se ponen de moda y que de hecho los millennials no entienden. En redes sociales podemos ver algunas como PEC [por el culo] o La Queso [y la que soporte]”.

Estas nuevas formas de expresión hacen aún más tangible la frontera generacional, ese no sentirse joven pero tampoco del todo adulto, que es perceptible para quienes la transitan, aunque no está delimitada en ningún mapa. “Lo noto muchísimo. Intento mantenerme al día y tengo muchas amigas gen Z, pero me resulta imposible no sentirme desfasada. Es un tema de conversación habitual en mis grupos de amigas. Lo noto en los nuevos términos, en los gestos, y también en la actitud. Lo que más me llama la atención de los gen Z /alfas son sus habilidades comunicativas en cuanto a lo emocional”, argumenta la socióloga.

El problema de acceso para los jóvenes a una vivienda por sus elevados precios, unido a la precariedad producida por los bajos salarios, es la gran piedra en el camino de la independencia (solo un 16% de los jóvenes está emancipado en España, según datos recientes del CJE). Muchas veces, además, la persona joven se ve sometida a una convivencia con las ideas y comportamientos dominantes en un hogar que no siempre lo es, llevando a que en ocasiones deba afilar la lanza de la autodefensa cuando ve necesario proteger su espacio ideológico o emocional. También viéndose forzada a mantener modelos de vivienda compartida, incluso en los casos en los que la persona está plenamente incorporada al empleo, que dilatan esa sensación de estancamiento.

“La precariedad infantiliza y hace que las personas no puedan tener independencia en sus vidas, que es la primera característica de la adultez: poder ser autónomo y no tener dependencia de tus progenitores”, dice la socióloga Miriam Jiménez. Así, los adultos no independientes económicamente son incapacitados para el sistema sociopolítico debido a su ausencia de participación en el engranaje consumista.

La arquitectura de nuestra vida posee un plano prefabricado. En él se integran los hitos que construyen el armazón de nuestra existencia y esto, en resumen, es la crononormatividad. El más extendido puede ser tener hijos o casarse. Cabría preguntarse cuánta influencia tiene la crononormatividad en nuestras existencias. Sin darnos cuenta, muchas de las cosas que creemos inherentes a la vida son patrones que grupos de poder marcaron como indispensables. “Aprendemos de la TV, de películas, de series, de los libros que leemos y de lo que hemos visto también en nuestras familias, así como en qué puntos de sus vidas han hecho según qué cosas. Eso claramente tiene un impacto en lo que se espera que alcance la juventud”, apunta la socióloga Miriam Jiménez.

Darse cuenta de dicha crononormatividad puede parecer sencillo, pero no siempre lo es. Tampoco desprenderse de los hitos que la estructuran, ya que el peso de la culpa puede producir ansiedad, por ejemplo. Jiménez añade que “esto depende de si te deshaces de estos por pura voluntad y, con ello, te estás colocando en una contracultura o en una subcultura o si, por el contrario, te estás desprendiendo de unos hitos porque tus condiciones materiales te obligan. Es decir, muchas veces nos planteamos si no queremos ser madres o es que el sistema no nos permite serlo”.

Puede ser también que racionalmente sepamos qué hitos no queremos cumplir, pero que el entorno en el que nos movemos no se nos deje de señalar por aquello que no haremos, aun a sabiendas de que no tenemos intención ninguna de cumplir ciertas expectativas. En palabras de la socióloga, “la prueba está en la presión que siguen sufriendo muchísimas mujeres o parejas cuando, llegadas a una edad, se les bombardea constantemente con ‘los hijos para cuando’ o ‘el anillo para cuando’. Sigue habiendo unas expectativas sociales que normalmente pone la generación del baby boom”.

Según Adela Sanz, “lograr sortear las estructuras sociales que nos venían impuestas es un hito en sí. Hacerlo y ser feliz, además. Porque desafiar las estructuras sociales te convierte en un hereje, y normalmente la sociedad desplaza y penaliza a los herejes”. A esto se le añade un ápice de nostalgia, porque echamos de menos aquello que pudiera haber sido pero que, quizás, no deseamos que sea. “No estar cumpliendo metas que creía que tenía que tener cumplidos a mi edad me produce confusión más que otra cosa. Esto es porque, por un lado, me agobia; pero por otro veo que todas mis amigas están igual que yo, así que no lo siento tan anormal”.

Por todo ello, un óleo de extrañeza nos recubre cuando llegamos a una edad en las que supuestamente somos algo que no deberíamos de ser; pero seguimos siendo. Es aquí donde radica nuestra capacidad de detectar las exigencias exteriores y erradicarlas, creando una senda fuera de cualquier atrezo impuesto.

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